ALERTA DE SPOILER
Los fines de semana suelo destinar un poco de tiempo a la búsqueda de series o películas en Netflix y en ocasiones se puede encontrar cosas agradables en su catálogo, suficiente para complacer a los neófitos cinéfilos. Y hace poco me topé con Un Holograma para el Rey (2016) que protagoniza Tom Hanks. Es sobre un ejecutivo que trabaja para una empresa que desarrolla software y soportes para comunicación y en la que este debe viajar a Medio Oriente para vender, junto a su equipo, un nuevo sistema de teleconferencias holográficas al rey de Arabia Saudita, y en la que Alan Clay (Hanks) debe atravesar algunas vicisitudes para convencer al rey de que su tecnología es la mejor.
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Básicamente es una historia romántica sin llegar a ser cursi o trillada, bien equilibrada, donde Hanks pone su experiencia de actor en este tipo de historias. La película está basada en el libro de Dave Eggers y dirigida por Tom Tykmer (El Perfume, Corre Lola, corre y codirigió, con las hermanas Wachowski, Cloud Atlas y un par episodios de Sense8).
La película tiene situaciones interesantes donde nos muestra el contraste cultural e idiosincrasia de Arabia Saudita: Un país de religión musulmana, donde el consumo de alcohol es penado por la ley –y el contrabando necesario o solo disfrutado en ciertas élites-, y también donde ciertas zonas de la ciudad son prohibidas para lo que no son musulmanes.
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Uno solo se puede imaginar el nivel de despilfarro y opulencia en estos países árabes donde las apariencias son lo más importante y que nos muestra, superficialmente, el tipo de explotación para lograr levantar estas ciudades con mano de obra barata y buscando que el lujo esté reflejado en sus construcciones, pero detrás de este panorama revela una realidad con un contraste de clase enorme. Y ya estamos en la cuenta regresiva para Catar 2022 que será la próxima sede del mundial de fútbol de la FIFA. Tal vez uno de los más caros que se organizarán por toda la logística e infraestructura que se está levantando.
En este mundo tan distinto al de Alan, él inicia un curioso romance que refleja las diferencia culturales y brinda graciosos momentos al espectador, como cuando Alan, en medio del desierto está tomando fotos a los dromedarios y al paisaje árido y de dunas, un primo de Yousef se detiene en su camión, al ver a un extraño caucásico haciéndose selfies, y este le pregunta si es de la CIA, Clay no hace más que confirmarle que sí, que trabaja para la Agencia Central de Inteligencia. El semblante le cambia inmediatamente y se retira rápido en su camión. Nos muestran cómo los estereotipos se crean tanto en Oriente como en Occidente, un norteamericano, en un país de mayoría musulmana y desencajando entre ellos. Ni todo gringo es un espía ni todo árabe musulmán es un terrorista. (O)