Parado al pie de un camino de vidrios rotos pienso en lo que aprendí de pequeño: no cojas el vidrio roto, que corta. Inhalo profundo.

Escucho la voz de Joaquín Zevallos, coach de alto impacto, que me invita a dar el primer paso. Todo emprendimiento empieza con el primer paso. Suspiro y levanto el pie derecho.

Clayton Christensen, profesor de Harvard Business School, desarrolló la teoría de la innovación disruptiva en 1995. Una tesis que permite entender por qué empresas de larga trayectoria pierden mercado frente a emprendimientos. Pero su texto The Innovador Dilemma no habla de vencer los miedos.

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El miedo se aprende. Y aprehendido, te paraliza en una zona de confort. Cierro los ojos y piso los vidrios con temor. Los escucho crujir bajo mi peso –se acelera mi ritmo cardíaco, empiezo a sudar, dudo–, pero no siento corte alguno. Aún puedo volver atrás. ¿Necesito caminar sobre vidrios?

Del otro lado del miedo te esperan tus sueños, escucho decir a Joaquín.

En la claridad del momento entiendo las palabras de Joe Gebbia, fundador de Airbnb. “Los emprendedores deben buscar sentirse cómodos en lo incómodo…”. Él y su socio alojaron extraños en su casa de San Francisco en el 2007, desbaratando el prejuicio que los extraños no son bienvenidos a dormir. Airbnb revolucionó el negocio hotelero y podría hacerlo –otra vez– con las plataformas de reservas en línea.

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El miedo distorsiona la realidad. En el 2000, Reed Hastings –fundador de Netflix– le propuso a Blockbuster innovar el negocio de alquiler de películas. John Antioco, CEO de la cadena de alquiler de videos más grande del mundo, lo botó de su oficina.

Tres, cuatro pasos, escucho los vidrios romperse bajo mi peso, y ya no hay miedo. Algo ha cambiado luego de recorrer los dos metros del corredor de vidrios.

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El corredor de vidrios es como cualquier plataforma de negocios. Para crecer hay que cruzarla. Desafiar el statu quo, cambiar las creencias, pensar diferente. Uber lo hizo. Southwest Airlines lo hizo. Apple.

Al otro lado de los dos metros del corredor de vidrios me espera Joaquín. Me felicita y evidencia que no grabamos la experiencia. Me sonrío.

Vuelvo a caminar sobre los vidrios –dos veces más– y el único temor que siento es que mi iPhone se apague. (O)