Aplastante, inolvidable, brillante, inédita, didáctica, humillante, inimaginable, redentora, histórica… La fabulosa coronación del Paris Saint Germain resiste diez, veinte adjetivos más. Da para todo. Nadie podía entrever un baile tan colosal en una final ni una demostración más redonda en un duelo que, en general, suele ser equilibrado porque enfrenta a los dos mejores equipos de la competición. Hemos visto decenas de definiciones de Champions, nada se asemeja a esto.
No pasó nunca: jamás en 70 finales de la Copa de Campeones de Europa un equipo había batido a otro por cinco goles. Y seguramente tampoco se había dado, en el juego, una superioridad tan abrumadora del vencedor sobre el vencido. El 5 a 0 no alcanza a explicar la exhibición, el festival de toques, el dominio, la seguridad absoluta del PSG en su idea, en su plan y cómo ejecutarlo. Una convicción fantástica en tres premisas básicas: a) presionar lo más alto posible (para estar bien cerca del arco rival al recuperar el balón); b) tocar y tocar para desubicar al oponente y generar brechas; y, c) atacar todo el tiempo cuando se tiene la pelota.
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La mentalización y la solidaridad de todos coadyuvaron. También la rotación constante de puestos: todos aparecían a ratos por izquierda, por derecha, por el centro. Y, desde luego, la excelencia en la prestación individual. Parecía un entrenamiento entre la primera y los juveniles. A los 19 minutos ya ganaba 2 a 0. El Inter no sabía dónde estaba parado, sus jugadores se reprochaban entre sí, no pasaba la media cancha y tenía nueve hombres en su área en cada avance a fondo del PSG. Luis Enrique debe estar feliz, no solo por alcanzar su segunda Champions (el título 16 de su carrera como DT), sino por los modos, el método, el preciosismo unido a la contundencia, la comprensión y concreción de sus dirigidos. Un equipo semeja a una orquesta, si suena bien es obra del director. Esto coloca al técnico asturiano entre los grandes. Lo mezcla con Guardiola, Ancelotti, Klopp…
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Los goles fueron llegando por decantación de la supremacía: Hakimi, dos de Doué, el georgiano Kvaratskhelia y, el último, un golazo de Mayulu, un chico al que Luis Enrique le dio seis minutos para que se sintiera campeón. Y se sintió. Pudieron ser dos o tres más.
Mbappé se fue al Real Madrid a cumplir su sueño: ser campeón de Champions, dado que en el PSG estuvo siete temporadas y no le parecía el club donde pudiera conseguirlo. Gracias a su decisión, Luis Enrique pudo armar esta máquina de toque, de juego colectivo, Mbappé no encajaba en este equipo, no es un futbolista de estilo asociativo. Sus características exigen jugar al pelotazo para que él pique y remate. Antes jugaban todos para Mbappé, ahora juegan para el PSG. Todos llegan al gol. Lo había dicho el técnico en el momento de la partida de Mbappé: “Seremos mejores sin él”. Tuvo razón.
También acertó con los refuerzos, sobre todo Willian Pacho y Doué. Pacho es un zaguerazo, firme, joven, físicamente perfecto, con presente luminoso y futuro enorme. Formidable juego aéreo e impasable en el mano a mano. Si te acercás a menos de un metro y medio, dejá la pelota y andate. Hizo la escalera perfecta: de Independiente del Valle al Royal Antwerp de Bélgica, el salto al Eintracht Frankfurt y ahora al PSG.
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El fútbol acaba de descubrir un megacrack: Désiré Doue, un fenómeno de 19 años proveniente del Rennes. Habilidad, atrevimiento, técnica, potencia. Son los mejores 50 millones de euros invertidos por el PSG. Destrozó al Inter en solo 65 minutos: dos goles, una asistencia y participación importante en un caudal de jugadas. Jugó como si tuviera diez Champions encima, era su primera. Y uno que ya estaba: Marquinhos, de rendimiento notable siempre. El correctísimo y eficiente capitán de comportamiento ejemplar lleva doce años impecables en el club. Se comió todas las decepciones en la búsqueda de la Orejona, ahora le toca festejar en grande. Nadie lo merecía más.
