En un pedacito de historia en Plaza Triángulo

Gladys carcelén es propietaria de Pequeña compañía, uno de los locales más antiguos que aún conserva el c.c. Plaza Triángulo, ubicado en pleno corazón de Urdesa Central.Ahí, desde hace 27 años, funciona este pequeño local casi a la par de la creación del centro comercial, donde hace más de 30 años funcionaba el colegio Espíritu Santo.Entrar ahí es como retroceder en el tiempo. El aroma a cosas almacenadas y antiguas envuelve al pequeño almacén en el que se exhiben sobre las perchas adornos de cerámica, lámparas de techo con vitrales, accesorios para baños, velas, inciensos, flores secas y artificiales, cintas, apliques para costura, adornos, maceteros de bronce, entre muchas cosas más que se confunden entre papeles y libros que conserva.Ahí cada tarde la acompaña el sonido de algún programa musical o de comentarios que escucha en una vieja radio, mientras revisa apuntes, lee el diario o algún libro. Aunque su carisma también le permite contar, de vez en cuando, con la visita de alguno de sus ‘vecinos’ (encargados de otros locales) o de clientes, que gustan de entablar amenas charlas con ella.“Me encanta venir a trabajar, me hace sentir tan bien. Si me quedara en mi casa, creo que moriría”, expresa la agradable mujer de corta cabellera plateada, que prefiere no decir su edad.Ella relata que después de trabajar durante casi 20 años en el área administrativa de concesionarias de autos, decidió abrir su negocio propio en el mismo sitio donde ahora continúa. En aquella época, comenta, el fuerte de sus ventas eran las griferías de origen argentino. Verdaderas obras de arte con finos acabados de cobre mate, brillante, oscuro, e incluso con baños de oro o plata. “Mi hija vivía allá porque estaba estudiando y yo viajaba cada cierto tiempo y traía la grifería que tenía muy buena acogida”, cuenta Gladys.Agrega que esto era debido a que en ese entonces en Urdesa se asentaban familias pudientes que se interesaban por este tipo de piezas. “Muchos se mudaron, otros han fallecido, ahora este sector se volvió comercial, ya no es como antes”. Sobre la disminución de la clientela manifiesta que aunque los grandes centros comerciales ofrecen cines, supermercados y conocidas tiendas de ropa, locales como el suyo poseen artículos ‘rebuscados’ y tradicionales difíciles de encontrar en los grandes almacenes.Muestra con cuidado uno de sus catálogos que data de 1985, en el que las figuras de grifos y llaves de baños de estilo clásico predominan. Ingresa a otro pequeño cuarto dentro del local, de donde saca una ducha de bronce; su peso, superior a lo que acostumbramos a ver, lo confirma. Asimismo, habla de chapas de puertas, tiraderas para muebles, bisagras que ofrecía con los mismos acabados. “La última vez que viajé fue en 1993, desde ahí tengo todavía algunos juegos en la bodega, ya las personas no compran mucho de esto”, manifiesta. Señala que un juego de dos perillas con el grifo de cobre los vende en $ 250 y uno con lavamanos, ducha y demás accesorios de baño lo oferta en $600. “Es lo que ya me queda”.Pese a que la afluencia de clientes no es la misma de antes, señala que los que llegan son los que alguna vez adquirieron una de sus piezas y vuelven para renovarlas.Del resto de artículos, algunos que conserva en su negocio, cuenta que le proveía el desaparecido almacén Casa Fanny, en donde recuerda que compró por última vez en el año 2000 como parte de la mercadería de liquidación. Otro es el Grupo Imar, al que va desde hace 20 años. “Ellos nacieron como un pequeño negocio en García Avilés y Clemente Ballén, luego se trasladaron a otro local más grandecito y ahora son una gran empresa, están en Mapasingue”, relata Gladys como si se sintiera parte de la evolución de esa casa comercial.Sobre sus flores secas lamenta que quien le proveía, un microempresario riobambeño, haya migrado luego del feriado bancario y la dolarización. Sin embargo, ubicó a otra persona que le entrega los ramos de hortensias, eucalipto, rosas, gipsofilas, semillas u otras plantas naturales que pasan por un proceso de secado y teñido, similar al que le entregaba el anterior señor, que igual vende a $ 2,50 cada paquetito.En medio de la charla, dos señoras, una de ellas de edad avanzada, ingresan al local en busca de dos metros de cinta de tela. Tras comentar sobre las diferencias de la vara, yarda y el metro, y de cómo estas eran las medidas que se utilizaban en antaño para comprar, abandonan sonrientes el local con lo adquirido en $ 0,12.“Así es mi vida aquí, personas vienen, unas compran otras no, conversamos, bromeamos, así me entretengo”, comenta risueña Gladys, que atiende su local de lunes a viernes, de 10:00 a 19:30, y sábados hasta las 16:00. Su tiempo lo comparte en casa con su esposo, con quien procreó ocho hijos; tiene 19 nietos y 6 bisnietos.

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