Para muchos siempre será Pablo Escobar, el capo de la serie El patrón del mal. Pero Andrés Parra, de 39 años, calvo y ojos azules, subió la apuesta y encarnó a Hugo Chávez. Ahora, a este actor colombiano de risa fácil le gustaría volverse Donald Trump.

“Yo sí le hago (...). Me genera una enorme curiosidad”, confiesa sobre el flamante presidente de Estados Unidos, a quien le ve “muchas cosas parecidas” con el fallecido mandatario venezolano, su último protagónico en la serie televisiva El comandante.

“Nadie se imaginó lo de Chávez, nadie lo calculó”, dice, al comparar el movimiento telúrico que supusieron para Latinoamérica sus catorce años en el poder con el ‘sacudón’ que cree producirá el controvertido Trump en el escenario político. Relajado tras el rodaje de nueve meses de una serie que no es fácil y que le demandó año y medio de preparación casi exclusiva e interminables sesiones de maquillaje, Parra admitió que el multifacético Chávez –militar, político, cantante, pintor, beisbolista– era un ‘reto’ demasiado interesante después del legendario barón de la cocaína en la serie del 2012.

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“Nunca pensé que iba a llegar un personaje más poderoso que el de Escobar. Y llegó Chávez. En el escenario latinoamericano no encuentro otro de la misma complejidad y del mismo nivel de polémica”, afirma en su departamento de Bogotá.

Allí atesora su parafernalia chavista: la boina roja del comandante, los muñecos a su imagen y semejanza que hablan, los bustos del otrora Arañero de Sabaneta, el apodo que se ganó Chávez en su pueblo por vender los dulces que hacía su abuela.

El comandante, una ficción creada por el periodista venezolano Moisés Naim, inspirada en la vida de Chávez, fue producida por la estadounidense Sony Pictures Television.

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Estrenada a fines de enero, se emite en las cadenas RCN (Colombia), Telemundo (EE.UU.), Teleamazonas (Ecuador), y en el resto de Latinoamérica en el canal para abonados TNT. Sin embargo, en la Venezuela de Nicolás Maduro, la serie, filmada totalmente en locaciones colombianas, está prohibida, señala.

¿Su sueño? Vivir en Madrid y trabajar con el español Javier Cámara y el argentino Ricardo Darín. “¡Lo máximo! Una obrita de teatro los tres sería un paseo”, exclama entre risas. Porque si hay algo que caracteriza a este hombre alto, que de niño sufría bullying por ser gordo y que encontró en la actuación “una manera de desaparecer”, es la risa contagiosa, elegante, divertida, su reacción inevitable ante la ‘tragicomedia’ de la vida, dice. (E)