Hollywood, la nueva miniserie de Netflix que explora La Meca del cine en los nostálgicos años cuarenta, retrata historias alternativas de las estrellas del séptimo arte, y a su vez nos invita a buscar los datos en los que se basa la producción de Ryan Murphy para saber qué es cierto y que no. Entre las historias que vemos en la plataforma de streaming está la de Anna May Wong, una actriz demasiado oriental para la gran pantalla de Estados Unidos y demasiado occidental para China. Por desgracia para ella, esto no fue ficción.
Wong había nacido en Los Ángeles al igual que sus padres y era más estadounidense que cualquiera de los aspirantes a actores que cada día aterrizaban en el país desde Gran Bretaña, Australia o Canadá, pero nadie la percibía así, ni lo haría nunca, cuenta una publicación de la revista Vanity Fair.
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“No era lo suficientemente china para la Ópera de Pekín, pero era demasiado china para interpretar a mujeres chinas en Hollywood”. Ese fue el gran lamento de Anna May Wong cuando visitó China para tratar de triunfar en un país que apenas conocía, pero en el que había recalado tras ver cómo en su tierra de origen era una actriz de primera condenada a una carrera de segunda.
Wong dio el paso del cine mudo al sonoro con éxito, una transición que cercenó muchas carreras florecientes; hizo vodevil, teatro, radio y televisión y fue un icono de moda y elegancia, pero siempre tuvo que luchar contracorriente.
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Anna May Wong se crio junto a sus padres, propietarios de una lavandería, y sus seis hermanos en un barrio de mexicanos y emigrantes del este de Europa, no en Chinatown como era habitual, lo que provocó que desde muy joven se imbuyese de la cultura norteamericana (y también recibiese burlas por su color de piel). Y no había nada más americano que el cine.
Wong tenía menos interés por las aulas que por los platós y todos los días trataba de conseguir una oportunidad. Su vida cambió el día que un amigo la avisó de que la actriz soviética Alla Nazimova buscaba 300 extras para The Red Lantern. Fue su primer paso en el cine. A partir de ahí consiguió colarse habitualmente como extra y abandonó la escuela pese a la oposición de sus padres.
Su primera aparición con nombre le llegó al lado del genio del terror Lon Chaney; luego participó con Douglas Fairbanks en El ladrón de Bagdad. Llegó la fama pero conoció su techo en la industria: sólo tendría papeles de malvada, o de joven inexperta, mezclada con los negocios de la mafia china.
Una de las razones por las que los actores y actrices orientales no podían llegar a los papeles protagonistas era por las leyes raciales imperantes que prohibían los romances interraciales. Wong no podía estar unida sentimentalmente a ningún actor que no fuese oriental, ni siquiera aunque lo simulase con maquillaje. Y en la década de los veinte no había demasiadas estrellas masculinas orientales. Sin posibilidad de romance, se esfumaba la posibilidad de papeles estelares. Los productores preferían pintar de amarillo a los actores occidentales y ahorrarse problemas.
Los problemas no eran sólo laborales, sino también personales, pues la constante en su vida fue enamorarse de hombres blancos, lo que generó todo tipo de escándalos.
Sin embargo, el mismo exotismo que la condenaba le abría puertas: en 1926 fue la encargada junto a la actriz Norma Talmadge de dar la primera palada de tierra en el terreno sobre el que se erigiría el Teatro Chino de Los Ángeles en una ceremonia a la que también asistió Charles Chaplin, pero a diferencia de sus compañeros, las huellas de sus manos no fueron inmortalizadas.
Harta de ser ninguneada se fue a Europa. En una entrevista con Film Weekly declaró: "Estaba cansada de los papeles que tenía que interpretar. En Hollywood en lugar de verdaderos chinos, los productores prefieren húngaros, mexicanos o indios americanos para los roles chinos ". No fue la única humillación que tuvo que vivir: en 1928 actuó como secundaria en La taberna roja y tuvo que enseñarle a la protagonista, una Myrna Loy pintada de amarillo, cómo usar los palillos chinos.
