A través de las redes sociales y con bastante tardanza me llegó la noticia del deceso de uno de los futbolistas nacionales más destacados de la década de los 60: Néstor Emiliano Azón o el Chino Azón, como lo identificó la afición. Vistió varias temporadas la casaca del Everest y su aparición en la primera serie fue relampagueante: balón que tocaba en las 18 yardas iba a morir en la red. Fue toda una revelación.

Había llegado de El Guabo, provincia de El Oro, a los 18 años y fue a recalar en el Rodillo Rojo. Era pequeñín, flaco pero muy hábil y rápido. Parecía no dar la talla para centrodelantero, sobre todo si el titular era el alto y arremetedor Horacio Tanque Romero, argentino que dejó una huella imborrable en nuestro fútbol. No se desanimó el Chino Azón, acostumbrado a permanecer agazapado, como despreocupado en el área, pero con los ojos fijos en el esférico hasta que en un descuido rival lo pescaba para poner el gol.

Foto: Archivo

Everest fue uno de los fundadores del profesionalismo y gran animador de los campeonatos de la Asociación de Fútbol del Guayas desde 1951. Sus dirigentes se llevaron a los cracks del Panamá y los inscribieron pese a no tener el pase reglamentario. De esos grandes jugadores quedaron en el recuerdo Alfredo Bonnard, Marcos Spencer, Gerardo Layedra, Carlos Garzón, Hugo Mejía, Isidro Matute y otras figuras.

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Everest fue el rival más duro que tuvo el célebre Río Guayas de los once jugadores extranjeros y forjó una gran rivalidad con Barcelona, al que superó en la estadística hasta su desaparición. En 1954 llegaron a filas everianas dos jugadores que escribirían brillantes páginas en la historia del club: Alberto Spencer Herrera y Pedro Gando Sáenz.

Pese a contar con excelentes futbolistas, Everest no conseguía ganar títulos. Recién en 1960 logró ser campeón de la Asociación de Fútbol y en sus filas como suplente estaba Néstor Azón. Creció futbolísticamente el equipo con la llegada de exjugadores de Unión Deportiva Valdez que ya habían estado en la selección nacional: Hugo Pardo, Flavio Nall, Carlos Titán Altamirano y José Aquiño.

Para el torneo de 1962 incorporó varios valores que empezaban a lucirse, como Jorge Spencer, Carlos Flores, José Johnson y el rioense Ramón Vera. Mariano Larraz dio la alternativa a dos jóvenes delanteros casi desconocidos, Néstor Azón y Galo Pinto, y mantuvo en la planilla al veterano Horacio Romero. El equipo se completaba con Manuel Guime en el arco —gran sustituto de Mejía—, Augusto Aguirre, Alfredo Terán, Abel Soriano, Galo Alvarado, Rafael Tolozano, el argentino Luis Consistre y el juvenil Jorge Espín.

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Desde el inicio del torneo, Everest mostró que tenía equipo para aspirar seriamente al título. Barcelona se empinaba poderoso con su línea brasileña, encabezada por el artillero Iris de Jesús López Guimaraes, y una defensa que formaban Alfonso Quijano, Vicente Lecaro, el brasileño Jair y Luciano Macías.

Todo hacía presumir que la disputa por el banderín iba a ser entre estos dos equipos. Everest era seguro en la retaguardia con un Mejía en uno de sus mejores años y una defensa recia y segura: Pardo, Spencer y Flores. La labor de sus mediocampistas Johnson y Vera fue fundamental. Excelente recuperación en Vera y gran aporte creativo en Pepe Johnson. Adelante la expresión máxima de la eficacia: Pedro Camberra Gando, Galo Pinto, Néstor Azón, Titán Altamirano y Pepe Aquiño. Azón y Pinto se repartían el honor de destrozar las redes rivales.

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Everest tenía siete partidos invicto cuando le tocó ir a Quito en la penúltima jornada para enfrentar al América. Barcelona, con quien compartía el liderato, debía medirse ese 30 de diciembre de 1962 al Aucas en Guayaquil. Cuando se descontaba la caída de los rojos y el despegarse del Ídolo, el Everest se mandó un partidazo y venció a los cebollitas.

El 6 de enero Barcelona venció al Aucas en Quito y Everest goleó al América en Guayaquil. Así llegaron los dos equipos guayaquileños invictos y empatados a 14 puntos. Everest tenía 20 goles a favor y 5 en contra, mientras Barcelona tenía la misma cifra a favor, pero 7 tantos en su valla. Como debía aplicarse la regla del gol promedio, al Everest le bastaba empatar para ser campeón.

Esa era la situación para el partido de definición el 13 de enero de 1963 con el arbitraje del peruano Arturo Yamasaki. Un lleno impresionante registró el Modelo con récord de taquilla: 444.907 sucres. Era un carnaval de banderas amarillas y apenas unas cuantas casacas rojas de los pocos everianos que sostenían un letrero que decía: “Viva Everest - Los parásitos serán campeones”, una frase alusiva a lo que días antes habían expresado los dirigentes de los equipos del Astillero en el sentido de que Barcelona y Emelec sostenían con su popularidad a los demás clubes, a los que llamaron “parásitos”.

A las 17:13 saltaron al campo los equipos. Everest formaba con Hugo Mejía; Hugo Pardo, Jorge Spencer y Carlos Maestrito Flores; Ramón Vera y Pepe Johnson; Pedro Gando, Galo Pinto, Néstor Azón (Pepe Aquiño), Titán Altamirano y Horacio Romero (Consistre). Por Barcelona estaban Alfredo Bonnard; Alfonso Quijano, Vicente Lecaro, Jair y Luciano Macías; Ruperto Reeves Patterson (Mario Zambrano) y Alejo Calderón; Agustín Álvarez, Iris, Mario Cordero (Edson) y Darcy (Clímaco Cañarte).

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Foto: Archivo

El cotejo no fue un prodigio de técnica, pero todos los actores se jugaron la vida. Mejía se erigió en la gran figura del partido al detener cañonazos impresionantes, uno de ellos de Agustín Álvarez a los 24 minutos. El Maestrito Flores se batía como un león en la zaga, Johnson era el eje de la línea media y adelante Azón era un dolor de cabeza para la defensa barcelonista.

Los toreros, cuya única salida era la victoria, iban para adelante. A los 15 minutos se pusieron en ventaja con un gol del brasileño Iris, máximo artillero del torneo, pero a los 30 minutos vino lo que EL UNIVERSO llamó “un cañonazo que valió un campeonato”. Galo Pinto colocó un balazo al ángulo superior izquierdo y batió a Bonnard. Lo demás fue aguantar el empate y buscar el contragolpe. Así llegó el final con una igualdad en el marcador que consagró al Everest como campeón nacional de 1962.

Néstor Azón fue un dolor de cabeza para el Ministro Lecaro. Su astucia y rapidez lo pusieron varias veces a tiro de gol. Fue tan consagratoria su temporada que mereció el honor de ser llamado a la selección nacional a la Copa América 1963, que se jugó en Bolivia. Compartió el puesto de piloto de ataque nada menos que con Carlos Raffo y se dio el gusto de marcarle un golazo a Brasil.

Nos vimos mucho en Nueva York, donde dirigía un campo de voleibol y frecuentaba la esquina más deportiva del Bronx con Cayetano Cascante, Walter Guerrero, Richard Macio, Palito Alvarado y una gran gallada futbolera.

Dios tenga en su gloria a mi admirado amigo y gran futbolista Néstor Emiliano Azón. (O)