Szymon Marciniak, árbitro polaco muy apreciado por el madridismo, se apiadó del cuadro merengue y dio por terminado el genocidio futbolístico al minuto 89 con 59 segundos. En estos tiempos en que se ordenan 8 ó 9 minutos de agregado no sólo no dio tiempo añadido, pitó un segundo antes.

El Paris Saint German también fue misericordioso: en el período final levantó el pie del acelerador, no buscó más goles, les dio oportunidad a los suplentes que movieran las piernas… El 4-0 del final no refleja a cabalidad la paliza futbolística. Parecía el PSG dirimiendo con un rival de Concacaf o de Asia. Pero no, era el Real Madrid.

Y en este caso nadie puede esgrimir la falacia de que el Madrid no estaba interesado en el Mundial o que tenía la cabeza en las vacaciones. Fue a Estados Unidos decididamente a ganarlo para maquillar una temporada horripilante, en la cual perdió los cinco clásicos contra el Barcelona, intervino en siete competencias y era favorito en las siete, sin embargo ganó una sola, la Supercopa Europea contra el Atalanta, que es como participar de un sorteo con premios millonarios y ganarse una licuadora. Eso y los 125 millones de dólares al campeón, que, aunque millonario, le hacían falta.

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Fue un choque de antípodas: el virtuosismo parisino frente a la tosquedad madrileña. Y goleó el primero. En el resultado hubo cuatro goles de diferencia, en el juego siete u ocho. Las estadísticas dicen que la tenencia fue 69% del PSG, 31% de los blancos, la sensación fue que nunca le dio la pelota, nunca le dejó armar juego, lo redujo a nivel de ridículo.

Como refleja el tablero final, resultó implacable en ataque y perfecto en defensa. Presionó bien arriba, recuperó rápidamente el balón, aseguró la tenencia con pase seguro y buena distribución y atacó con peligro jugando siempre a los espacios. Tuvo el control del juego sin perderlo ni un instante. Un equipo muy solidario, en el que todos trabajan defensivamente y todos atacan, especialmente los laterales, un castigo para el adversario. “Son los dos mejores laterales del mundo”, dijo Luis Enrique en conferencia de prensa, refiriéndose a Hakimi y Nuno Mendes.

El mismo Real Madrid le sacó de encima a Mbappé y ahí se terminó de delinear el sistema. Dejó de jugar al pelotazo como método buscando el pase largo a Kylian para que este se lanzara en carrera y rematara. Ahora avanza en bloque y tocando, cualquiera puede hacer gol, todos llegan.

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Anotan Dembelé (35), Barcola (21), Doué (16), Hakimi (11), Kvaratskhelia (8), Fabián Ruiz (8), Vitinha (8), Nuno Mendes (5), Marquinhos (3)… Ni siquiera hay un 9 de referencia. Y lleva 168 goles marcados desde el comienzo de la temporada. Una animalada.

Y una maravillosa maquinaria de hacer fútbol que cuarenta días atrás arrasó al Inter en la final de Champions por 5 a 0 con lujoso desempeño. Es el mejor exponente de club en el mundo al momento actual, y puede marcar una era por la cantidad de cracks que reúne, por la juventud de todos y, esencialmente, por su entrenador Luis Enrique, un individuo valiente, que convence a sus dirigidos del estilo.

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El poder está en la forma, en el método, tan difícil de contrarrestar: recuperación alta y rápida, toque para desgastar al contrario, para anestesiarlo, atraerlo hacia el centro del campo con toques retrasados, luego cambio de ritmo y ataque profundo a los claros con mucha gente. Le sobra gol porque genera toneladas de situaciones de riesgo. Podría marcar época. Se parece muchísimo al Barcelona de Guardiola, aquel de Messi, Iniesta, Xavi, Busquets, Pique, Puyol, Henry.

