“Si el presidente de Ecuador odia tanto a los venezolanos que nos devuelva los restos de Antonio José de Sucre”. Así se expresó el presidente venezolano Nicolás Maduro en un acto en el palacio de Miraflores el pasado martes.

No es la primera vez que un mandatario venezolano reclama los restos del Gran Mariscal de Ayacucho, el venezolano Antonio José Sucre, los cuales reposan desde hace 119 años en la Catedral Metropolitana de Quito.

La permanencia de los restos del prócer venezolano en tierras ecuatorianas responde a una curiosa trama que empezó desde el momento de su muerte en 1830 y que terminó 70 años más tarde, cuando fue sepultado de manera pública y oficial en Quito.

Publicidad

Sucre y su vinculación con Ecuador

Antonio José de Sucre nació el 3 de febrero de 1795 en Cumaná, una ciudad costera del oriente venezolano. El más exitoso lugarteniente de Simón Bolívar fue vencedor en muchas batallas de la independencia americana, y su nombre está ligado a las victorias de Pichincha, Ayacucho y Tarqui.

Sucre estuvo fuertemente vinculado al Ecuador. Fue después del término de su primera campaña exitosa como general (la que coronó en la batalla del Pichincha, en mayo de 1822), cuando Sucre conoció a la quiteña Mariana de Carcelén. Con ella formaría un hogar y tendría su única hija reconocida. Mariana será un factor clave en la futura trama de sus restos.

Luego de conseguida la independencia Sucre tomó la decisión de retirarse del mando militar. Pero Bolívar no podía desprenderse de su hombre de confianza. Por pedido del Libertador, Sucre se vio obligado a desempeñar cargos y comisiones que muchas veces lo alejaron de donde realmente estaba su corazón: Quito y su amada Mariana Carcelén.

Publicidad

Su última comisión fue de carácter diplomático. Regresaba a Quito desde Bogotá a lomo de mula por el camino de Pasto (actual Nariño, Colombia), cuando fue interceptado a la altura del bosque de Berruecos por una partida de hombres, quienes lo asesinaron disparándole a la cabeza y al corazón. Sucre murió en el acto. Era el 4 de junio de 1830.

Las andanzas de los huesos del Mariscal

Los asesinos materiales fueron identificados, pero ¿a quién o quiénes respondían? El general Juan José Flores, primer presidente del Ecuador, fue señalado por ciertos sectores como autor intelectual del primer crimen político de nuestra historia republicana. Nunca se pudo demostrar nada de manera irrefutable.

Publicidad

El cadáver de Sucre permaneció insepulto durante 24 horas en el mismo lugar donde fue asesinado, pues la pequeña comitiva que lo acompañaba huyó atemorizada al momento del ataque. Su ayudante, el sargento Caicedo, regresó al día siguiente con varios lugareños y le dieron sepultura en un sitio alejado del camino, pero dentro del mismo bosque.

Aquel enterramiento se señaló con una humilde cruz de madera.

Dos días después del crimen, el cadáver fue exhumado por un cirujano militar. Se dejó consignado que el cuerpo pertenecía al Mariscal, y fue enterrado nuevamente.

Su viuda en Quito tomó la iniciativa para recuperar el cuerpo. Envió de vuelta a Berruecos al ayudante Caicedo, a un mayordomo de su confianza y varios peones. Según el historiador ecuatoriano Alfonso Rumazo, la comitiva fúnebre solo viajaba de noche. Caicedo y sus acompañantes se internaron en el tétrico bosque y recuperaron los restos, llevándolos sigilosamente a Quito dentro de una caja espolvoreada con cal viva.

Publicidad

La tercera sepultura de Sucre fue el oratorio de la Hacienda El Deán, en Quito, propiedad de la viuda, Mariana Carcelén.

El misterio de los restos

Pronto se propagó la noticia de que los restos del venezolano estaban en Quito. La viuda, decidida a preservar dentro del ámbito familiar la ubicación real de los restos de su esposo, no desmintió la noticia pero hizo circular el dato de la iglesia de San Francisco como lugar de la sepultura. Por años aquel rumor despistó a investigadores y autoridades que infructuosamente buscaron la sepultura de Sucre en el sitio.

Pasado algún tiempo, la muerte del mariscal dejó de ser noticia. La viuda aprovechó el momento para cambiar nuevamente el lugar de sepultura de los restos de Sucre. El destino fue el convento del Carmen Bajo, en Quito. Los huesos fueron enterrados delante del altar de la iglesia con el permiso de su superiora. Esta vez el sigilo fue total. La viuda murió y se llevó el secreto a la tumba.

Venezuela reclama por primera vez los restos de Sucre

En 1876, con la mayoría de los protagonistas de esta trama de ocultamiento ya fallecidos, el presidente de Venezuela Antonio Guzmán Blanco decidió que los restos de Sucre debían regresar a su patria.

Un comisionado de su confianza fue enviado a Quito para recuperar los restos, pero su gestión resultó infructuosa. Dentro del supuesto enterramiento en la iglesia San Francisco solo había ladrillos de adobe.

La repatriación de los restos de Sucre habría significado un enorme rédito político para un gobernante de estilo autócrata como lo fue Guzmán Blanco, en un momento en que el culto a Bolívar y demás héroes estaba siendo explotado —por primera vez— de forma deliberada desde el poder político en Venezuela. El regreso de su comisionado con las manos vacías no debió resultar muy satisfactorio para aquel mandatario.

Aparecen los restos de Sucre

Fue otro gobernante —no uno venezolano sino un ecuatoriano— quien disfrutó el rédito político de localizar y sepultar con honores los restos del gran Mariscal de Ayacucho: nos referimos al general Eloy Alfaro.

El sigilo fue roto por una dama quiteña, quien conocía el secreto desde hacía varios años, por boca de una persona muy cercana al entorno de la viuda de Sucre.

La sensacional noticia llegó a través de emisarios al presidente Alfaro. El 24 de abril de 1900, en presencia suya, fueron sacados a la luz los restos enterrados frente al altar de Carmen Bajo. Una comisión médica confirmó que correspondían al Mariscal Sucre.

El 4 de junio de ese año (día conmemorativo de su muerte), los restos de Sucre, hasta ese momento en paradero desconocido por cerca de 70 años, fueron llevados en procesión y sepultados en la catedral de Quito, donde reposan hasta el día de hoy.

La permanencia de los restos de Antonio José de Sucre en Ecuador se debe no solo a las gestiones secretas de su viuda, sino también al deseo expreso del Mariscal de Ayacucho, quien el 12 de diciembre de 1825, en una carta dirigida al general Trinidad Morán, anotó las siguientes palabras: “Pienso que mis huesos se entierren en el Ecuador, o que se tiren dentro del volcán Pichincha”.

La urna donde descansan sus restos está fabricada con roca volcánica (andesita) extraída del volcán Pichincha. (I)

Bibliografía consultada:

  • Antonio José de Sucre, por Alfonso Rumazo González
  • Vida ejemplar del Gran Mariscal de Ayacucho, por Ángel Grisanti
  • Las tres muertes del Mariscal Sucre, por Manuel Caballero