En Europa se convirtió en una sensación, al igual que había sucedido con su compatriota Josephine Baker, otra mujer ninguneada por su raza. Cautivó al público y a los intelectuales. Si Baker fascinó a Hemingway y Cocteau, Wong acabó siendo objeto de estudio por parte del filósofo Walter Benjamin, que le dedicó un largo artículo, A Chinoiserie Out of the Old West, en una prestigiosa revista literaria. Los fotógrafos se peleaban por inmortalizarla, era extremadamente fotogénica y tenía una imagen muy moderna y en Nueva York la revista Mayfair Mannequin Society la había elegido "la mujer mejor vestida del mundo."
Para los europeos no era estadounidense, era china, ese era su principal valor. No hay que olvidar que Europa vivía en pleno auge del art decó y se sentían especialmente atraídos por las culturas orientales. El Reino Unido también se rindió ante ella, trabajó con Laurence Olivier y rodó varías películas destinadas al mercado europeo que ella misma doblaba porque además de inglés y cantonés hablaba fluídamente francés y alemán.
El éxito europeo le consiguió un contrato con Paramount. Pero su regreso nuevamente fue un fracaso, ya que representó un papel de malvada en La hija del dragón. Pero sí le permitió llegar a la película más famosa de su carrera, El expreso de Shangay, dirigía por Josef von Sternberg y al lado de Marlene Dietrich.
La gran decepción de su vida
Hollywood aborda cómo Wong fue despojada de un papel principal en The Good Earth de 1937 , la adaptación del drama literario de Pearl S. Buck sobre una familia de granjeros chinos. En efecto esto sucedió así en la vida real.
Wong reveló en una entrevista que MGM quería que ella hiciera una prueba de pantalla para el papel de una concubina a pesar de que tenía los ojos puestos en el papel principal de O-lan.
Era la gran estrella asiática del momento, nadie podía rivalizar con ella, sin embargo su nombre estaba vetado desde el momento en el que optaron por el austriaco Paul Muni como protagonista masculino. El Código Hays, unas estrictas pautas de buena conducta pergeñadas para mantener impoluta la moral de Hollywood, seguía prohibiendo las relaciones interraciales por mucho que el maquillaje y la cabeza afeitada de Muni le hiciesen parecer un campesino chino.
El papel de O-lan recayó en la alemana Louise Reiner, cambiando su apariencia para hacerla "lucir china" para la película. Wong rechazó un papel menor que le ofrecieron. Rainer ganó el Oscar a la mejor actriz por su actuación.
Pero ahí quedó todo y decidió partir a China a probar suerte. No fue bien vista por los papeles que había interpretado y ya a su regreso a Estados Unidos, lentamente su carrera pareció apagarse.
En los últimos años de su vida sufrió frecuentes episodios de depresión y adicción al alcohol y murió a los 56 años. Un año antes había recibido por fin una estrella en el Paseo de la Fama y se preparaba para un nuevo proyecto cinematográfico.
Tras su muerte, su nombre se sumió en un olvido del que en los últimos años la han sacado un par de biografías y también la exposición del MET, China: a través del espejo, en la que se le dedicaba una sección que mostraba vestidos realizados por Yves Saint Laurent, Ralph Lauren y John Galliano inspirados en los que había usado en sus películas.
Ahora Netflix estrenó Hollywood, la serie de Ryan Murphy que presenta una realidad alternativa de los inicios de la industria del cine, una en la que Wong gana un Oscar y disfruta del éxito que no tuvo, pero sí mereció.
Hollywood podía haber aprovechado su fama para crear referentes para los miles de jóvenes asiáticos que acudían cada semana al cine, pero prefirió aferrarse una y otra vez a estereotipos. Ahora el streaming le reconoce su lugar en la historia a manera de homenaje póstumo. (I)