“Hoy solo quiero huir”, dice Cecilia Peña, de 73 años, y aprieta sus manos y ojos levemente. El pasado jueves recordaba que su hija, Ximena Landívar, ese día debía cumplir 52 años, pero su desaparición como la de otros 59 pasajeros ha sido un misterio desde el 15 de agosto de 1976 cuando el avión de Saeta, en el que se transportaba, se accidentó en el Chimborazo.
Ella con su esposo, Felipe Landívar y su hermana Bertha fueron parte de la Asociación de Familiares de las Víctimas que se conformó para exigir respuestas sobre el siniestro.
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Han pasado 38 años, pero la nostalgia y susceptibilidad los han embargado nuevamente. La desaparición de 239 pasajeros del Boeing 777 de Malaysia Airlines, el pasado 8 de marzo, les recuerda su propio dolor.
Esta aeronave salió desde Kuala Lumpur con destino a Pekín. Según el primer ministro de Malasia, Najib Razak, el avión habría sido desviado deliberadamente. Hasta el momento no hay rastro y familiares de los desaparecidos, en su mayoría chinos, hacen campañas para incitar la búsqueda.
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Tragedia en tierras ecuatorianas
“Cómo es posible que en el siglo XXI, cuando el mundo se jacta de tener tecnología inimaginable, se repita una historia que involucra la vida de cientos de familias”, lamenta Cecilia y acota: “Vivimos mucho tiempo enajenados por el dolor, me acerqué más a Dios para apoyar a mi hermana Bertha quien perdió a sus tres hijos en la misma tragedia”, asegura Peña.
Otro caso es el de Heidrun Houp, una mujer alemana, quien recuerda que su esposo, Hugo Gallegos, que murió en el 2001, recorrió ciudades sin saber el destino del avión, en el que iba su hijo de 11 años.
En sus grandes ojos celestes hoy se observa serenidad, pero también fuerza para denunciar. “Se burlaron del dolor de todos los familiares”, expresa y comenta que escribió el libro ¿Qué significa el tiempo para una montaña?, en el que relata cada versión, reunión y la presunta falta de acción del gobierno (triunvirato) en el año del siniestro.
La autora, que reside en el país desde 1968, describe que en febrero del 2003, la prensa ecuatoriana sorprendió al país con la noticia de que andinistas hallaron meses antes los restos del avión, en el Chimborazo.
“El hallazgo se mantuvo en secreto, porque el director de un club de andinismo, mayor retirado y exmiembro de la Inteligencia Militar del Ecuador, les pidió a los andinistas que callaran hasta preparar al país para la noticia”, precisa parte del epílogo del libro.
Oswaldo Domínguez, excomandante de la Fuerza Aérea Ecuatoriana (2000-2002), expresó, al momento del hallazgo, que hubo denuncias frecuentes de familiares y que cuando comandó operativos de búsqueda del avión, se tuvo que abandonar la tarea luego de 30 días, pero constantemente hubo informes de que habría aparecido la nave y que se reanudaba la búsqueda, pero sin ningún éxito.
En mayo del 2003 los familiares pidieron ayuda al nuevo gobierno, para que exija a la DAC los resultados de los vuelos de rastreo. Jaime Salazar, integrante de la Junta de Investigación de Accidentes Aéreos de la Dirección de Aviación Civil (DAC), indicó, en el 2003, que esa era la primera vez que esta entidad iniciaba la investigación del hecho, porque en el pasado solo se limitaron a realizar los operativos de búsqueda.
Tras unos días de la noticia, al sitio solo llegaron experimentados andinistas con pocos periodistas, ellos contaron que andinistas en 2002 llegaron al lugar y tras un minuto de silencio, al ver cuerpos mutilados y congelados los botaron a una grieta profunda para protegerlos de miradas curiosas, sin pensar en tomar pruebas de ADN, ni rescatar objetos personales.
Sin respuestas
Por eso las interrogantes prevalecen, más para Houp, ya que en 1981 apareció una foto en una revista quiteña, con un muchacho rubio, con los rasgos que para ella son los de su hijo, junto a una pareja de campesinos. Nadie nunca pudo aclarar la procedencia de la imagen.
Rodrigo Jara, quien perdió a su padre, César Jara dice: “seguramente el impacto provocó un alud que tapó la nave, solo el deshielo permitió el descubrimiento”, dice Jara.
Las tres familias que nos contaron su historia coinciden en que ni la empresa Saeta ni el Estado ecuatoriano se preocuparon de este aspecto. Este Diario intentó concretar una entrevista con Roberto Dunn Suárez, ex gerente general de Saeta, para conocer gestiones o acciones que realizó la compañía a favor de las familias afectadas por el siniestro, pero hasta el cierre de esta edición no se obtuvo respuesta.
Gustavo Vega, médico psiquiatra, quien acompañó a familiares de esta tragedia, indica que muchos se aferraron a la religión o la racionalidad; pero otros lo hicieron de una forma pesimista e incluso agresiva.
Pero, definitivamente, la terapia solidaria entre familiares fue, a criterio del médico, el mejor apoyo. “Cuando una pena se comparte se sufre menos”.
Los desaparecidos dejan un ánimo de reactivación perpetua, esperar que el ser querido esté vivo, en cualquier lugar. Para quienes pierden un hijo, incluso es peor”.Gustavo Vega Médico psiquiatra