Tal como nuestro cuerpo exige un cuidado saludable y un mantenimiento prolijo para garantizar su buen funcionamiento, nuestra mente necesita estar libre de obstrucciones, presiones y cargas negativas que puedan entorpecer su libre flujo y la alejen de uno de sus objetivos primordiales: presentarnos una visión realista, equilibrada de la vida, y proveernos de recursos para adaptarnos a los cambios y resolver los problemas que tengamos que enfrentar en este recorrido hacia nuestro destino. Pero a nuestra mente no le damos el mismo trato que a nuestra salud física. Cuando tenemos una afectación emocional no reaccionamos prontamente y buscamos sus causas, ni diseñamos un plan de acción para neutralizar sus efectos, sino más bien tenemos la tendencia a esperar a que desaparezca por sí sola en el tiempo (a diferencia, por ejemplo, de un fuerte dolor de oídos, que atenderíamos enseguida). Las heridas emocionales pueden no incapacitarnos visiblemente, pero crearán estrés, que poco a poco irá minando nuestra resiliencia y en un momento dado, al superar nuestro límite de tolerancia, puede desencadenar una crisis emocional.