Siempre he pensado que las palabras, las oraciones, los párrafos y, en general, los textos bien escritos tienen cierta musicalidad que facilita su lectura. Pero esa melodía discursiva no es estrictamente funcional, sino que trabaja como una especie de vitrina que permite a los demás asomarse a un segmento de nuestra esencia más profunda. “Adivinamos si tras las palabras se halla una persona cultivada, un gañán, una víctima de la sociedad, un aburrido, un ególatra, un brillante conversador, una persona inteligente o alguien que no ha sido acostumbrado a razonar”, indica el periodista español Álex Grijelmo en su libro Defensa apasionada del idioma español.

Redactar bien no es asunto exclusivo de poetas, escritores o periodistas, sino una cualidad social que ayuda a cada ser humano a ganarse el respeto y hasta el cariño de los demás. ¿Cuántas parejas han nacido gracias a la contundencia de un mensaje bien elaborado y con las palabras precisas? De igual manera, ¿cuántos trabajos se han perdido cuando el jefe observa los tropiezos ortográficos o sintácticos de su subalterno? No existe el corrector de Word que pueda reparar un texto mal elaborado desde su médula.

Aunque tampoco se trata de redactar como sabihondo. La periodista y escritora española Rosa Montero expresó durante una conferencia vía Zoom, dictada en septiembre durante la anterior Feria Internacional de Libro de Guayaquil, que escribir de manera sencilla generalmente requiere pensar mucho. “Lo mejor es lo más simple”.

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Ese “pensar mucho” tiene relación con desarrollar una conciencia autocrítica sobre nuestros propios textos para, en lo posible, corregirlos antes de ser enviados. Los errores de redacción que se deslizan suelen ser los mismos o parecidos, según observo cuando reviso boletines de prensa, comunicados, invitaciones, correos y hasta mensajes por WhatsApp, vía digital que me sugiere que el ser humano –sin importar su edad, ocupación, condición social o nivel de educación– nunca antes había dedicado tanto tiempo de su rutina diaria a escribir.

¿Usted tiene idea de cuántos mensajes elabora y envía en cada jornada a través de las diferentes vías que suele emplear? En este nuevo año atrevámonos a darles una revisión extra para evitar errores perfectamente predecibles y que posiblemente estén arruinando el ritmo de nuestros escritos.

1. Nunca emplear hubieron como existencia. El verbo haber no presenta cambios en su plural cuando expresa presencia de algo. Así, lo correcto es “hubo (no hubieron) manifestantes en las calles”, “había (no habían) cuatro libros sobre la mesa”, “esperemos que haya (no hayan) soluciones al conflicto”. Realmente impresiona la masiva presencia de este error en los textos, sobre todo con el inapropiado uso del hubieron.

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2. Si hubiera, habría. “Si hubiera una desobediencia, habría consecuencias”. Ese es el manejo más claro y eficaz del condicional, aunque la Real Academia Española también señala como correctas las construcciones “si hubiera, hubiera” y “si hubiera, hubiese” (o viceversa), las cuales, sin embargo, pueden generar cacofonía o falta de claridad. Por ello, lo recomendable es “si hubiera regresado a la ciudad, habría visitado a su mamá”. Lo mismo funciona con todos los verbos. “Si ella estudiara más, tendría mejores calificaciones”. “Aunque se negara, igual debería viajar”.

3. Preferir las construcciones sujeto, verbo, complemento. Parece una recomendación obvia, pero la rapidez con que solemos escribir provoca que ignoremos el orden lógico de una oración y, por lo tanto, creemos espantos desafinados cargados de elementos y de difícil comprensión. Ejemplo: "Lo que quiso decir José fue que sean puntuales". Lo correcto: "José quiso decir que sean puntuales". "Caminó sin rumbo el borracho por la calle desolada". Lo simple y adecuado: "El borracho caminó sin rumbo por la calle desolada".

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4. Jamás ahogarse en un vaso de agua. Evitar los lugares comunes, es decir, frases hechas. Resulta horrible leer o escuchar que alguien “ha puesto su granito de arena” en alguna actividad o que un poblado celebró sus fiestas “con bombos y platillos” o “con broche de oro”. Estos comentarios le restan originalidad a un texto. Aquí otros: (algo) que no podía faltar, (algo) que no se hace esperar, (algo) que sucede a vista y paciencia de (alguien), (alguien o algo) brilló por su ausencia, (alguien) brilló con luz propia, (realizar una acción) contra viento y marea, (un evento) que se cerró con broche de oro, (una situación) entró en la recta final…

5. Eliminar palabras innecesarias. La norma general en la redacción periodística (y en todo tipo de redacción) es eliminar la verborrea para brindarle al lector ideas claras y directas. Eliminemos palabras que están sobrando. En esa revisión podemos detectar frases coloquiales como es lo que, las cuales suelen deslizarse cuando hablamos, pero resultan insufribles en el texto escrito (los monosílabos agrupados detienen el ritmo de la lectura). Por ejemplo: “La basura es lo que daña nuestras playas”. Mucho mejor: “La basura daña nuestras playas”.

6. Evitemos las repeticiones. Tengo la impresión de que los ecuatorianos solemos duplicar o triplicar las mismas ideas para afianzar nuestro mensaje, quizás porque consideramos que nuestro interlocutor o lector anda distraído y necesita esa reiteración. Eso funciona en ciertas oportunidades, pero los textos con esa particularidad son redundantes y desgastan la atención del lector. Aquí algunos ejemplos: “El ladrón no dijo la verdad y nos engañó a todos”. ¿Acaso no es lo mismo decir: “El ladrón nos engañó a todos”? A menudo recibo boletines que indican: “La reina electa es una chica hermosa, bonita y guapa”. Podemos ahorrar tinta solo escribiendo: “La reina es hermosa”. Observemos esta oración: “El banco regala un reloj totalmente gratuito a sus clientes”. Creo que todos coincidiremos en que es mejor así: “El banco regala un reloj a sus clientes”.

7. Prefiramos los verbos en afirmativo. Esto permite eliminar el no en las oraciones y lanzar ideas más claras. Evitemos: “El presidente del gremio no aceptó la propuesta”. Mejor: “El presidente rechazó la propuesta”. Otro ejemplo: “El director de turismo no sabe las novedades”. Mejor: “El director de turismo ignora las novedades”.

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8. Evitar la cacofonía. Esta puede generarse por la repetición de sonidos o, peor aún, de las mismas palabras. Este propósito se resuelve al emplear sinónimos válidos. Grijelmo presenta un ejemplo extraído del titular de un diario español: “La mata a hachazos”. Aunque también destaca un caso extraordinario con una válida (y hermosa) cacofonía de Gabriel García Márquez en Cien años de soledad: “Siempre con su cloqueante cacareo de gallina clueca”.

Estos son solo unos pocos casos. Escribir textos es un acto muy complejo, tanto que no existe el redactor perfecto que logre vacunarse definitivamente de la posibilidad de equivocarse.