Aunque es un acto de contrición el de Ismael Rescalvo que –a modo de autocrítica, tan extraña en él y en la mayoría de técnicos– reconozca que su planteamiento frente a Independiente del Valle en el partido jugado en Chillo-Jijón, el domingo pasado, no resultó como lo habían pensado, me pregunto, sin antes no dejar de insistir en que es válido el mea culpa, ¿por qué el cuerpo técnico de Emelec no previno que esa táctica iba a dar licencia al módulo más activo del rival?

El planteamiento escogido por Rescalvo fue el errado, porque apostó a jugar con una línea de tres, con centrales anclados en un espacio reducido y dos carrileros dispuestos a adelantarse en cada franja. Esto no permitió reconformar la línea de cinco que requería, sobre todo cuando el rival se adueñaba de los espacios. El error es comprobable, por ejemplo, con las veces que Hurtado, carrilero de Independiente, le ganó las espaldas a su improvisado celador Carabalí. La segunda muestra de los yerros elementales del mecanismo de marca de Emelec fue el primer gol del partido, cuando Sornoza, aprovechando un centro pasado, encontró el tiempo suficiente para que, con toda libertad, anotara sin custodia alguna. El tercer efecto adverso que sufrió la improvisación de la táctica defensiva es que, a sabiendas de que el fuerte del rival es el manejo y distribución del balón en la mitad del campo con sus tres volantes, Rescalvo no incluyó un mediocampista más que permitiera compensar la superioridad de la posesión del dueño de casa. El resto vino por esos accidentes del fútbol.

Una lesión prematura de Rojas y la expulsión de Cabeza desintegraron todo el pizarrón de Rescalvo. De ahí en adelante, todo fue superioridad del rival, mientras que Emelec era hacer todo de tripas corazón, exhibiendo más esfuerzo y entrega. Llegó, sin embargo, en las postrimerías del partido, el gol con que el equipo azul dio vida y esperanza al partido de vuelta. En el primer asalto, Renato Paiva le ganó el duelo a su colega.

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El arbitraje y el VAR fueron un total fracaso. No ofrecieron la garantía que requería el partido: inconsistencias comprobadas, interpretaciones polémicas… El juez principal del partido se graduó de reglamentarista. Por ejemplo, en la expulsión de Cabeza se ajustó a que la jugada tuvo extrema dureza, fue brusca y grave y la intencionalidad la midió por los anteriores elementos. No actuó como juez. Debió considerar los atenuantes que tenía la jugada, elementales, como fueron intensidad, velocidad, forcejeo por la disputa del balón… No consideró estas alternativas mitigantes. Su decisión de castigar con la expulsión fue un grave error que perjudicó a Emelec ante la vista y paciencia de los especialistas mexicanos del VAR, que hicieron la de Poncio Pilatos.

Luego, comentado está que Bauman, el delantero figura de los rayados, debió irse a las duchas por una flagrante agresión en la que los jueces se hicieron de la vista gorda, beneficiando al infractor.

Para definir el arbitraje, cuando este ha sido influyente en las acciones y reacciones de un partido, beneficiando y perjudicando sin querer queriendo a uno y a otro, recuerdo las frases de Eduardo Galeano, escritas en 1995 sobre el réferi: “El árbitro es arbitrario por definición. Este es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula goles. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación. Amarillo, que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio. A veces, raras veces, alguna decisión coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias. Los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan”.

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En fin, cualquier parecido con la realidad es coincidencia. Lo escrito por Galeano no se ajusta sí o sí a lo realizado por el árbitro Luis Quiroz, pero algo de analogía sí puede haber.

A pocas horas del partido decisivo, todos virarán la página de lo sucedido. Para los que fallaron, les llega el tiempo del escarmiento, y para los otros, la oportunidad para convalidar los aciertos.

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Aquellos que sostienen que en el fútbol siempre gana el que juega mejor, no llegan a entender en plenitud este deporte. El balompié es un muestrario permanente para confirmar que muchos resultados no dependen de la estética, sino de la practicidad u oportunidad para aprovechar las ofertas del destino. Muchos a eso le llaman hazaña; otros, golpes del azar. El tiempo los sabe acreditar al nivel de leyendas; ejemplos en el fútbol sobran.

Bill Shanky, referente del Liverpool inglés, alguna ocasión proclamó: “En un club, hay una santa trinidad: jugadores, entrenador y aficionados. Los dirigentes solo están ahí para firmar cheques”. La teoría de Shanky se debilitó con el pasar de los años. Hubo dirigentes como Alberto J. Armando, el presidente más recordado en el Boca Juniors, o Gastón Guelfi, en la época dorada del Peñarol, o Santiago Bernabéu, en el Real Madrid, y tantos más. Cuando nos referimos a nuestro fútbol, es imposible no mencionar a Nassib Neme y Michel Deller, los artífices de que este año tanto Emelec como Independiente del Valle lleguen a disputar la final de la LigaPro. Seguramente no estuvieron ahí solo para firmar cheques, algo más debieron haber hecho.

Para Independiente, el objetivo de ser campeón, que lo ha venido buscando desde que se refundó el club, hoy está más cerca que nunca, siempre que pueda sobreponer aquellas premisas limitantes que en el menú de opciones incluye aquella división entre si es posible en esta oportunidad conseguirlo o seguirá siendo una obsesión postergada.

Esta temporada, Independiente ha nadado y está cerca de llegar a la orilla. Empero, también tendrá que superar a la segura resistencia del rival, que tiene la costumbre de hacerse fuerte en la adversidad.

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Emelec también tendrá un elemento a su favor, un patrimonio reservado para pocos en el país: ese patrimonio cultural que es su masa social, la cual acompañará a su equipo al estadio, y toda una afición con corazón azul, conseguida voluntariamente a través de los años, que también jugará el partido decisivo.

Al momento luce como favorito el equipo de Chillo-Jijón. Lo acompaña el resultado previo y la comprobada suficiencia futbolística. Le falta poco, pero le falta. Que la victoria tenga la sinergia que deben tener los campeones.

Rescalvo, en cambio, tiene en sus manos la última carta. Antes de lanzarla, deberá tener presente aquel aforismo: “Lo difícil no es tanto aprovechar la oportunidad, sino saber cuál es la oportunidad”. (O)