“Me pareció un plomo y la vi hasta la mitad”, decía un amigo aguerrido y muy frecuente adversario en diatribas cinematográficas. Todo venía por Roma, que él acababa de ver después de mis recomendaciones. Para mí, la obra cimera de Alfonso Cuarón es también la más personal: en el cine no recuerdo una memoria autobiográfica de este calado desde Amarcord (1974), de Federico Fellini.

En Roma sentí una especie de sensibilidad común muy latinoamericana hacia nuestras realidades sociales, haciéndonos advertir el centro de la historia (que nunca sigue una narrativa usual) a través de la persona que menos importancia parece tener en un hogar típico: una empleada doméstica. No se pierdan esta película. La Revista celebra hoy su triunfo internacional con el reportaje de nuestra columnista Connie Hunter sobre el bello barrio donde todavía está la casa en que creció Cuarón.