Como propietaria de la imprenta artesanal Activa en la que emplea a cinco operarios, Catherine Yagual da cuenta de cómo ella y las personas con las que trabaja manejan las tarjetas de crédito, cuyo uso ha aumentado en el país este año, según cifras oficiales de la Superintendencia de Bancos y Seguros (SBS).

Yagual posee tres tarjetas, pero dice que bloqueará la que le ha generado una larga deuda derivada justamente de cancelar con ella las salidas al cine o el consumo en restaurantes (diversión) y cubrir parte de esa deuda, en la fecha de corte, con el denominado pago mínimo o sugerido, aquel que venía resaltado en los estados de cuenta.

Así este saldo llamado rotativo –excedente no cubierto que va quedando del saldo de la deuda total no pagada– rota mes a mes y se junta incluso con el resto de consumos realizados en los periodos siguientes.

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“Pago el mínimo sin consumirla y la tarjeta no baja porque los intereses siguen rotando, entonces la voy a bloquear para diferir la deuda”, afirma Yagual, de 38 años. Es un mea culpa que extrapola a las personas que emplea, quienes manejan tarjetas de crédito con cupos de hasta $ 800 con un ingreso de sueldo básico y tienen los mismos problemas, asegura: “Uno nunca sale de las deudas de las tarjetas pagando los mínimos porque las vuelves a consumir y al siguiente mes te cobran la deuda vieja, más la nueva y te vuelve a generar un interés”, dice.

El saldo total por tarjetas de crédito era de $ 4.518’326.192 hasta marzo pasado, de los que un 6% corresponde al saldo corriente, que proviene del uso de la tarjeta como medio de pago para no cargar efectivo y cancelar antes de la fecha de corte sin generar intereses. La mayor parte corresponde al saldo rotativo (49%) y diferido (45%), que son cuotas fijas en un tiempo determinado.

Guillermo Granja, docente de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Ecotec, dice que el aumento del consumo con tarjetas de crédito evidencia la falta de liquidez en la economía: “Los ingresos no han crecido y las personas se ven obligadas a usarlas jugando con los plazos. Puedo consumir $ 300 porque sé que después de un mes debo pagarlos, es un colchón plástico para superar un problema siempre que tenga para cubrirlos”, explica. El éxito está en pagar el saldo total de la deuda en cada periodo, agrega.

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Un mismo criterio tiene Bertha Romero, coordinadora del programa financiero Tus Finanzas, creado en 2013 a raíz de una normativa de la SBS. “El saldo total es el que debería resaltarse en los estados de cuenta y se recomienda usarlas de manera corriente, es decir, pagar lo que se va consumiendo en el periodo. En caso de no poder, acercarse lo más posible el monto del saldo total y sobrepasar en lo que más se pueda el pago mínimo”, dice Romero.

Ambos especialistas concuerdan que la mejor opción es usar este crédito para emergencias y tener claro que se trata de un préstamo y no asumirlo como parte del ingreso.

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Granja dice que el problema se origina con la práctica de diferir el pago de productos o servicios no duraderos como comidas o salidas por diversión, lo que no es recomendable, asegura, ya que se los usa o disfruta en tiempos específicos.

En el caso del gasto en supermercados, por ejemplo, no se deben diferir los alimentos o víveres cuyo consumo se da en días o semanas, aconseja Romero. En tanto que el vestuario o el calzado puede diferirse a corto plazo, preferiblemente máximo a tres meses. Y los artículos de mayor durabilidad como electrodomésticos o tecnología a mediano (hasta seis meses) y largo plazo (un año). Son periodos que deben ir acordes a los beneficios de diferir sin intereses, los que varían según los convenios de las instituciones con las casas comerciales.

A la falta de educación financiera, se suma la búsqueda de un estilo de vida no acorde a los ingresos, dice Granja: “Es una variable psicosocial en la que supeditamos las necesidades básicas con un estilo de vida que no es nuestro, entonces nos encontramos con graves problemas a fin de mes al no poder pagar”.

María de los Ángeles Palacios, quien se dedica a vender tecnología, tiene dos tarjetas con su madre como titular. Ella reconoce que su progenitora hacía un mal manejo del dinero plástico, ya que hacía avances en efectivo para cubrir la deuda mínima que se debía cancelar ese mes: “Desde que cogí la rienda, la deuda pasó de $ 4.000 que tenía, hasta $ 1.600 hoy, tras dos años. Con los pagos mínimos que hacía mi mami se pagaba más interés”, dice.

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Por su parte, el visitador médico Boris Ramírez lleva doce de los 40 que tiene con una tarjeta, la que, indica, tiene claro su uso: “Compro comida, gasolina, ropa, siempre pago corriente, pero si es una suma de $ 200, $ 300 difiero a tres meses o más. He diferido hasta un año en viajes”, dice. Con este uso, asegura, no está atado a los saldos rotativos que se acumulan. (I)