Bajo la luna, a orillas de un río montuvio, se escucha a una voz decir: “Soy mata del amorfino,/ y el árbol que me produce; a cualquiera le doy luces,/ hasta a los lectores finos./ Que me escuche un profesor,/ voy a sembrar mi talento,/ voy a pintar una flor,/ con el más pulido acento”, la voz es de Celeste Alvarado Salazar de la hacienda Las Ánimas, Daule. Esa noche de 1985, alguien puntea una guitarra, otro sirve copitas de aguardiente, más allá Robespierre Rivas Ronquillo, grabadora en mano, atrapa uno de esos versos montuvios con los que conformaría Amorfinos costeños, libro del que pronto saldrá su cuarta edición.

Es que los amorfinos tienen el sabor de nuestras más deliciosas frutas montuvias. Andan de boca en boca, de memoria en memoria y ahora están impresos para que a nadie se le ocurra olvidarlos.

A decir del estudioso Paulo de Carvalho-Neto en su Diccionario del folclore ecuatoriano: “Amorfino, desafío. Género musical de la Costa”. En cambio, como “baile popular” lo califica Jiménez de la Espada, quien pautó su música y letra en 1881. Para el cronista Modesto Chávez Franco, es un baile regional de la costa ecuatoriana al tiempo del Alza que te han visto y del zapateado. Para los que quieran ahondar en las características del amorfino, recomendamos leer el folleto Poesía popular ecuatoriana, de Justino Cornejo.

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En el libro Amorfinos costeños, el compilador Robespierre Rivas Ronquillo, dauleño de 76 años, reúne a los legítimos cultores de esta expresión poética popular.

Todo comenzó en 1985 cuando Robespierre Rivas y Guido Garay eran profesores municipales de escuela y todos los años estaban encargados de organizar los bailes folclóricos de sus alumnos, presentaciones en las que siempre faltaban los amorfinos. Fue por dicha razón que Rivas decidió investigar para que no se pierda esa expresión de folclore costeño.

Entonces en 1988 con grabadora en mano recorrió Daule, Salitre, Samborondón, Palestina, Santa Lucía y recopiló una gran cantidad de ellos. Después se trasladó a Manabí: Calceta, Portoviejo, Manta, Chone y cualquier pueblito en el que vivía un amorfinero.

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“Te cuento lo siguiente –recuerda Rivas–: en Daule vivía un señor que era agricultor, pero difícil de entrevistar porque le tenía miedo hasta a la grabadora.

Un primo me dijo: Te voy a llevar, pero llévate una botella de caña brava, y resultó porque a media botella, Celeste Alvarado Salazar se destapó. Tenía cualquier cantidad de amorfinos anidados en su cerebro. Le fluían de una forma fantástica, él no sabía ni leer ni escribir. Con el trago ese hombre se inspiró”, recuerda.

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Rivas lamenta no haber conocido en vida al poeta manabita Pedro Florentino Alcívar, quien no sabía leer ni escribir, murió a los 97 años de edad y era conocido como El Poeta de la Montaña.

En cambio, sí trató con Rafael Vera, apodado El Poeta del Río, porque él los sábados y los domingos viajaba en su canoíta por el río Los Tintos hasta llegar a Salitre y cuando se acercaba a la orilla, le lanzaban un sucre –nuestra desaparecida moneda– y él a viva voz decía sus amorfinos.

5.000 amorfinos

Cuando Robespierre Rivas terminó su recorrido por diversos pueblitos del Guayas, Los Ríos y Manabí, en su grabadora tenía unos 5.000 amorfinos, aunque tuvo que eliminar los repetidos. En la primera edición de Amorfinos costeños publicó 1.500, en las dos siguientes reunió 2.500 en cada una.

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Ahora vamos a presentar la cuarta edición –manifiesta Rivas, el cazador de amorfinos– gracias al Archivo Histórico del Guayas. “En esta edición voy a seleccionar los amorfinos que tengan más sabor a costa”, sostiene.

El amorfino es fiesta, memoria, poesía y filosofía popular, eso lo sabe Robespierre Rivas, el cazador de amorfinos. (I)

Más datos
Trayectoria

Alumno
Robespierre Rivas fue alumno del maestro Paulo de Carvalho Neto de quien cultivó sus ideas sobre el folclore y la cultura popular.

Libros
Rivas ha publicado diez libros, siendo los más importantes Educación física, Rondas y canciones. Además es autor de 1908-2008: Cien años del ferrocarril en el Ecuador.