(Actualizado el 20 de mayo de 2020, a las 14:57)

La adversidad se convirtió en oportunidad para Marcelo Paredes Cruz. Tras 22 años de trabajo en un restaurante que se vio forzado a cerrar debido a la crisis mundial por el coronavirus, él utilizó el dinero recibido como liquidación para crear un emprendimiento.

Ahora, él junto a sus vecinos del barrio Atucucho están creando nuevas opciones de trabajo.

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Marcelo Paredes fue capitán de meseros del restaurante Café de la Vaca. Cuenta que recibió 400 dólares de liquidación por más de 22 años de trabajo.

Tras superar la pena por su despido, pensó cómo potenciar ese dinero. Después de pensar un poco, decidí empezar un emprendimiento, cuenta.

Él tiene un pequeño local en su casa y decidió iniciar un negocio de frutas y verduras. Su negocio se llama: Mikuna, significa comida en quichua. Vive en el barrio San José, en la subida a Atucucho, en el noroccidente de Quito. “Ojalá la gente pueda ver que atrás de un despido, hay oportunidades”, dice.

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Mi principal proveedora es la señora Laurita que se quedó sin su puesto por el cierre del Mercado de la Ofelia; y me contacté con un amigo que hace empanadas, con mi vecina que vende queso manaba y con la gringuita que vende café, ahí, nace la economía social comunitaria, dice, porque en mi barrio hay mucha gente que se ha quedado sin trabajo por el coronavirus.

En el barrio lo llaman Chelo Paredes, su interés es que su emprendimiento logre dinamizar la economía de la zona, quiere ser el canalizador de las ventas de sus vecinos. No les cobra comisión, solo el precio justo para recuperar el costo del transporte y mano de obra.

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Canastas a domicilio

La gente que antes vendía verduras en locales, está saliendo a vender en carretillas, porque es un barrio periférico, aquí hay muchos carretilleros y, ahí, vimos la oportunidad de llevar productos hacia la gente que no quiere salir, que quiere precautelar su salud, entonces, hacia ellos estamos enfocados, dice Paredes.

Su negocio está en marcha, ha tenido buena acogida. Él hace el proceso de sanitización de los productos con protocolos de limpieza y bioseguridad, luego pesa, empaca y lo llevan al cliente. Tiene la ventaja de haber trabajado mucho tiempo con alimentos y bebidas.

Para trasladarse usa su Chevrolet Sail, modelo 2016, por el que aún están pagando.

Algunas personas han visto nuestros productos en Facebook y nos llaman, algunos conocidos, recomendados de amigos, también nos llaman y preguntan por las canastas que ofrecemos: canasta económica, familiar y súper canasta.

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La canasta económica cuesta 10 dólares, tiene productos para una pareja. La familiar, cuesta 17, para una familia de tres o cuatro personas y la súper canasta, cuesta 25 dólares, para una familia más grande de 5 o 6 personas. Aparte de las canastas, vende los productos de sus vecinos: empanadas, bolones, queso manaba y café.

Sin pensar se ha vuelto un negocio familiar. Mi hija Sara Camila, de 22 años, estudia pedagogía y hora es la secretaria, recepcionista y encargada de las redes sociales. Mis dos hijos: Amaru, de 16 años y Mahe, de 13, estudiantes de colegio, son los empacadores. Mi primera hija, Vanesa Gabriela, es casada, tiene 29 años, es la publicista, hace los anuncios para publicar en Facebook. Su esposo Raúl, también se quedó sin trabajo y está manejando con nosotros, dice Paredes.

Consultada sobre la situación de Marcelo Paredes, la propietaria del restaurante, María Sol Guarderas, señaló que conoce, por lo publicado en la prensa, que hay exempleados que están abriendo proyectos propios, sin referirse a alguno en concreto. Explicó que, por efectos de la pandemia, la empresa se vio obligada a acogerse al artículo 169 del Código de Trabajo, que le permite alegar fuerza mayor o caso fortuito, debido a que no pudo seguir operando. “Nosotros como empresa nos vimos obligados a cerrar nuestras operaciones, porque tenemos obligaciones bancarias muy altas, obligaciones con proveedores muy altas y una situación de cero ingresos”. (I)