Varias veces hemos escuchado a personas decir que "las cosas de antes duraban más". Sin embargo, hay varios parámetros para analizar si esa frase es correcta o no.

De acuerdo a sitios de tecnología, la aseveración podría ser cierta por una razón: la obsolescencia programada.

Este concepto se refiere a las cosas que tienen una vida útil planificada. Es decir, tienen una fecha de caducidad. Se puede aplicar a diversos productos que van desde ropa hasta tecnología.

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Las empresas que fabrican estos productos las hacen para que sirvan por un periodo de tiempo y luego reemplazarlas por otras nuevas. De esta forma el consumidor debería comprar una nueva versión del artículo que tenía.

Atrás quedaron las cosas que se promocionaban para durar toda la vida. Con la obsolescencia programada los productos se deben comprar, usar y botar. Para luego comprar otro.

En 1871 salió la primera bombilla de alta duración para 1500 horas, pero pocos años después se reguló el comercio de bombillas y bajaron su vida útil a 1000 horas. Sin embargo, para demostrar lo que podía llegar una incandescente, aún hay en Livermore, California, una bombilla especia de la empresa Shelby Electrics que lleva encendida de 1890.

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Un ejemplo muy citado para este problema es el de los aparatos tecnológicos. Uno de los casos famosos mencionados en esta área es el de las baterías de los iPod que dejaban de funcionar cuando caducaban. Luego se debía comprar uno nuevo. Los reclamos llegaron a los juzgados y hubo un acuerdo entre las partes.

Otras empresas también han sido criticadas por usar esta planificación en sus productos.

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La Fundación Energía para la Innovación Sostenible Sin Obsolescencia Programada (Feniss) ha dicho que este problema es global. Su presidente, el español Benito Muros, pone de ejemplo electrodomésticos como las refrigeradoras, que duran entre 2 o 12 años, pero que deberían durar "más de 50".

Muros añadió en una entrevista para elEconomista.es que por esta razón una persona paga una promedio de 40 o 50 mil euros (entre 44 o 55 mil dólares) por productos que deberían durar 40 o más años.

En tanto, en Chile la Organización de Consumidores y Usuarios anunció la semana pasada que la Corte de Apelaciones de la capital ratificó la admisibilidad de su demanda colectiva (180 mil personas) por la obsolescencia programada de teléfonos iPhone, según una publicación del sitio biobiochile.cl.

El concepto de obsolescencia programada se vuelve conocido en la década de 1950 gracias al diseñador industrial Brooks Stevens, quien indicaba que muchos productos, sobre todo electrónicos, son creados para que fallen cuando cumplen cierto tiempo de uso, con el fin de incentivar el consumo.

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Un documental llamado Comprar, tirar, comprar aborda este tema mostrando como pese a los avances los productos duran cada vez menos.

La revolución industrial jugó un papel determinante en este sistema, pues antes de esta los productos se fabricaban para distribuirlas en zonas cercanas a los negocios. Era importante la calidad y durabilidad. Luego con la masificación de los créditos de consumo de los bancos y eso ocasionó que se escoja entre subir los precios o tener una mayor rotación a costa de la duración del producto.

También la posguerra de mediados del siglo XX por temor a la saturación del mercado.

Otra arista del problema es la obsolescencia por moda, acortando los plazos en los que se lanzan las nuevas versiones de un mismo producto. Un caso popular es el de los teléfonos celulares.

En cualquiera de los dos casos uno de los resultados es el aumento de los desechos tecnológicos. Además del tema ecológico, algunas personas también lo ven como un modelo de producción que puede llegar a convertirse en desastre.

Otros tipos de obsolescencia se deben a temas como la falta de formas de reparación de un objeto o una parte de este, incompatibilidad con avances -por ejemplo, cuando un dispositivo se van quedando sin posibilidad a actualizaciones de software-, cambio de accesorios, etc. (I)