A lo largo de su historia, Guayaquil ha sido azotada por pestes, ataques piratas e incendios. Muchos de estos acontecimientos generaron que la ciudad resurja con ímpetu y gallardía.

Uno de los incendios más devastadores que soportó la urbe porteña fue el del 5 y 6 de octubre de 1896. Según reseñas municipales, las fiestas de independencia se prepararon con mucha antelación, pues ese año se tenía previsto que se realice una convención en el edificio de la Gobernación en la que se definiría el nuevo estado geopolítico de la nación que había sido propuesto por el presidente Eloy Alfaro y en el que Ecuador se convertiría en un estado confederado.

La mañana del 5 de octubre de 1896, los porteños realizaron sus actividades cotidianas sin imaginar que vivirían una de las más grandes tragedias.

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El incendio se inició en el almacén de lencería La Joya, de propiedad de Manssevitz & Bowski, situado en las calles Malecón entre Pichincha y Aguirre, cerca de la medianoche.

Comenzaron a contaminarse las tiendas de José Feldman, el bazar Parisién de Alejandro Meret, la Capital y otros establecimientos comerciales que colindaban con el edificio de la Gobernación del Guayas.

En este inmueble se trabajó rápidamente para apaciguar las llamas. La sede del Gobierno no sufrió mayores daños y esa labor no permitió que el fuego se extienda hacia el sur.

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En esa época, los incendios eran alertados a la población por el sonido de campanas. Sin embargo, muchas personas no tomaron en cuenta esta señal. En menos de una hora, el fuego se había extendido varias manzanas, debido al fuerte viento.

La compañía de bomberos Salamandra fue la primera en acudir a la emergencia. Por la magnitud del evento, se sumaron también Salamandra n°2, La Independencia n°15, Sucre n°17, La Unión n°17.

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Pero sus esfuerzos eran en vano, pues las llamas eran voraces e incontrolables. Pronto el fuego se extendió de este a oeste por la calle Aguirre, de norte a sur por el Malecón, y en el sureste por 9 de Octubre.

Ciudadanos intentaron apoyar a la labor de los bomberos, sin éxito. Muchos de ellos, por miedo a morir quemados, se lanzaron al río Guayas. Algunos se embarcaron en botes o canoas para refugiarse en el sector La Atarazana, norte.

También intentaron rescatar sus objetos poniéndolos a buen recaudo en las plazas de La Merced y San Francisco, pero las llamas alcanzaron estos sitios quemando estos enseres.

El incendio se extendió durante 48 horas. Los porteños veían impotentes como se iba destruyendo lo que habían logrado con tanto esfuerzo.

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En horas de la madrugada del 7 de octubre el fuego comenzó a dar tregua. La ciudad estaba totalmente destruida. De los inmuebles solo quedaban cenizas, había cuerpos carbonizados en las calles, otros murieron ahogados en la ría.

En el hospicio y La Atarazana se construyeron refugios para los damnificados. El incendio dejó a 25 000 personas sin hogar. Noventa manzanas se quemaron y se destruyeron casi 1500 viviendas, desde Malecón hasta la calle Santa Elena, y desde Clemente Ballén hasta el cerro Santa Ana.

La iglesia San Francisco quedó en ruinas. En este sitio reposaban los restos del prócer de la independencia José Joaquín de Olmedo, que también se perdieron con el fuego.

El edificio de las Aduanas, la imprenta del diario El Tiempo, La Nación, los bancos Territorial e Internacional se consumieron durante el incendio.

José María Carbo, gobernador de la provincia, decretó el estado de emergencia. El presidente Eloy Alfaro destinó un fondo de 10 000 sucres para ayudar a las familias que perdieron sus viviendas por el fuego y para la construcción de carpas para los refugiados.

También emitió un decreto de subvención en favor del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil, entidad que recibiría 2500 sucres mensuales durante cuatro años para reforzar el equipamiento de unidades.

Según reseñas, una de las hipótesis de la causa del gran incendio fue un presunto sabotaje a la convención nacional que realizaría Alfaro el 9 de octubre en la Gobernación.

El principal sospechoso fue el ciudadano lojano Juan Tello, que según versiones de testigos, lo habían visto prender fuego a varias viviendas.

Aunque él insistió en su inocencia durante el juicio fue hallado culpable y condenado a morir fusilado, hecho que sucedió frente al edificio de la Gobernación. Tiempo después, se demostró su inocencia. (I)