Luego del gol en minutos adicionales de Enner Valencia, todo fue alegría en el estadio Monumental. La Selección había conseguido el ansiado empate frente a Argentina y sellaba así su participación en la eliminatoria a Qatar 2022.

Pero tres horas antes, a las afueras del Monumental, la entrada a las generales y otras localidades fue un caos. Hubo desorganización y ausencia de personal de control.

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General Norte

Las puertas del estadio se abrieron pasadas las dos de la tarde. Afuera del estadio se sabía que había tres cruces de seguridad: el primero desde la calle al estadio y dos más en cada localidad.

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Al llegar al estadio, encontrar las filas de cada localidad era la primera barrera: nadie tenía la información certera. Luego de diez minutos de confusión, encontré la de General Norte.

En esta general había una sola puerta de ingreso al estadio (en donde cabía una sola persona), con dos personas recibiendo los tiques.

Afuera del estadio no había vallas de seguridad, como suelen colocar en este tipo de partidos para que el flujo de las personas sea más ordenado. La fila de General Norte continuaba por la avenida Barcelona en dirección a la base naval San Eduardo. A las 15:00, esta superaba las seis cuadras, en medio de decenas de vendedores de comida y suvenires, y entre otras decenas de autos con hinchas que también iban al estadio. Todos juntos, sin ninguna separación.

Esta imagen fue tomada cuando aún la gente esperaba en la fila de la General Este. Foto: cortesía.

En todo el camino no pude ver a ningún policía, hasta llegar a la puerta de ingreso, donde se encontraba un uniformado solitario. Tampoco había control de tránsito, pues el último agente vial estaba ubicado a la altura del giro en U de la base San Eduardo.

La fila no era una fila de uno a uno; era más bien un cilindro de gente, de cuatro o cinco personas por puesto. A pesar de eso y de la falta de control, avanzaba con cierto orden, pero muy lentamente, hasta las 16:30.

A esa hora, las dos personas de control no se daban abasto, y la gente clamaba para que aceleraran el proceso de entrada, con gritos e insultos. Acalorados y exhaustos, muchos hinchas se ponían límite de hora para seguir respetando la fila. “Hasta las cinco —decían—, luego entramos como sea”. “Con todo nos metemos”, acordaba un grupo de cuencanos detrás de mí.

Fila de General Este, aproximadamente a las 16:30. Foto: cortesía de Christian Orellana.

Cada vez había más automóviles, más vendedores, más aficionados y más caos. Algunos conductores irresponsables circulaban en la vereda, obligando a los peatones a lanzarse hacia un costado para no ser atropellados. Seguía sin aparecer ningún agente de tránsito.

A las 17:10, y ya a unos ocho metros de la puerta de ingreso, vi a las primeras personas que saltaban las vallas para entrar al Monumental. A esos pocos se les sumaron decenas de personas. Los hinchas que venían detrás vieron esto y nos empujaron a los demás. El cilindro de gente se había convertido en marea, y las personas que controlaban la puerta la cerraron.

Antes que ser aplastados, muchos decidimos trepar la valla, de unos tres metros de alto. Bajamos una ladera de tierra y tuvimos que trepar otra alambrada. Hubo una tercera, en la que muchos esperamos en la puerta, que estaba cerrada. Luego de un par de minutos finalmente la abrieron.

La gente, como una estampida de vacas, corrió en medio de la adrenalina y el caos. Había papás arrastrando o cargando a sus hijos pequeños, señoras mayores haciendo un gran esfuerzo por no quedarse sin un lugar en las gradas. Era eso o ser atrapado por las personas que venían atrás, que también habían esperado por horas en el calor guayaquileño.

En el camino quedaron personas con alguna dificultad para caminar o muy mayores, que se hacían a un lado para no ser golpeados.

Ya afuera de la General Norte, habían cerrado la reja principal. Ese nuevo amontonamiento fue el más extremo y peligroso, con tanta cantidad de gente apretada, más de 400 personas, que apenas se podía tocar el piso o respirar.

Los que más sufrieron fueron los pequeños. Un niño lloraba en los brazos de su papá diciendo que se quería ir, mientras algunos intentábamos darles paso. Otros caminaban entre las piernas de los adultos buscando escapar. Pasaron minutos que parecieron eternos hasta que abrieron las puertas. Pero ahí no acabó la locura.

Adentro, los pocos encargados del ingreso intentaban, sin éxito, que la gente formara fila y pedir los tiques. Pocos fuimos los que entregamos la entrada. La mayoría de personas se abalanzó una sobre otra en el último “control” con barandas de metal que los separaba de las pequeñas puertas de entrada de la General Norte.

Dentro del estadio aún había muchos puestos disponibles, sobre todo en la parte alta. Sin embargo, después nos enteramos de que mucha gente se había quedado sin poder entrar y les cerraron las puertas, aunque tenían boleto.

También se comentaba que un desorden similar se había vivido en la General Sur y en algunos palcos. En redes sociales, la gente que acudió a esa general denuncia que fueron reprimidos con gases lacrimógenos.

Cuando salieron las selecciones a entrenar, las conversaciones del desorden vivido quedaron atrás, entre los cantos para la Tri y Messi. Gracias al gol de Valencia, la gente salió del estadio satisfecha.

Esta vez había más puertas abiertas; la avenida Barcelona solo funcionaba en sentido norte-centro. Pero seguimos compartiendo la vía y las aceras (incluida la ciclovía) autos, vendedores y peatones.

En los videos de la gente que se quedó sin entrar al estadio se reclama a la Federación Ecuatoriana de Fútbol. Todos los que estuvimos allí fuimos irrespetados y maltratados, aunque habíamos pagado más del valor de las entradas, pues muchas fueron compradas en reventa, luego del caos previo que fue la venta de boletos para el partido.

¿Quién devolverá el valor de las entradas a los perjudicados? ¿Alguien responderá por el caos vivido y por la falta de control? ¿O los problemas de organización se ocultarán detrás de la euforia de la clasificación a Qatar?