El Inter debe estar lamentando haber llegado a la final. Sufrió el mayor vejamen en sus 117 años de vida. Decenas de miles de interistas viajaron eufóricos a Múnich y se llevaron la decepción de sus vidas. Fue a jugar “a la italiana”, esperando ver qué hacía el adversario, agrupando mucha gente atrás y no tuvo nunca una vaga idea de qué hacer para contener al PSG. Fue arrollado de manera inmisericorde. A los diez minutos ya Simone Inzaghi, siempre sereno, gritaba desencajado a su tropa. En el primer gol había ocho interistas en su área, pero los sucesivos toques de Vitinha, Doué y Hakimi los desconcertaron por completo. Se miraban entre todos, impotentes.
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Cuando el Inter eliminó al Barcelona en semifinal (3-3 y 4-3) muchos analistas lo achacaron a la endeblez defensiva del Barça por sufrir siete caídas, pero el equipo italiano recibió seis. No había mayor diferencia. Y eso sin contar las innumerables situaciones de gol que le crearon los catalanes. Débil atrás era el Inter. La prueba es irrefutable: recibió once goles en los últimos tres juegos. Además, el medio campo nerazzurro (Barella-Mkhitarian-Calhanoglu) es muy limitado. Entre los tres no hacen un conductor como Vitinha. Quedó una sensación: si el otro finalista era el Barcelona, hubiese salido un partido más de ida y vuelta, pero que igual ganaba el PSG.
Además de haber creado la FIFA, los Juegos Olímpicos y el Balón de Oro, Francia dio vida en 1955 a la Copa de Campeones de Europa. Pero es de los países que menos la ganó. Siempre le fue esquiva. Debió esperar 32 años para alcanzar esta segunda, la primera fue del Olympique de Marsella en 1993. Sin embargo, lo ha logrado por todo lo alto. Con cinco goles y llevando el fútbol al nivel de espectáculo sublime, comparable a cualquier manifestación artística, con el agregado de la emoción y la imprevisibilidad, factores que lo tornan irresistible. El PSG se debía esta corona y se la debía al fútbol francés. Fueron trece años persiguiéndola con pasión, obstinadamente. La Liga de Granjeros, como la llaman en España, se abraza a su segunda Champions. Y puede que no quede ahí, el PSG es un plantel jovencísimo, atención…
La prensa madridista, siempre demeritando todo lo que no consiga el Real Madrid, tuvo un comportamiento mezquino, triste frente al suceso del club de la torre Eiffel. El diario AS (muy cercano al club blanco) apenas finalizado el partido tituló en su página digital: “¡Una Champions de 2.283 millones de euros!”. Y en la bajada: “Tras 15 años de fuerte inversión, Qatar y el PSG conquistan Europa”. En referencia, claro, a lo que gastó el club parisino en refuerzos desde que fue adquirido por el fondo Qatar Investments. El PSG no invirtió 2.283 millones para alzar una Champions sino para convertirse en una marca global, en un club planetario, en la bandera del fútbol francés en el mundo. Antes del ingreso del fondo qatarí -en 2011- nadie hablaba del PSG, no era importante. En catorce años han logrado 37 títulos: 11 ligas, 8 Copas de Francia, 11 Supercopas, 6 Copas de la Liga y 1 Champions. Qatar compró el club en 80 millones de dólares, hoy está valuado en 4.600. Sin contar la montaña de ingresos que ha obtenido en ese lapso. Lo han logrado. Y ha sido un negocio de fábula: en catorce años pasaron de la nada a ser el séptimo club más valioso del mundo. Una hazaña. Y sí, necesitaban una Champions para rubricar esa fenomenal transformación. Es el broche dorado. (O)