El último año, una de las películas de las que más se ha hablado en el cine español es La infiltrada, de la directora Arantxa Echevarría (Bilbao, 1968). La aceptación de público y crítica la llevó a ganar el premio Goya –máximo galardón de su país– como mejor película (en conjunto con la cinta El 47). Y luego, en los Premios Platino, que reconocen a lo mejor del cine y las series de Iberoamérica, ganó el premio del público por película, actor y actriz.
En este último evento habló con este Diario de su trabajo y otros temas relacionados con las producciones que abordan temáticas sensibles, y de la vida real, como la de esta película: una agente infiltrada en el grupo terrorista ETA.
¿Cómo llegaste a la historia y por qué decidiste contarla siendo tú –como vasca– también parte de esta historia?
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Fue una propuesta de Mercedes Gamero, Pablo Nogueroles y María Luisa Gutiérrez, los productores, que me dijeron: “Hay una historia de una chavala que estuvo ocho años infiltrada en ETA y que nadie sabía esta historia, que además ella desmontó todo un comando y salvó muchas vidas”. Y dije: “¿Cómo? Yo quiero hacer eso, pero quiero escribir el guion y quiero que Carolina Yuste sea la protagonista”. Gracias a Dios, me dejaron hacer todo eso y a partir de ahí ha sido un viaje emocional muy fuerte, porque yo soy del País Vasco, de donde era la banda terrorista ETA. Yo viví esos momentos de lucha de la sociedad contra el dolor y el terror; y, entonces, ha sido un viaje también a mi infancia, a mis orígenes, y ha sido un viaje difícil, con mucho temor y mucho respeto, porque estamos hablando siempre de víctimas, de seres humanos que han fallecido en este proceso.
¿Fue un reto mayor?
Un reto muy grande. O sea, no tiene nada que ver con nada, porque estás hablando de seres humanos que están vivos, Tanto los etarras como los policías, como la propia Arantxa, la protagonista, y de seres humanos que han muerto y que estás hablando de sus familiares. Por ejemplo, a la hora de escribir el guion, queríamos representar el atentado a Gregorio Ordóñez, que nos parecía muy importante porque era un político, no era un militar, no era un policía, y porque pasó a las tres de la tarde en un restaurante, a la luz del día, y era como muy soberbia la banda terrorista. Y para eso tuvimos que hablar con la familia de Gregorio Ordóñez para pedirle permiso. Y ya no solo eso, rodamos la secuencia y le pusimos la película a la familia para que nos dijera si podemos seguir usando el atentado de su familiar. Y es muy emocionante cuando terminas de ver la película y ves que su hijo, que tenía 2 años cuando pasó, reacciona y te abraza después de ver la película. Entonces, imagínate el respeto y el miedo, sobre todo mucho miedo, de no representar bien una parte de la historia y una parte de las vidas de seres humanos.
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¿Cómo crees que hay que abordar los temas sensibles?
Desde el máximo respeto y la máxima información. Es decir, nosotros hablamos con todos los policías que están en el operativo, hablamos con familiares de las víctimas; solo nos faltó hablar con gente de ETA, porque no quisieron, nosotros lo intentamos y no quisieron, pero sí que hablamos con parte de la izquierda abertzale. Entonces, cuando ya tienes toda la información, obviamente desde que te pones a filmar y pones la cámara en un sitio y no en otro, ya estás haciendo un juicio de valor, estás expresando tu opinión al respecto. Y yo creo que era muy importante que yo fuera vasca y que hubiera vivido esa época, porque mi opinión fue la que yo viví, que es el dolor, que es el miedo y el silencio. Y yo quería hablar de eso y dejar muy claro que no hay que blanquear a los malos ni blanquear a los buenos, que todo es una gama de grises.
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“ (...) no he estado (en Ecuador). Me encantaría que me invitases”.
Esto fue una temática cercana a ti, pero hay otras que también es complicado tratarlas.
Sí, sí. Hay una cosa también muy grave que es la autocensura. Yo soy la primera que tiene mucho miedo a contar cosas que de pronto te puedan poner bajo la luz de la opinión pública y que cometas un error. Y somos los primeros que nos autocensuramos, los directores. Pero yo creo que yo ya no le tengo mucho miedo a eso, porque me he dado cuenta de que cada vez que me he autocensurado nos hemos perdido algo. Me he perdido yo algo de verdad, me he perdido algo de realidad. Entonces, yo daría el consejo de a por ello (seguir, hacerlo), siempre a por ello.
Volviendo a la película, ¿cómo lograste ese gran tándem entre Carolina Yuste y Luis Tosar?
Pues sabes que son dos grandes actores. Yo poco tuve que hacer. Una anécdota que siempre cuento. Hay una secuencia en un hospital en que él la abofetea y están llorando; que vi la primera toma, me quedé así (sorprendida) y dije: “Esto es perfecto”. Pero, claro, todo el equipo te mira; eres el director, dices: “Corten”. Se me acercaron Luis y Carolina y dije: “No tengo absolutamente nada que deciros, porque ha sido perfecto, pero todo el mundo me mira y tengo que fingir que os dirijo. Por favor, podéis fingir que os estoy dirigiendo”. Y entonces Luis de pronto dijo: “Vale, lo he entendido, Arantxa, gracias. Eso es lo que falta, hagamos otra toma”. Es que son grandes. Cuando estás trabajando con gente con una sensibilidad emocional, con sentido del humor, que también es importante a la hora de trabajar, tan grande y que sean tan buenos compañeros porque se retroalimentan. Cada secuencia juntos, se volvían más grandes. Yo tenía poco que hacer más que decir: “corten” y “acción”.
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¿Conoces Ecuador?
Conozco muchísimo de fútbol de Ecuador por mis hijos. Porque les gusta el fútbol y me dicen: “Este jugador ecuatoriano es buenísimo”.
Y conozco muy poco (del país) y me encantaría que me invitases. Tengo amigos de Ecuador, pero sinceramente no he estado, por lo cual conozco poquito. (E)