La metáfora del tiempo como carrusel ya toma partido respecto del título de esta columna. ¿Acaso dará vueltas sobre su propio eje? Si es así, conecto con la idea de Simone de Beauvoir que veía las tareas domésticas como una implacable repetición de las mismas acciones, en las camas que hay que tender y los platos que hay que lavar toda la vida, encadenando –durante siglos– a las mujeres.
Lo cierto es que vivo –vivimos– en una espantosa sensación de rapidez que pone demasiado próximas las tareas que emprendemos cada semana. La de escribir este texto, por ejemplo, y me lleva a otear el horizonte en pos de un tema. Y allí están, apretados, en forma de sucesos semanales, diarios, instantáneos. Ya sea un poco distante como la coronación de Felipe VI de España que me ha permitido alguna discusión por Twitter, y ver a ese país dividido entre los aspirantes a una república y los tradicionalistas que hacían cola para divisar a una familia privilegiada en un balcón. Este Ecuador contradictorio que se dice democrático, ha saludado al muevo monarca al mismo tiempo que se prepara para la figura disimulada de los gobernantes de por vida, con la salida constitucional de la reelección indefinida. Aspiración a la metáfora del carrusel en materia política.
No soy en absoluto seguidora del Mundial de Fútbol pero veo sus consecuencias en mi torno. La misma efervescencia cada cuatro años, las mismas esperanzas de conseguir un buen lugar, los turbios manejos de parte de los conductores del gran negocio, las responsabilidades sociales del país anfitrión, hoy Brasil, descuidadas por preferir ser escenario del mundo. Las existencias deben necesitar su poción mágica para poner entre paréntesis los dramas del día, me digo. Que siga girando la noria.
Por mi lado, abrevo libros y productos culturales en la avidez de dar cuenta de mi presente desde mi caballito en el carrusel. Como le dije a Francisco Proaño Arandi, hace unos días, en su visita de presentación de su reciente novela Desde el silencio: “los escritores publican mucho más rápidamente de cuanto podamos leerlos”. Y cuando una se compromete a conversar con un autor, hay que leer la pieza, pensarla y estar dispuesta a discutirla. Esta obra policiaca transforma el enjundioso estilo del narrador cuencano, nos sumerge en búsquedas que muestran los efectos del poder cuando se propone ocultar, negar, sumergir los lados negros de las instituciones y de la vida.
Y en ese dar vueltas sobre el centro de mi curiosidad, fui a desplomarme frente a una pantalla gigante en la necesidad de quitarme el vestido de mi agotamiento mental, la película Maléfica me ofrecía todo cuanto podía suponerse para un relajamiento sin empujones. Las ficciones son la tierra promisoria en la cual he hallado todas mis alegrías (aclarando que llorar forma parte de ellas cuando las lágrimas son producto de la emoción estética). Una película que manipulara un cuento tradicional como La bella durmiente llevaba su guion ya hecho. Lo importante fue dejarse llevar, sentir como espectadora que yo sabía todo y sufrir el impacto del final, agazapado en los impresionantes ojos de Angelina Jolie. Giramos sí, pero alguna vuelta puede ser iluminada por un chispazo de eternidad.