Lo ven a diario en sus barrios, en los alrededores de los planteles donde estudian sus hijos o en el parque del barrio, al que aseguran que han dejado de acudir en familia porque ya no es seguro. Dicen conocer bien cómo opera la venta antes de base de cocaína y ahora de la mentada hache, pero pese a que perciben que el problema aumenta prefieren callar.