Con su pleonasmo y todo, la frase del título de esta nota del recuerdo estuvo en boca de jefas de familia, chiquillos y jóvenes hasta más allá de la segunda mitad del siglo XX, porque en muchos modestos hogares porteños no estaba generalizado el uso de las cocinas de queroseno y las abuelas y madres tenían como combustible de primera mano al carbón, que complementaba su utilidad con el tradicional fogón.