Cuando salió de Venezuela en el año 2015, José Lugo estaba en el tercer semestre de la carrera de Administración de Empresas en una universidad de ese país. Mientras estudiaba consiguió un trabajo a medio tiempo para con ello pagarse los estudios.

La situación en Venezuela se complicó y decidió abandonar sus estudios y su familia, que vivía en la localidad de Aragua, y migrar. El primer país al que acudió fue Colombia.

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Jorge Hoyos, el artista que lleva por las calles del centro de Guayaquil a sus títeres que bailan al ritmo del saxofón

En los cinco años que estuvo allí consiguió trabajos temporal y luego se movió a Guayaquil. En el Puerto Principal conoció a alguien quien lo impulsó a explorar el mundo artístico. Aprendió a hacer malabares, incluso, con fuego y a manejar a los títeres.

José asegura que la primera vez que tomó uno de los muñecos de tela en sus manos sintió una conexión muy fuerte. Ese pequeño artículo elaborado con gamuza, peluca y atado a una estructura de metal le inyectó vitalidad.

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“No tuve una formación artística, pero con mucha práctica y siendo autodidacta en casa, fracasando y volviendo a hacerlo, fue adquiriendo experiencia”, relata el joven.

Él cuenta que los primeros días en los que aprendió a manipular los títeres dormía incluso con ellos. Mientras dominaba la sincronización con los muñecos tuvo lesiones con sus manos, codos y dolor en los brazos por la posición que mantenía varias horas al día.

José Lugo durante presentación en las calles Manuel Galecio y Esmeraldas. Foto: José Beltrán

Le costó meses lograr que el títeres se mueva al mismo tiempo que él gesticulaba.

“La sincronización de las cosas es lo más difícil. Es como ponerle mi voz a la muñeca o al títere. Hay que estar siempre coordinado y no perderse. Luego de un tiempo uno ya lo hace sin pensar, por inercia”, dice.

Desde hace cinco años, Lugo acude a zonas del centro de la ciudad junto a títeres que él elaboró. También al Malecón Simón Bolívar en donde logró tener un espacio para realizar presentaciones itinerantes.

Un día, relata, se lanzó a coser y a pegar indumentaria a muñecos para darles una personalidad y así ampliar su catálogo para sus pequeñas presentaciones en semáforos y en fiestas infantiles, a donde ha llegado en este último lustro.

Por ejemplo, María, Tito, Toño y Antonieta tienen su historia marcada. Tito y Toño suelen ser personajes costeños o mexicanos con sus sombreros y camisas coloridas. Las mujeres, en cambio, pueden caracterizar a cantantes.

“Yo a ellos les inyecto vida con lo que hago, con la música que les doy cuando me presento en esos segundos en el semáforo y ellos (los títeres) me inyectan energía y me motivan a seguir”, cuenta Lugo.

En el tiempo que lleva en Ecuador, el venezolano ha vivido del arte en las calles. Aunque no descarta en algún momento poder volver a estudiar y alcanzar esa meta que dejó hace 10 años en Venezuela.

“Yo quisiera volver o establecerme en algún sitio y terminar aquello que empecé. Yo siempre quise ser trabajador de una empresa, llegar a ser un gerente, estaba estudiando para eso, pero se quedó en pausa”, manifiesta el joven.

En Ecuador, especialmente en Guayaquil, ha recibido aplausos y palabras motivadoras de personas que se detienen a cruzar ciertas palabras con él durante la luz roja.

‘No debe morir el arte de las marionetas’, dice Jorge Luis Pérez, el artista guayaquileño que lleva más de 30 años con su teatrino y muñecos

“Ellos me dicen que lo hago bien, que no abandone, que todo se puede y eso, eso es lo que más motiva a seguir con una sonrisa y a no abandonar mi sueño de estabilizarme y lograr cosas para mi”, cita.

En Aragua, Venezuela, están sus padres a quienes apoya desde el Puerto Principal.

“Yo trabajo mucho con la vibra, con el positivismo. Recuerdo a mis padres, recuerdo lo bueno que me dice la gente y voy para adelante. La vida en los semáforos es difícil, pero estamos para alegrar a la gente, para sacarles una sonrisa y hacerlos olvidar de las cosas, no para contagiarles el mal día que uno pueda tener”, afirma. (I)