Un bastón acompaña a la mayoría. Les sirve de guía. Unos llegan solos. Otros con un familiar o amigo. También están los esposos o parejas que llegan al ‘tanteo’. Se instalan en un tramo de la av. 9 de Octubre, en Guayaquil.

Ahí arman sus comercios improvisados. Venden bebidas, artesanías, ropa, caramelos y juguetes. Son más de 15.

Las gafas negras que usan los delatan. Tienen discapacidad visual. No ven por completo o han perdido una parte del sentido de la vista. Entre ellos, están María Chafla, de 37 años, y su esposo, Sandro González, de 40 años.

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Ambos tienen el 100% de discapacidad visual. No ven nada, enfatizan. Se dedicaron al comercio ambulante de aguas, inciensos y de recargas de celulares porque no encuentran trabajo. Es la fuente de ingresos con la que se mantienen; ya que el bono de desarrollo humano ($ 50) que ella recibe lo invierte en la alimentación de sus dos hijos.

María y Sandro ya perdieron la cuenta de las veces en que dejó sus hojas de vida para conseguir un empleo formal.

Pensaron que la ley que obliga a las empresas públicas y privadas a contratar a personas con discapacidad los iba a ayudar.

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“Las empresas creen que los ciegos no podemos hacer nada por nuestra condición, porque no vemos”, dice María.

Quienes padecen de discapacidad visual, intelectual o psicológica (mental) son los que menos posibilidades tienen de ser contratados, según representantes gremiales y de fundaciones, que ayudan a insertar a personas con discapacidad. Un ejemplo. De 1.029 personas que ubicó la Fundación de Desarrollo Social Integral (Fundesi), con sede en Quito, desde el 2002 hasta el 2012, el 3,13% eran personas con discapacidad psicológica; el 4,66%, con discapacidad visual; el 34,19% física y el 50,25% con auditiva.

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Exipión Vinueza, de la Asociación de Ciegos y Amigos de los Ciegos del Guayas, cree que la reinserción laboral de las personas con discapacidad visual no llega ni al 1%, al menos en las provincias de la Costa.

Cuenta que de los 108 socios activos de la asociación a la que representa, unos 12 trabajan formalmente. Y están en áreas de call center (atención al cliente vía llamadas telefónicas). Por ello, agrega, la mayoría se dedica a la venta ambulante o a depender de los familiares.

Dice que el problema no es necesariamente la falta de estudios, porque en provincias como Guayas la mayoría de los socios terminó el bachillerato. En cambio esto no sucede en zonas rurales de otras provincias, como Manabí, en donde muchos no terminaron ni la primaria.

Entre los tipos de discapacidad, la intelectual y la visual ocupan el segundo y el tercer lugar en Ecuador, según el Conadis.

En esta asociación de personas con discapacidad visual conocen casos a los que califican como discriminatorios y atentatorios a la reinserción laboral. Son las historias de tres invidentes de Durán, quienes sin ir a trabajar físicamente reciben un sueldo mensual.

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Ellos, dice Vinueza, están enrolados en empresas legales, pero ahí les dijeron que no vayan a laborar. Que se queden en casa. Cuestiona el accionar del empleador, del empleado y de las autoridades que, dice, no hacen controles rigurosos. Pero añade que él no puede hacer más porque ninguno de los tres invidentes quiere verse “perjudicado”.

Carlos Triviño, de 45 años, quien tiene el 30% de discapacidad visual, dice que se botó de su trabajo a finales de abril porque no estaba afiliado al IESS.

La mayoría de los consultados por este Diario indicaron que en muchas empresas no hay control por parte de las autoridades. Por eso, en algunas no se cumple con la cuota de personas con discapacidad ni se les dan los beneficios de ley.

Entrevistados con discapacidad visual e intelectual dicen que escasas empresas tienen programas informáticos diseñados para sus necesidades. En Guayaquil mencionan a dos.

En una de ellas (Key Factor), Esteban Sarango, quien tiene 65% de discapacidad visual, encontró trabajo, así como María López, con 50% de discapacidad intelectual. Hay 10 en total, con varios tipos de discapacidad y porcentajes del 30% al 100%.

En Quito la situación es menos dramática, allá hay más contratados, dice Wladimir Ganchala, invidente y coordinador del proyecto Ágora, dedicado a la formación y capacitación para esta población en Ecuador.