Paullette Barzola, de 44 años, pasó por una década de diálisis y luego recibió un trasplante de riñón que le inyectó vida hace 14 años.

Recalca que aquello no la ha detenido. Ella estudió una carrera, se casó, fue madre, pese a que en los peores momentos de su vida pesó 100 libras, justo cuando seguir viva dependía de estar conectada a una máquina.

“Recibí la llamada más linda a las tres de la mañana, cuando uno piensa que de madrugada solamente vienen las malas noticias y nadie quiere contestar el teléfono. Me pregunté quién será y era mi riñón”, dice Paullette, quien trabaja como supervisora en la Unidad Educativa Lemas, en el norte de Guayaquil.

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Ella viajó en avión a Quito, donde se sometió al trasplante. “Solamente sé que fue un hombre con quien tuve una compatibilidad del 60 %. El doctor dice que el riñón que a mí me han dado es un reencauchado porque es un órgano súper bueno el que a mi me tocó”, comenta mientras ríe.

Su experiencia la replica cada vez que alguien le pregunta sobre la marca de las diálisis que resalta de forma protuberante en su brazo. “Me dicen ¿qué tiene en el brazo? Para mi es la oportunidad perfecta. Lejos de incomodarme, es mi oportunidad. Sí, yo tenía insuficiencia renal crónica y si vamos de largo en el colectivo se lo voy contando todo el camino, así sea que uno más se entere para mi ya es ganancia. Cuando yo me enfermé nadie me lo había contado. Yo ni siquiera sabía qué era esta enfermedad, entonces yo he sembrado en alguien un conocimiento, a lo mejor no es para él, a lo mejor es para un familiar o un amigo o un compañero de trabajo. Y siempre les digo que lo peor que pueden hacer es echarse a morir”, agrega. (I)