Al mundial, como a recibir el Premio Nobel, se va de esmoquin; a la eliminatoria se acude con uniforme de combate. Es una guerra sin muertos, pero fascinante, la que más pasiones desata de los torneos sudamericanos por la atmósfera excepcional de cada partido. Si de por sí las selecciones activan el sentido de pertenencia, las eliminatorias exacerban los nacionalismos, los desafueran. Y los himnos ayudan, van las manos al pecho… Parecen duelos de países.