Es común ver en la cartelera películas que retoman historias ya contadas en el cine, a veces con pocos o nulos cambios, a los que los espectadores vuelven a dar una oportunidad.
El último mes llegaron dos títulos, Los Roses y Drácula, que retoman lo visto en La guerra de los Roses (1989) y al eterno personaje de Bram Stoker, con un aire a la versión de Francis Ford Coppola (Drácula, de Bram Stoker, 1992)
En Los Roses, los actores británicos Benedict Cumberbatch y Olivia Colman interpretan a Theo e Ivy Roses, un matrimonio británico que se va a vivir a California, EE. UU., donde tienen una hermosa familia y una relación que parece feliz, pero que tras el fracaso profesional de uno, y el inesperado éxito del otro, entran en una espiral de rencores que termina al decidir divorciarse. Sin embargo, el final se vuelve casi imposible porque ambos quieren quedarse, pase lo que pase, con la casa, una maravilla arquitectónica hecha por Theo, pero pagada por Ivy. La premisa es la misma que la versión de 1989 dirigida por Danny DeVito y protagonizada por Michael Douglas (Oliver Roses) y Kathtleen Turner (Barbara Roses).
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Si bien la nueva película es divertida y agradable de ver, si ya te viste la primera sabes el final; no lo cambiaron –bueno, no lo hicieron ni con el apellido del matrimonio–. Pero la mezcla del humor british y ‘californiano’ le da un buen toque. Sin olvidar que Cumberbatch y Colman son muy buenos actores que lo hacen impecable con sus personajes.
No puedo decir lo mismo de la nueva versión de Drácula, ahora hecha por el director francés Luc Besson (conocido por cintas como El quinto elemento, El perfecto asesino o Nikita o Lucy).
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Si bien el arte de la película es de muy buen nivel, su protagonista, Caleb Landry Jones, no me convence, quizá por lo enamorado u obsesionado, que lo hace el guion, rayando en lo cursi. Como un paliativo podríamos recordar el nombre completo de la cinta: Drácula; un cuento de amor, lo que podría salvarla para verla en TV un día de descanso en casa.
Como dije al principio, me recuerda bastante al Drácula de la película de Coppola, interpretado por Gary Oldman, quien le dio cierta elegancia aristocrática.
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Regresando a la nueva versión, el personaje del sacerdote Abraham van Helsing, interpretado por Christoph Waltz, le da al menos un apoyo al filme, que tiene entre sus particularidades que los sirvientes más cercanos al conde son pequeñas gárgolas que se ven hasta un poco tiernas y me recordaron a Gru y sus minions. Los memes no han tenido piedad y uno muestra que si le pones un merengue de fondo al conde, parece Elvis Crespo.
A esto hay que sumarle que hace un año ya se había hecho una nueva versión de Nosferatu, que es la historia calcada con pocos cambios.
Los dos filmes muestran la interminable regrabación en el cine. Y si bien es un intento de llegar a nuevas generaciones, ya es cansón. Se extraña que se busquen nuevas historias o al menos tengan diferenciadores destacables.
En otro tema
‘Toy Story’ llegó a los 30 años
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En 1995 el mundo conoció un nuevo tipo de animación con el estreno de Toy Story, que además de marcar la irrupción de Pixar, asociado con Disney, en el mercado cinematográfico, los personajes del filme se ganaron el corazón de muchos niños y sus padres. Tanto así que niños de tres generaciones (millennials, centennials y alfa) han caído rendidos a personajes como Woody y Buzz en sus cuatro películas –además de otras producciones audiovisuales que incluyen una película de Buzz como si fuera de una persona–. Además de que la quinta parte de la saga ya se prepara para estrenarse en 2026. El conflicto de esta entrega es tecnología versus juguetes tradicionales.
Por el aniversario de sus tres décadas, la película original se reestrenó en salas de diversos países, incluyendo Ecuador, esta semana. Y si bien hemos criticado justamente en esta edición el caer siempre en una historia ya contada, hay veces en que las continuaciones de una película pueden hacerse bien. Este es el caso.