Era preadolescente cuando leí la primera definición de patria; estaba en italiano bordada en la mochila de un campamentero. Decía algo así como “mi patria es allí donde voy”. Como me pareció inteligente se lo señalé a mi padre, que cargaba combustible en una estación de servicio del Peloponeso. Vino a asegurarse lo que decía la mochila y a regalarme un reto memorable: “¡La patria no se elige!”.

“La patria es la infancia”, dicen que dijo Rainer María Rilke, y ya se ve que es mucho mejor citar a un poeta y filósofo que a una mochila. También lo dijeron Gabriela Mistral, Luis Landriscina y millones de personas. Nos gusta lo que nos gustaba cuando éramos pelados: los olores, los sabores, el clima, las tardes, la noche, el verano… Patria son los hermanos, las peleas, las cicatrices, los chichones. Patria es el pastel y los patacones en la mesada de mármol de la cocina. Patria es el café con leche, el pan con manteca, el olor de las tostadas, el zapato que aprieta y la ropa que pica.

Patria es donde enterramos a los muertos y donde descansan nuestros antepasados, pero en países de inmigrantes, como la Argentina, esa suele ser la madre patria: la patria de nuestros abuelos o bisabuelos, de donde vinieron a fundar una patria nueva, una que recién estaba despuntando los primeros dientes. La patria que es un proyecto de muchas generaciones y no de una sola, como quizá suponen los que se cansan de esperar que los sudamericanos salgamos de la adolescencia.

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Patria viene de padre, o de padres, que incluye a la madre, sin necesidad de dialectos inclusivos. Es que la patria es más madre que padre, como llaman los Popof a la Madre Rusia. Y por ser sobre todo madre, los deberes para con la patria son parecidos a los que tenemos con ellas.

Hace ya un mes terminó en Córdoba (Argentina) el Octavo Congreso Internacional de la Lengua Española. Hubo de todo, hasta inclusivistas imponiendo inclusividades, porque –autoritarios– no saben que a la lengua la hacemos los hablantes hablando. Hubo lingüistas, poetas, ensayistas, novelistas y noveleros. Puristas de la lengua, académicos, profesores, maestros y muchos periodistas, que somos los usuarios más urgentes de la lengua. Allí Joaquín Sabina acuñó con su voz de gin-tonic otro concepto de patria, que tampoco es de Sabina y que es más actual que todos los que hemos repasado: “La patria, señoras y señores, es la lengua”.

En el mundo de hoy las fronteras son las del idioma y resulta que hay muchas más que las del mapa y la geografía, porque países hay 194 en la ONU y 211 en la FIFA; lenguas, en cambio suman unas 7.000, aunque el 90% de ellas no llega a 100.000 hablantes. Los suertudos que tenemos al castellano como lengua madre somos una patria de 600 millones y 850 si contamos a los del portugués, que es casi lo mismo. Piénselo en positivo y con visión de futuro, estratégica; de mercado si quiere: 850 millones de compatriotas. No me diga que no es genial. (O)
gonzalopeltzer@gmail.com