Más allá de lo colectivo, del impresionante aparato de precisión armado por Luis Enrique, está lo individual. Allí sobresale nítidamente Vitinha, todos le dan la pelota y él resuelve con maestría, nunca está apretado por el rival porque le sobra técnica y panorama para descargar en el compañero mejor ubicado.

Un grande que merece, al menos, estar en la terna para el Balón de Oro. Luego, Marquinhos, capitanazo, que jugó un partido perfecto, sin perder una sola pelota, siempre saliendo con prolijidad y a ras del piso. Los mencionados Hakimi y Nuno Mendes, Fabián Ruiz, que pasó de material de descarte a figura rutilante, e incluso arma de gol.

João Neves, un infatigable con buena técnica, insoportable para el adversario en la recuperación. Y, por supuesto, los de arriba: Dembelé, que tuvo el mejor año de su carrera, Doué, aún irregular pero crack, y el georgiano Kvaratskhelia, delantero de desequilibrio, de gambeta brava, que no hace más goles porque carece de puntería, porque anuncia mucho el tiro o porque tiene el mal hábito de rematar sobre el hombre.

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El PSG ha ganado el triplete de Francia: Supercopa, Liga y Copa; ya levantó la Copa de Europa; está cerca de llevarse este primer Mundial de Clubes de 32 equipos; en agosto luchará por la Supercopa de Europa frente al Tottenham y el 17 de diciembre animará la final de la Copa Intercontinental. Puede marcar el mejor año de cualquier club en la historia del fútbol.

Un representante de la “liga de granjeros”, como llaman despectivamente en España al campeonato francés, ha pisado al Real Madrid. Rara vez se da una superioridad tan aplastante entre rivales de este porte. Para el Madrid es una derrota que no sólo duele, desestabiliza. Hasta Xabi Alonso recibió un gancho en la mandíbula. Aunque debutó recién en este Mundial, se le afeó la imagen al técnico vasco. No se vio su mano. Fue más de lo mismo. Se apeló a lo habitual: la historia, la camiseta, las remontadas, la épica...

En el Bernabéu siempre se habla de factores emocionales, nunca del juego. Y sin juego no hay épica. Así titulamos nuestra columna del 18 de abril pasado, después de ser arrollado por el Arsenal (5-1 en el doble enfrentamiento). Cada vez que le toca enfrentar a un equipo organizado y serio tácticamente, naufraga.

Sucede también que, a causa del marketing y la mediatización se entronizan jugadores artificialmente a nivel galáctico, caso Mbappé, Vinicius, Bellingham, que luego no lo traducen en el campo. Y eso se vuelve boomerang. Hasta el Inter Miami, una expresión mínima, lo hizo mejor ante el París Saint Germain.

Al que el cachetazo le duele doble, o triple, es a Kylian Mbappé. Cada vez son más aplastantes las pruebas de que, con él, el PSG jugaba mal, al pelotazo para sus galopadas. Desde que se fue, su exequipo es una aplanadora y al que llegó, el Madrid, tuvo un año nefasto.

Kylian cierra su temporada con 44 goles. Nunca 44 goles fueron tan inútiles como en esta ocasión. No sirvieron para ganar ningún título. Y todas las veces que se esperaba más de él (los duelos importantes de Champions, los clásicos ante el Barça o este mismo Mundial) fue invisible.

No es fácil ser Mbappé hoy: te llevan al PSG por 180 millones para que ayudes a levantar la Champions, no lo consigues, te vas al Madrid porque ahí sí vas ganarla, pero sucede que la conquista el PSG y le mete 4 a 0 al Real Madrid eliminándolo del Mundial con un baile de esos que duran años en la memoria.

“Mbappe ahora es jugador del Madrid, que se quede allá, estamos muy bien sin él”, dicen los hinchas parisinos en las redes. “Estamos felices de que te hayas ido porque ahora somos un equipo”, le refriegan con argumentos.

Con el máximo respeto y pese a que en fútbol todo puede suceder, el Chelsea está en otra categoría. (O)