La vida terrenal se agota para April Fenk, una madre de tres hijos de Nueva Orleans, Estados Unidos. En junio de 2024 le diagnosticaron un cáncer de cuello uterino muy agresivo.
April tiene 38 años y es madre de tres: Ethan, de 15 años; Eli, de 11 años; y Ezra, de 6.
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Una prueba de Papanicolaou arrojó resultados anormales seis meses antes de su diagnóstico, pero pospuso ir al médico por su trabajo como anfitriona en un popular bar de Nueva Orleans.
Decidió que no quería un funeral convencional donde la gente dice cosas que la persona fallecida ya no puede escuchar. Por eso decidió organizar una fiesta de despedida con sus familiares y sus amigos más cercanos.
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“Me siento verdaderamente contenta, porque he sentido amor y sigo sintiendo amor cada momento de cada día, gracias a todos ustedes en esta misma sala”, dijo April Fenk en su discurso durante la fiesta, cita Business Insider.
Un cáncer de cuello uterino poco común
Su cuerpo colapsó un día mientras trabajaba en su jardín. Notó un flujo de sangre que corría. Se envolvió en una manta y se fue al hospital.
“Nos quedamos devastados cuando el especialista dijo que tenía un cáncer de cuello uterino poco común. Dijo que era agresivo y que me quedaban entre un año y dieciocho meses de vida, incluso con tratamiento”, relata.
Sus hijos sufren al verla en quimioterapia y perder su cabello. Ella ha tratado de explicarle lo que le ocurre con las palabras más adecuadas.
Sin tiempo para llegar a Acción de Gracias y Navidad
Al saber que lo más probable es que no pueda celebrar las fiestas de Acción de Gracias, el 27 de noviembre, y Navidad, en 25 de diciembre, organizó su fiesta de despedida.
Para eso se compró un hermoso vestido brillante. Ese que nunca usó para casarse o graduarse. “No me había casado con un elegante vestido blanco. Y me perdí el baile de graduación de la preparatoria”, subraya.
Se mudó junto a sus tres hijos con sus padres. Por nueve meses recibió quimioterapia, inmunoterapia y radioterapia.
“Fue agotador y desmoralizante. Pasé de ser una madre independiente que corría de un lado a otro a ser increíblemente débil. De 1,72 m de altura, bajé a pesar 52 kilogramos”, describe.
Luego de la fiesta dice que reflexiona sobre esa noche.
“Hubo muchísima emoción y llanto, sobre todo mío. Pero también hubo felicidad. Al principio, me retocaban el maquillaje constantemente por las lágrimas, pero después de un tiempo, ya no me importó”.
“Me siento más serena. Me trajo paz y un poco de consuelo para lo que está por venir”. (I)