Rafa Nadal es, oficialmente, el más grande. Ya lo era antes de disputar la final del Open de Australia, con honores compartidos con Novak Djokovic y Roger Federer. Y lo hubiera seguido siendo aun con una derrota ante Daniil Medvedev, porque lo que el Big Three ha conseguido hasta ahora, y Nadal en particular, ya era un hito irrepetible para generaciones venideras antes de la incomparable batalla de casi cinco horas y media que se ha vivido este domingo en Melbourne. Nadal ya era el más grande, pero ahora, tras su épica remontada ante Medvedev, también lo es de forma oficial, gracias a ese número mágico que rompe el desempate en la cúspide… El número 21.

Su victoria es sublime por lo que significa en la historia, porque asienta a Nadal en la leyenda, en el Olimpo de los dioses del deporte, en las primeras posiciones de ese debate del GOAT que tanto gusta en el mundo anglosajón. Greatest Of All Time. El más grande de todos los tiempos. Y es sublime, también, por cómo la ha conseguido, por esa remontada que ha protagonizado en la pista, después de haber sucumbido en los dos primeros sets, que es la misma remontada que ha hecho en la vida, cuando hace un mes y medio ni siquiera sabía si iba a jugar en Australia, cuando hace cuatro andaba con muletas, cuando hace bien poco discutía con su equipo la posibilidad de retirarse del tenis... Algo así solo puede hacerlo un campeonísimo.

Todos hemos dudado de Rafa en estos últimos meses, incluido él mismo. También durante los primeros lances de la final que debía llevarle a su 21º Grand Slam, cuando era sometido por la apisonadora Medvedev en la manga inicial, o doblegado en la segunda después de haber tenido dos breaks a favor y un punto de set. Pero si el balear ha sido capaz de levantarse de sus lesiones, una y otra vez, también sabe aplicar el mismo espíritu a los partidos. Nadal siempre vuelve, nunca se rinde. Nadal nunca deja de creer. Y el resto de los mortales deberíamos seguir el ejemplo. Nunca dejes de creer en Nadal. (O)