Está presente en los discursos, en cadenas de radio y televisión, en los debates en redes sociales, en las marchas y en las pancartas de quienes apoyan o se oponen al gobierno de Venezuela. El presidente Nicolás Maduro llama a combatir “al golpe de Estado fascista”, luego de las protestas de los universitarios, que comenzaron el pasado 12 de febrero y dejan ya 20 muertos; la ministra de Comunicación, Delcy Rodríguez, pide condenar “la violencia fascista” y medios públicos como Telesur hablan de una “amenaza fascista”.

Del otro lado, en la oposición, se acusa al régimen de fascista por reprimir con violencia a los jóvenes e incluso el excandidato presidencial Henrique Capriles pide a los venezolanos no distraerse en “obsesiones persecutorias de estos fachos”, en alusión al gobierno de Maduro.

Más allá de su definición doctrinaria y de su impacto en la historia mundial, la etiqueta de fascista se ha instalado hoy en Venezuela, y en países como Argentina y Ecuador, como un sinónimo de descalificación de adversarios políticos, dirigentes sociales o del gobierno.

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El fascismo nació en Italia, en 1919, como un movimiento político nacionalista de extrema derecha fundado por Benito Mussolini. La Enciclopedia de la política del expresidente Rodrigo Borja Cevallos lo describe como de carácter populista, antiliberal y antisocialista.

Y agrega que el fascismo no es propiamente una ideología política, sino “un conjunto poco coherente de reglas pragmáticas para el ejercicio del poder”, que fue elaborado con el fin de justificar el asalto de Mussolini al gobierno de Italia en 1922 y dar una apariencia justa a sus atropellos dictatoriales.

El fascismo expresa su teoría mediante la fórmula de todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado, y con ello logró establecer un sistema totalitario y de partido único, a través del cual controló a las entidades públicas y sindicatos.

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Su sistema se extendió con esquemas iguales en Portugal, España y Alemania. En este último, cuando Hitler tomó el poder –en 1933, con el partido nazista–, se sumó un aspecto étnico como factor de motivación popular, detalla la Enciclopedia de la política. El alemán incluso imitó de Mussolini el saludo con la mano en alto, que era parte de la historia romana.

Aunque desde entonces el fascismo ha sido asociado con la extrema derecha, autores como Jean-François Revel, en su libro La gran mascarada, enfatiza similitudes de la izquierda y la derecha, y califica de primos hermanos a los fascistas y comunistas, por sus prácticas.

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“No se puede entender la discusión sobre el parentesco entre el nazismo y el comunismo si se pierde de vista que no solo se parecen por sus consecuencias criminales, sino también por sus orígenes ideológicos. Son primos hermanos intelectuales”, señala Revel. Mussolini fue secretario del Círculo Socialista.

Patricia de la Torre, profesora investigadora de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador en Sociología y Ciencias Políticas, coincide en que el fascismo encierra un totalitarismo que puede darse por igual en izquierda o derecha. Y refiere el totalitarismo aplicado por Hitler en Alemania; Mussolini, en Italia; Lenin, líder del Partido Comunista, en Rusia.

Para ella, visto desde el concepto mismo de autoritarismo y control total de las libertades, ni Venezuela ni Ecuador, ni ningún país de América Latina vive en regímenes fascistas. Pero su término es usado por ignorancia, mala intención o con el ánimo de construir un mundo simbólico en el que la gente lo asocie con las figuras que lo propiciaron. “Es una forma de insultar, de agredir, pero estos insultos no reflejan en sí mismo la existencia de un sistema de esta naturaleza”, dice De la Torre.

En ello coincide Felipe Burbano de Lara, analista político de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. “No creo que sea un concepto que se ajuste a la realidad. Pero se utiliza para descalificar al otro, deslegitimar y, al mismo tiempo, justificar acciones violentas en contra de quienes están siendo acusados de fascistas”, explica.

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En Ecuador, la etiqueta no ha estado ausente. El 21 de febrero pasado, Blasco Peñaherrera Solah, presidente de la Cámara de Comercio de Quito, y el asambleísta oficialista Virgilio Hernández tuvieron en la red social Twitter un cruce de mensajes por la publicación de encuestas y una comparación que Peñaherrera hizo al oficialismo con el dictador libio Muamar Gadafi. Hernández lo tildó de fascista.

En Venezuela, el tema se debate desde el chavismo. En septiembre del 2013, el gobierno desarrolló el I Encuentro Internacional Antifascista, a propósito de los 40 años del golpe a Salvador Allende en Chile. Su perspectiva giró en torno a la amenaza a gobiernos progresistas por parte de la derecha.

Del otro lado, los expertos en ciencias políticas e historiadores venezolanos han escrito un sinnúmero de artículos en blogs y sitios webs de universidades para llevar a la actualidad el fascismo e incluso compararlo con el socialismo del siglo XXI.

Ángel Rafael Lombardi Boscán, director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia, indica en el artículo ‘¿Existen realmente prácticas fascistas en Venezuela?’, que independiente de donde venga, un comportamiento político de este tipo representa un atentado contra la ciudadanía.

“No se trata de que uno acuse al otro de fascista y que ese responde igual. Se trata de erradicar el fenómeno fascista. No se puede justificar el fascismo ni de derecha ni de izquierda, eso solo representa los rasgos de una sociedad cerrada, una sociedad de pensamiento único, explotadora, de perseguidores, donde no hay posibilidad de llegar a acuerdos”, indica en la publicación de mayo del 2013, en el portal de la universidad.

Burbano agrega que si bien no se puede hablar de fascismo, hay posiciones que se ubican en una frágil frontera entre autoritarismo y totalitarismo. “Cuando yo descalifico al otro como fascista y paso a reprimir, a usar la violencia, la fuerza en contra de los que se están manifestando en contra mía, de alguna manera pongo un pie en una dimensión totalitaria de la política”.