Cuando el cardenal Jorge Mario Bergoglio (Francisco) casi se convierte en papa en el 2005, dijo a un confidente que, de haber sido elegido, habría tomado el nombre del pontífice que más admiraba: Juan XXIII.

Cuando se volvió papa en el 2013, sus primeras palabras en público evocaron lo que Juan Pablo II había dicho tras su elección: que los cardenales habían ido a los confines de la Tierra para hallar un nuevo líder.

Juan XXIII y Juan Pablo II, dos de los grandes líderes espirituales del siglo XX, tuvieron una profunda influencia en el papa Francisco. Unas pocas semanas después de ser elegido, Francisco oró en los sepulcros de ambos papas, indicativo de que siente una conexión personal y espiritual con ellos.

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“Canonizarlos juntos será, creo, un mensaje para la Iglesia”, dijo Francisco a mediados del año pasado.

Francisco le debe su papado, y su carrera, a Juan Pablo II. Fue él quien sacó a Bergoglio de la penumbra y del exilio jesuita para hacerlo obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992. Seis años después, ascendió a Bergoglio a arzobispo de la capital argentina, y en el 2001 lo ordenó cardenal, poniéndolo en el camino para posiblemente sucederlo.

En Bergoglio, Juan Pablo II quizá vio un espíritu afín, un conservador opuesto a los excesos marxistas de la teología de la liberación en América Latina. Bergoglio testificó después ante el tribunal eclesiástico para la canonización de Juan Pablo II que este había sido estoico al enfrentar el mal de Parkinson que lo aquejó en sus últimos años. Dijo que su devoción por la Virgen María se debía en parte a la gran devoción que Juan Pablo II sentía por ella.

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Pero en muchos sentidos, Francisco es un pontífice más del estilo de Juan XXIII.

El énfasis de Francisco en una “Iglesia pobre”, en reformarla y en propagar la fe a las periferias de la sociedad hace recordar las tribulaciones de Juan XXIII.

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El joven Angelo Roncalli (Juan XXIII) se unió a la rama secular de la orden franciscana antes de ser ordenado, atraído por el énfasis de su fundador San Francisco de Asís de cuidar a los pobres y la paz. El actual papa decidió llevar el nombre de Francisco, una señal de una profunda conexión espiritual.

En una muestra de su admiración, Francisco incluyó a quien fuera secretario privado de Juan XXIII, Loris Capovilla, en su primera tanda de nuevos cardenales, aun cuando a los 98 años, Capovilla estaba muy por encima del límite de edad para votar en un cónclave.

Asimismo, Francisco estaba tan determinado a que Juan XXIII se volviera santo que rompió las reglas del Vaticano sobre canonización al declarar que el Vaticano no necesitaba certificar un segundo milagro atribuido a su intercesión.