Pese a que aún mantiene edificaciones emblemáticas como la antigua cárcel, en las calles Julián Coronel y Baquerizo Moreno, y la iglesia de Santo Domingo, más conocida como San Vicente, es evidente el cambio físico que ha tenido el cerro del Carmen.

En los últimos años se han construido parques y plazas en sus faldas. También han cambiado las tradicionales casas de caña que se encontraban en los setenta por viviendas de cemento y fachadas pintadas que le han devuelto el color a este tradicional sector de la urbe.

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Lo primero que uno encuentra al llegar al cerro es el sector de la Boca del Pozo (en la calle Julián Coronel y Rocafuerte). Pocos son los que se atreven a ingresar allí. Según los moradores, es una zona donde hay que tener cuidado por la inseguridad, pese a que hay vigilancia.

Este último sector debe su nombre a que cuando se comenzó a poblar, a principios de siglo pasado, había un pozo que era utilizado por los moradores para proveerse de agua.

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En el censo del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) del 2010 se registra que en el cerro del Carmen vivían 4.953 personas.

Nancy Méndez es una de ellas. Esta moradora que nació y creció en el cerro recuerda que la familia Blanco Méndez fue una de las primeras que se ubicó en el lugar a principio del siglo pasado. Los reservorios de agua que pertenecen al Cuerpo de Bomberos y que cuidaba la familia Blanco se mantienen en el cerro. Según los moradores estos ya están vacíos y sin utilidad alguna.

“Mi abuela y mi tía cogían con canalón el agua. Cuando era niña se llenaban (los reservorios) y daban agua a todos”, recuerda con nostalgia esta residente.

María de Molina lleva más de 60 años viviendo en el cerro y no lo dejará. “Esto antes era una montaña, aquí corrían monos y culebras, eso ya no se ve”, comenta esta moradora desde el portal de su casa en la calle Víctor Emilio Estrada, que conduce hasta los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas.

Los terrenos del cerro pertenecían a la Junta de Beneficencia, la familia Valenzuela y del empresario Juan Marcos.

En la década de los 60, una casa se conseguía a seis sucres el m² y la vista era inigualable. Desde una ventana se podía ver a los árboles de ciruelas y mangos que caían sobre un camino improvisado de tierra que permitía subir hasta sus hogares.

“En donde está el Corazón de Jesús vendían carbón y camote. Mi papá iba hasta allá. También se subía por un camino de piedras por la cárcel vieja”, cuenta Nancy, quien vive en el sector conocido como La Meseta.

La mayoría de los primeros pobladores provienen del extranjero o de provincia. María es de Cuenca y vino en busca de trabajo. En cambio, los abuelos de Méndez llegaron de Jujan, pero su abuela era italiana.

Los residentes añoran las antiguas celebraciones julianas en las que elegían reinas barriales y se hacían campeonatos. Sin embargo, descartan abandonar este lugar por su ventilación y cercanía al centro y hospitales.

Es imposible olvidar que el huésped más representativo de este sector es la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, instalada en 1972. Este monumento se ha convertido en una referencia para la ciudad.

El Cementerio General y el Hospital Neumológico Alfredo Valenzuela y el colorido callejón Butrón forman parte del cerro. Los vecinos de este sector quieren que mejore el cerro implementando más áreas verdes y proyectos turísticos a los ya existentes. Las furgonetas informales suben y bajan con quienes viven en el cerro.