Hace semanas que una de las principales noticias del mundo es el incendio de algo más de 500.000 hectáreas de la selva amazónica. Unos dicen que los incendios son intencionales y otros que esto pasa todos los años, pero que esta vez lo magnifican para jorobarlo a Jair Bolsonaro. El presidente de Brasil es, cara al resto del mundo, el responsable de la Amazonía y esta es de todo el mundo porque es su principal pulmón (es curioso cómo fuera de nuestra América ni se les ocurre pensar que la Amazonía incluye a por lo menos nueve países del continente, incluida la Francia colonialista). Fue así como entre Bolsonaro, Merkel y Macron se empezaron a enviar mensajes nada diplomáticos sobre la Amazonía, el dinero prometido por Angela Merkel, la mujer de Emmanuel Macron y otras cuestiones difíciles de valorar en esta columna. El punto más fuerte llegó cuando Bolsonaro le dijo a Merkel que los euros que le iba a dar para cuidar la selva amazónica podía metérselos… perdón, que podía usar esos euros para reforestar Alemania, ya que si es cuestión de que haya más selvas, qué importa si es en Alemania o en Brasil… 

Mientras se quema parte de la Amazonía, los sudamericanos tenemos que pensar qué vamos a hacer para evitar un hipotético, pero bastante posible, incendio a gran escala de nuestra selva o de nuestras explotaciones forestales. No tenemos aviones hidrantes ni medios adecuados para combatir con un mínimo de eficacia los incendios forestales. Cuando se quema un bosque en cualquier lugar de nuestra América le rezamos al buen Dios para que mande lluvia, pero no nos acordamos de que Dios solo actúa si nosotros ponemos nuestra parte. 

En la Argentina intentamos apagar esos incendios con avioncitos que tienen que aterrizar en un aeropuerto para cargar 2.000 litros de agua con mangueras de jardín; luego vuelven a despegar y viajan hasta el incendio para vaciar el agua que apenas logra llegar a las llamas. En Chile y en Bolivia tuvieron que alquilar antiguos aviones de pasajeros convertidos en aviones tanque, preparados para bombardear con agua la selva, pero hay que cargarlos también con mangueras en aeropuertos sin infraestructura en un proceso que lleva horas, además del tiempo que lleva el aterrizaje y despegue. Hace años que en Canadá y en Rusia se fabrican aviones especialmente diseñados para combatir incendios forestales. Son naves anfibias que cargan el agua a gran velocidad acuatizando en ríos y lagos y descargan millones de litros de agua en pocas horas. El problema es que no tenemos ni uno de esos en toda nuestra América. 

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Los incendios en la Amazonía están reclamando con urgencia la unión de los americanos para prevenir nuevos posibles desastres naturales en todo el continente. En lugar de reunirnos para insultarnos y decidir si somos o no democracias, deberíamos pensar en un plan común de prevención y manejo de catástrofes naturales. Si los europeos se creen con derecho a proteger el oxígeno de nuestras selvas es porque respiran ese aire, pero sobre todo porque son ellos los que tienen los recursos para protegerlas. (O) gonzalopeltzer@gmail.com