Fue prefecto religioso de Galápagos, obispo auxiliar de Guayaquil y obispo de Loja durante 22 años, hasta que debió renunciar al cumplir 75 años de edad como dispone el Código de Derecho Canónico, pero su devoción al servicio de Dios y al trabajo con la comunidad hizo que lejos de acogerse al retiro decidiera aceptar ser párroco de la iglesia San Antonio de Padua, en Urdesa norte, conocida como “del Hno. Gregorio”.

Guayaquileño y próximo a cumplir 83 años el 4 de abril, monseñor Hugolino Cerasuolo Stacey perdió a su padre, un italiano de la provincia de Salerno, cuando tenía 8 meses. Por el lado de su madre lleva sangre inglesa, pues los Stacey, que llegaron a Ecuador en el batallón Albión, que combatió por la independencia, son descendientes del poeta Lord Byron.

Recuerda que su infancia estuvo muy marcada por la fe católica guiado por su madre, una mujer profundamente religiosa, nacida en Riobamba, pero radicada en Guayaquil. “En una época en que el laicismo menoscabó el sentido religioso, ella era de las personas que comulgaba todos los días. Yo puedo decir que le debo a ella y a su santidad mi vocación al sacerdocio”.

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Siendo aún muy pequeño viajó a Guápulo, cerca de Quito, a prepararse para sacerdote. Allí terminó su educación secundaria. Cuando tenía 15 años tomó el hábito franciscano y profesó a los 16. “Tuve dudas como todo ser humano, pero por la gracia de Dios pude continuar”, afirma.

Su rostro se ensombrece al recordar la muerte de su madre el día en el que cumplía 18 años, lo que hizo que casi abandonara los hábitos, “pero un sacerdote me hizo reflexionar al decirme que lo que realmente me había pasado era un don de Dios, porque así yo podía de forma más firme seguir la vocación”.

A los 21 años hizo los votos solemnes y perpetuos, y a los 22 años y dos meses se ordenó sacerdote gracias a una dispensa del papa Pío XII, pues la edad mínima era de 24 años (actualmente es de 25).

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Luego fue capellán del colegio La Salle en Quito. “ Me hice querer por una virtud que tengo, que para ellos es trascendental: la puntualidad. Se levantaban a las 04:30; a las 06:25 tenía que darles la comunión. A las 06:30 desayunaban y a las 07:00 se iniciaban las clases”.

Recuerda que a los 33 años lo enviaron a Galápagos como prefecto religioso. “Fue un momento difícil porque el anterior sacerdote tuvo contratiempos con el pueblo y la Armada”. Pero con perseverancia superó la desconfianza de los pobladores y ahora recuerda los diez años de esa etapa de su vida religiosa con mucho cariño.

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En esa primera experiencia de trabajo directo con la comunidad destaca la creación del hospital Oskar Yandl, el primero en Galápagos, y el colegio Alejandro Humboldt, con la ayuda de recursos donados por católicos de Múnich, Alemania. Asimismo, construyó iglesias en Santa Cruz e Isabela, e hizo todo lo posible por incrementar fieles.

Pero debió viajar a Quito para recuperarse de una enfermedad y allí el nuncio apostólico le informó su nombramiento como obispo auxiliar de Guayaquil.

“Yo no quise ser obispo. Realmente no soy de mucho talento, no soy virtuoso, tengo muchos defectos y muchos pecados”, dice. Agrega que el nuncio le dijo: “Usted es religioso e hizo votos de obediencia. Entonces, por obediencia al papa pase usted a Guayaquil”. Así, el 6 de julio de 1975, lo ordenó monseñor Bernardino Echeverría.

De este periodo señala: “Tuve la alegría de hacer conocer el Evangelio. De transmitir el amor a Jesucristo. Es la cosa que más llena de alegría a un sacerdote”.

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Casi diez años después, durante la llegada del papa Juan Pablo II a Ecuador, nuevamente el nuncio Apostólico le comunicó su nombramiento como obispo de Loja.

“De los 18 0 20 obispos eméritos que hay en el Ecuador, creo que soy el único que cumple funciones de párroco en la actualidad”. Mons. Hugolino Cerasuolo

De los 22 años en los que fue la cabeza de la Iglesia católica en Loja, destaca lo que califica como fecunda labor que originó un resurgir del catolicismo en esa provincia. “Hice el seminario de Loja y la nueva Casa Episcopal, de tres pisos. Recibí 48 parroquias y 52 sacerdotes con un promedio de edad de 62 años, pero entregué una diócesis con 140 sacerdotes con un promedio de 35 años y 82 parroquias”.

Allí, además, superó un cáncer de vejiga. “Gracias a tres quimioterapias y a la Santísima Virgen de El Cisne”, reconoce.

Pero su paso por Loja no estuvo exento de polémica porque se dieron muchos problemas, particularmente con la parroquia de El Cisne, donde moradores cerraron el santuario en dos ocasiones porque querían ser los dueños.

“Cuando llegué a Guayaquil, ya retirado, me presenté ante mi superior franciscano y le dije: he cumplido mi misión, estoy de vuelta y quiero ver si me reciben de nuevo en mi comunidad. Entonces el arzobispo de Guayaquil, monseñor Antonio Arregui, me dio el nombramiento de párroco de San Antonio de Padua, en Urdesa Norte.

“Desde entonces (hace cuatro) estoy aquí por la gracia de Dios, la gente se acerca más a la iglesia porque se sienten en confianza”, destacando que emprende mejoras materiales en la parroquia, como acondicionadores de aire en el templo, puertas de vidrio templado y el arreglo del sistema de sonido.

“Me siento muy feliz. Es más lindo ser párroco porque ser obispo es más que nada una función administrativa y llena de problemas. Aquí es pastoral, me encuentro con la gente y doy catequesis. Ya soy viejo y tengo 83 años, pero sigo golpeando la tierra con mis pies llevando el Evangelio. Amo y creo en Jesús y cada día le pido que nunca me separe de él”.

Sobre si se considera un hombre polémico responde: “No me he preocupado mucho por lo que piensa la gente sino por lo que piensa Dios”. “La gente tiene sus cosas, principios, valores y antivalores, y con eso me juzgan. Lo que me preocupa es por lo que me juzga el Señor”, concluye. (I)

Monseñor es una persona muy solidaria, buen consejero y muy comprensivo. Tiene un don de gente y siempre está lleno de optimismo”. Dra. Zianet Yazbek, moradora de Urdesa norte