La batalla de los sexos con frecuencia se desata porque, en la mayoría de las especies, las hembras son promiscuas. El tamaño del macho del insecto palo es la mitad de su pareja, pero aquel copula diez semanas seguidas para que ningún otro se la arrebate. La ardilla terrestre de Idaho sigue por todo lado a su pareja para evitar que ella se entregue a otros. La hembra del lagarto pone más huevos si ha tenido más amantes. Antes se creía que, en la naturaleza, ellos eran lascivos y ellas castas, pero los biólogos evolutivos han determinado que es lo contrario: las hembras de la mayoría de las especies copulan con varias parejas.
La hembra de la doncella rayada, un pez de los arrecifes coralinos, fecunda más huevos si freza con un grupo de machos que si desova con uno solo. El caso extremo es la abeja macho, que explota en pleno vuelo cuando alcanza el clímax: sus genitales se desgarran y quedan dentro de la hembra con la esperanza de que ella no se aparee con los rivales. Esta suerte de cinturón de castidad, que la deja taponada, tiene el propósito de impedir que ella continúe juntándose con otros. Variantes de este artilugio son conocidas por murciélagos, ratas, gusanos, serpientes, mariposas, cuyes, ardillas, chimpancés…
En muchas especies las hembras solo se aparean con machos que lleven un regalo. La araña cazadora, que mezcla comida con sexo, envuelve su sorpresa comestible en seda. La cópula puede ser más larga y efectiva mientras más ocupada esté en desenvolver el obsequio. Los machos de las moscas globo fabrican una pelota de seda blanca para que las hembras jueguen distraídas mientras hacen el amor. Para copular, la mariposa avispa escarlata le regala a la hembra un repelente de arañas que la protegerá del peligro de ser atacada. Desde la perspectiva de la evolución, el propósito del acto sexual es la supervivencia y la reproducción de la especie.
Las hembras de vida alegre tienen más hijos y estos son más sanos. La hembra del gallito de agua bronceado, que vive en harén, tiene hasta cuatro veces más pollos que una de una sola pareja. Las tácticas de seducción son diversas. El ciervo berrea tres mil veces por día porque los berridos son un afrodisiaco para la hembra. Pero también, como en el caso del macho de la mantis religiosa, se corre el riesgo mortal de ser decapitado; al perder este la cabeza, se truncan los mensajes que inhiben su comportamiento sexual y su cuerpo, para la hembra, se convierte en una endemoniada máquina sexual.
“La necesidad de encontrar y seducir a una pareja se cuenta entre las fuerzas más poderosas de la evolución. Quizá nada en la vida genere una diversidad más abrumadora de tácticas y estratagemas, una variedad más sorprendente de formas y conductas”, afirma Olivia Judson en su libro Consultorio sexual para todas las especies: introducción a la biología evolutiva del sexo (Barcelona, Crítica, 2011). El sexo está en todo: en plantas, flores, pájaros, peces, perros, gatos; está en los humanos. Sin sexo no existiría lo viviente. Pero justamente el sexo hace de la vida una aventura a veces no tan fácil.