Recordar los hechos históricos del deporte no es solo mirar hacia atrás con nostalgia, es una necesidad que nos permite entender de dónde venimos y hacia dónde vamos. Cada hazaña y cada gesto de grandeza forman parte de una historia que trasciende los estadios y las canchas. En ellas se reflejan los valores, las luchas y las transformaciones sociales de cada época.

El periodismo del deporte tiene la obligación ética de investigarlas y transmitirlas a su audiencia para poder instalar las bases de la grandeza futura. Enseñar el deporte a la luz de su historia es formar personas más conscientes, deportistas más comprometidos y sociedades más agradecidas con su legado. En mi periodismo llevo una larga batalla por estos principios.

Como deportista activo y como temprano espectador viví grandes emociones que mi memoria conserva en un acervo vivo en el que exploro a cada rato, en busca del bálsamo para las laceraciones que provocan el presentismo y las agresiones a la historia en nombre de un modernismo opaco en el que predominan el mercenarismo y la codicia mercantil.

Enrique Guzmán Aspiazu, acaudalado comerciante, fundador y centro delantero del Packard.

En EL UNIVERSO

En una vieja revista encontré un imperdible artículo de un periodista de verdad: mi maestro vicentino Miguel Roque Salcedo, inolvidable como columnista de EL UNIVERSO y como comentarista de la Cabalgata Deportiva Gillette en el Sistema de Emisoras Atalaya.

El artículo se titula “Si alguna vez se escribe la historia del fútbol en el Ecuador’, y lo he leído innumerables veces porque me cuenta episodios del viejo fútbol porteño, el que se jugaba en canchas de tierra apisonada, con jugadores que se compraban ellos mismos los uniformes, que viajaban de madrugada en camiones (los partidos empezaban a las 7 de la mañana) y luego emprendían un trote por los eriales que conducían al viejo estadio ubicado a orillas de Puerto Duarte, un estero donde atracaban las canoas corvineras.

Ese viejo estadio con tribunas de madera y caña fue la cuna del fútbol federativo y perduró hasta que Atila ordenó demolerlo junto al coliseo y gimnasio que habían sido levantados en las dos manzanas donde hoy solo sobrevive el Yeyo Úraga. Ya no se oyen los impactos de jonrón de Panchón Sánchez y Chico Rodríguez. Es reducto de farándula y reguetón porque el deporte guayaquileño ya no existe.

En el artículo que cito, el venerable don Miguel recuerda los bravos partidos en la cancha de La Concordia y el predominio que ejercían los “caciques” del General Córdoba. En 1924 los equipos de La Concordia decidieron incorporarse a la Federación Deportiva del Guayas fundada en 1922 y allí fue el Córdoba para encontrarse con el Sporting Packard y protagonizar el primer clásico del balompié federativo.

Marca de carros

Packard era una famosa marca de automóviles fundada en 1900 en Ohio, Estados Unidos, por los hermanos James Ward y William Doud Packard y su socio George Lewis Weiss. El nombre del club tenía que ver con dicha marca. Según unos fue adoptado en homenaje al gran deportista Alejo Madinyá, quien manejaba un elegante modelo de ellos, y en versión de otros, a que el fundador y primer capitán del equipo, Enrique Guzmán Aspiazu, era el distribuidor oficial de la marca.

Después de competir en La Concordia, en los torneos de la Liga Ecuador, Guzmán Aspiazu decidió que era hora de incorporarse a la Federación Deportiva del Guayas, más organizada y con mejor futuro. Lo hizo en 1924 con un regular equipo que fue luego reforzando mediante el concurso de estrellas como Luis Garzón, Octavio Abejón Quiñónez, Carlos Chileno Vélez, y otras figuras.

La mayoría de jugadores eran choferes profesionales del llamado Control San Francisco, que se apostaban al pie de la plaza del mismo nombre en 9 de Octubre y Pedro Carbo. Por su uniforme rojo entero la prensa y la afición los llamó los Diablos Rojos.

Épicos duelos

En 1925 Guzmán Aspiazu armó un gran equipo en el que él figuraba como capitán. Fueron épicos sus duelos con el Córdoba, LDU, Oriente, Patria, Guayaquil Sporting, Racing, Norte, Colón y Rocafuerte. Su poderío descansaba en una pareja de excelentes zagueros: Luis Garzón y César Arditto. El primero era un defensa trigueño, espigado, de exquisita técnica. Era veloz y con un juego de cabeza que llamaba la atención. Paraba los centros dominando el balón con la testa, recorría un largo trecho esquivando rivales y lo bajaba con elegancia a sus botines; era impasable por alto y sus despejes de cabeza eran siempre con destino a un compañero.

El 4 de septiembre de 1925 Packard jugó contra Liga Deportiva Universitaria un ardoroso encuentro que terminó empatado. Francisco Rodríguez Garzón, de diario El Telégrafo, dijo antes del partido: “Contra ellos (los de LDU), en lucha decente y emocional, como sabe siempre hacerlo, actuará el back de la maga cabeza, alma y aliento de su equipo, Luis Garzón”. Fue ese día que se le calzó el apodo con el que pasaría a la historia: Cabeza Mágica. Arditto lo complementaba con técnica mezclada con rudeza.

Sus delanteros Carlos Vélez, Octavio Quiñónez, el Mocho Conforme, Julio Yagual y el propio Guzmán Aspiazu fueron imparables, pese a que en la época destacaban arqueros como Reinaldo Murrieta, Jorge Delgado Cepeda, Raymundo Icaza, Alfonso Drouet y Francisco Serrano.

Hace un siglo

En el torneo de 1925 los duelos más emocionantes fueron entre Packard y Córdoba. La rivalidad venía desde los encuentros en la Plaza de la Concordia con gran paridad de resultados. Según Salcedo “la igualdad se rompió al ingresar ambos conjuntos a la recién formada Federación Deportiva del Guayas. El Córdoba se adelantó por 2-0 por habilísimas intervenciones de su puntero derecho William Medina, pero cuando faltaban 10 minutos, el Packard, el terrible cuadro de los ‘Diablos Rojos’ volcó la suerte de la lucha y en rapidísimos ataques marcó tres goles.

Fue la única victoria que conseguiría el famoso núcleo de los ‘demonios del volante’ sobre los ‘caciques’ (el uniforme del Córdoba era de rayas verticales amarillas y negras)”. Packard fue campeón en 1925, una de las dos coronas oficiales que con tanta brillantez lograra en los torneos de la Federación Deportiva del Guayas.

Campo Deportivo Municipal

Pero hay que dejar constancia que el empeño de ganar la corona de manera invicta lo perdió en el duelo con el General Córdoba el 31 de octubre de ese año ante una multitud calculada por los diarios en 10.000 personas que sobrepasaron la capacidad del flamante Campo Deportivo Municipal, construido en 1924 mediante la cooperación entre el Municipio de Guayaquil y Fedeguayas presidida entonces por Manuel Seminario Sáenz de Tejada. Pese a caer por 3-0, las crónicas destacaron a Luis Garzón “con su elegante despeje de cabeza, con su seguridad en el kick, con esa resolución en los grandes momentos".

Sobre el Córdoba El Telégrafo del 1 de noviembre destacó: “Es también objeto de comentario que el cuadro vencedor se ha sometido al atinado entrenamiento que indica el entrenador del cuadro, Sr. Dainty”. Se refería al entrenador inglés Herbert Dainty, quien llegó a Guayaquil traído por Fedeguayas para enseñarnos el fútbol moderno durante dos meses. El General Córdoba fue el que mejor aprovechó las lecciones. (O)