“Mi paciente favorita”. Con cariño, un doctor recuerda a su también amiga, la señora MacNeil, de 93 años. A esa edad, la mujer tomó una decisión “autónoma y en su sano juicio”. Congregó a su círculo más cercano en la residencia para ancianos donde vivía, en Toronto, para el último adiós. MacNeil los había invitado a verla morir.
La nonagenaria sabía lo que quería y lo que no. Estaba a punto de recibir asistencia médica para morir, lo que en Canadá llaman “MAID”. Sí, se sometería a la eutanasia.
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MacNeil “quería dejar este mundo por sí misma. Era inteligente y competente, y comprendía su condición médica con precisión”, publica el médico Herag Hamboyan en Huff Post.
Fue un encuentro lleno de abrazos, de palabras dulces, de amor. A segundos del final de su vida, una canción unió aún más al doctor y a su paciente favorita.
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No hay vuelta atrás
La señora MacNeil, en la residencia para ancianos, aquel día se le veía emocionada. Vestía de manera impecable y lucía su maquillaje.
Llegado el momento, “el proceso de la MAID se explicó detalladamente por enésima y última vez”.
A la nonagenaria volvieron a preguntar:
- “¿Está segura de que quiere seguir adelante con esto? No hay vuelta atrás".
- “Sí”, respondió, acostada en su cama.
Ella estaba preparada y contenta con su decisión.
La escena al doctor le puso la piel de gallina. Sabía lo importante que era su presencia para la paciente y amiga.
La salud de la mujer de 93 años, “debido a varias enfermedades debilitantes e incurables, incluyendo el cáncer”, estaba muy comprometida.
“(...) era imposible aliviar su sufrimiento lo suficiente”, escribe el doctor.
“Profesionales de la salud, incluyéndome a mí como su médico de cabecera, sus amigos y familiares apoyaron su decisión, cuidadosamente meditada, de terminar su vida con comodidad y dignidad”, agrega.
¿Estarás ahí para tomar mi mano?, le preguntó a su doctor
¿Cómo faltar a una cita así? Era extraña, pero honraba su palabra.
Cuenta el médico que la paciente le había preguntado: “¿Estarás ahí para tomar mi mano?”
¿Cómo podría rechazar una petición así?, piensa.
“Sentí que sería un gran honor y privilegio, pero me preguntaba si también necesitaría que alguien me tomara de la mano (…) la señora MacNeil era una mujer especial. Sobre todo, quería respetar su deseo y hacerla feliz”.
Una mujer feliz
A la señora MacNeil y a su médico también los unía el lugar donde vivieron: Nueva Escocia, en Canadá.
Sabía el médico que su paciente favorita había vivido su vida al máximo: “Viajó por todo el mundo. Hizo muchos amigos”.
Había enviudado. No tuvo hijos, pero sí sobrinos que la amaron sinceramente. Ellos también estaban presentes para el último adiós.
La despedida
Era la primera vez que el médico iba a ver a alguien morir.
Cuando llegó a la suite donde estaba MacNeil la notó “feliz, incluso triunfante”.
El abrazo fue de amor y agradecimiento. “Me presenté a cada uno de los que estaban en la habitación, incluyendo al médico del procedimiento MAID y me alivió ver que todos estaban serenos y compasivos. Sin duda, eso ayudó a calmar mi aprensión”.
Los regalos de la despedida
Hasta el final, la mujer fue agradecida con su médico y lo sorprendió con un regalo: “un recuerdo de Nueva Escocia. Era una gaviota con botas de goma talladas en madera”.
- “Decidí que eras tú a quien quería dárselo”, dijo MacNeil a Hamboyan.
Las palabras marcaron al médico. Sintió pena y se cuestionó el hecho de no llevarle flores o un oso de peluche para la despedida.
Cuando los medicamentos le fueron suministrados por la vía, el doctor honró su palabra con su paciente y del corazón salió el mejor regalo que pudo darle al momento del adiós.
Como ella se lo pidió, le tomó la mano.
El doctor recuerda:
“Me senté a su lado y le tomé la mano. La miré a los ojos.
Le susurré al oído: “Tengo un regalo para ti, pero no es un regalo físico. Creo que lo reconocerás...”.
Hamboyan abrió su corazón y le cantó “Adiós a Nueva Escocia”. Ella reconocería la letra:
“Así que adiós a Nueva Escocia,
la costa costera.
Deja que tus montañas sean oscuras y lúgubres,
Porque cuando esté lejos, sacudido por el océano salado,
¿alguna vez suspirarás o pedirás un deseo por mí?”
Los medicamentos entraban lentamente en sus venas.
MacNeil “cerró los ojos y, con esa encantadora sonrisa aún en los labios, se adentró con suavidad en esa buena noche”.
“Las cosas que me dijo ese día cambiaron mi vida”, narra.
Ocurrió lo que la mujer decidió. La habitación quedó en silencio. “Tuve que buscar un pañuelo para secarme las lágrimas”.
El doctor de cabecera se describe hoy libre de cuestionamientos, “más cómodo… después de ver morir a la Sra. MacNeil”.
En la gaviota con botas de goma talladas en madera está el recuerdo de la paciente favorita de Hamboyan. También están presentes Nueva Escocia, el respeto y el amor. (I)