En varias partes del mundo han surgido historias de personas que han estafado o, al menos, han tratado de hacerlo a través de supuestas ventas de monumentos o bienes que le pertenencen en realidad al Estado, como el caso del hombre que estafó a un extranjero al venderle la torre del reloj público de Guayaquil, conocido como el Cuentero de Muisne.

Este tipo de engaños también se han desarrollado en Europa. Específicamente en París, Francia, Víctor Lustig, un hombre que se hacía llamar conde, vendió no una, sino dos veces el ícono de esa ciudad, la Torre Eiffel.

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El diario El Clarín desempolvó este relato que tuvo dos escenarios, europa y Estados Unidos.

Lustig, nació en 1890 en la región del imperio austrohúngaro que con el tiempo se conocería como Checoslovaquia. El conde hablaba cinco idiomas y poseía un extenso conocimiento en cultura general.

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Había adquirido conocimientos para representar cualquier papel (llegó a tener 25 identidades) y ganarse la confianza de los demás, sea quien fuese.

En mayo de 1925, el conde, se hospedaba en una habitación de un lujoso hotel de París. Estaba en uno de los salones junto a su amigo Daper Dan Collins, otro estafador, y leyendo el diario cuando le llamó la atención una pequeña noticia relacionada con la Torre Eiffel, construida en 1889, estructura que necesitaba urgente mantenimiento pero su costo era alto, al punto que se especulaba si sería más barato derrumbarla.

En la mente de Lustig se armó una engaño para beneficiarse. El hombre de 35 años contrató a un falsificador para elaborar sellos y papelería del gobierno y así armar un proceso de contratación ficticio, con el objetivo de convocar a cinco importantes chatarreros que se interesaran en ganar un contrato para derrumbar esa estructura. Además del dinero que el contratista ganador recibiría por el trabajo también se beneficiaría con el hierro.

Le envió una carta los chatarreros, a quienes los citó en una sala de un lujoso hotel y les contó la supuesta necesidad del Gobierno. Les dijo que se trataba de un asunto confidencial. Con ello se blindó para que todo se mantuviera en reserva.

¿Cómo se benefició de este supuesto concurso? Pues identificó al chatarrero que podría embaucar y así fue: Le sugirió que podía hacerlo ganar a cambio de una ayuda. Sí, una ayuda económica. Cuando el chatarrero le entregó el soborno, Lustig huyó de Francia. La persona estafada prefirió no denunciarlo y todo se enfrió.

Después de cuatro meses, cuenta El Clarín, Víctor se sintió seguro y regresó a París. Volvió a citar a otros chatarreros, repitió todos los pasos y vendió la torre por segunda vez. Recibió otro millonario soborno pero ahora, al descubrirse el fraude, sí hubo denuncia y el conde huyó hacia los Estados Unidos.

En la tierra de las oportunidades, Lustig buscó la manera de hallar otra oportunidad de embaucar. Ahora buscaba inversionistas de una supuesta actividad bursátil que prometía duplicar el capital.

En ese país, el conde conoció al mafioso Al Capone: "Lustig había llegado a Capone por boca de algunos capitalistas de juego de Chicago. Le dijeron que el conde era un hábil inversionista y que tal vez valdría la pena recibirlo unos minutos".

El encuentro se concretó. Capone se dejó sorprender por los modales y el lenguaje que usaba el europeo, pero lo que le despertó mayor interés, según el relato, fue la operación bursátil que Lustig le propuso. Una inversión que se duplicaría con el pasar de 60 días.

"Aquí hay 50 de los grandes —le dijo Capone—. Son todos mis ahorros. Espero que tengan familia"

Y Lustig le respondió: "Avranno figli maschi (Sí, señor Capone. Tendrán hijos varones)".

Al cabo de los dos meses, se volvieron a encontrar, pero no había tal ganancia ni el capital. El conde le presentó una historia de bancarrota a Capone, quien le contestó con un discurso sobre la tortura que le aplicaría si no le devolvía el dinero. La descripción del gánster llevó a Lustig a interrumpirlo para decirle que repondría el dinero con ahorros que tenía en un banco. Le devolvió los $ 50 mil sin que Capone supiera que era el mismo dinero que le entregó.

Según el relato, Víctor, antes de irse, repitió con un tono de tristeza que ahora estaba arruinado. Capone separó $ 5 mil y se los dio como una ayuda.

Al Conde también se lo vinculó con ventas de máquinas para supuestamente imprimir dinero. Un negocio que le dejó muchos réditos. (I)