Circula por internet un nuevo video que muestra a un par de colegiales de Guayaquil en un extenso “perreo intenso”, donde una niñita le frota el trasero durante casi cinco minutos y en diversas posiciones a un compañero. Esto sucede en el salón de clases, mientras otros jóvenes celebran y graban en video con teléfonos celulares.

En una primera reacción, mi Yo, que conserva ciertos rezagos de una formación jesuita, recibió esas imágenes como un puñetazo en el ojo. No tanto por la insinuación sexual o por la profanación del salón de clases, sino por la actitud desvergonzada de los participantes. Fue imposible no pensar como padre y ponerme en lugar de los padres de estos niños, y sentir temor e impotencia, y descalificar y juzgar.

Reconociendo mi tendencia a los prejuicios, decidí tomar distancia de esa primera reacción y tratar de revisar aunque sea superficialmente dos aspectos que aparecen en estos hechos. El primero tiene que ver con una necesidad de ser reconocidos en las redes sociales y, el segundo, con los mensajes, fotos o videos sexualmente explícitos que se envían por medios electrónicos, lo que se conoce como Sexting.

Un estudio de la Kaiser Family Foundation reveló que los jóvenes entre 8 y 18 años pasan entre siete y once horas diarias conectados al teléfono o internet, eso ubica a estos medios como su principal espacio de relaciones. Las redes sociales demandan el generar contenido para ser un participante activo de estas comunidades, lo que empuja y premia la sobreexposición. Dime cuántos seguidores tienes y te diré quién eres. Hay casos extremos, como el de Tammy Jung, de 23 años, que come 5.000 calorías diarias para ser famosa en internet, pesaba 50 kilos, ya va por 101 y su meta es llegar a 190.

En esta búsqueda de reconocimiento, el aspecto sexual es relevante, tiene que ver, según algunos psicólogos, con una necesidad de legitimación o validación del autoestima a través de la aceptación sexual del otro. Eso conduce a exponer fotografías o videos más o menos explícitos, transitando por lo erótico, lo sensual o lo sexual. Hay una serie de páginas de internet donde jóvenes ecuatorianos, a través de una fotografía y una frase de descripción, se exhiben para ser escogidos, contactados y ser parte de un ranking. Los llamados de la página son claros: “¿Busca pareja o relaciones sexuales? ¿Quiere conocer a esta persona y enviarle un mensaje?” Estas páginas son evidentemente un negocio y responden a un mundo adulto que descubrió que los jóvenes son un excelente mercado de consumo y que se pueden mercantilizar todos los aspectos de su vida.

Los jóvenes han encontrado nuevas formas de relacionarse, de cortejar y de expresar públicamente lo que antes no se podía. Las relaciones de poder y autoridad parecen estar volviéndose horizontales.

Ante estos nuevos sucesos no podemos endosar la responsabilidad únicamente a los jóvenes. Henry A. Giroux es más duro con eso y afirma que la juventud ya no se incluye en un discurso acerca de la promesa de un mundo mejor. En lugar de ello se considera parte de una población desechable cuya presencia amenaza con despertar recuerdos colectivos reprimidos de la responsabilidad adulta.