Desde niño muy pequeño Annibale Frossi parecía tener un futuro cantado: médico, como su padre Cesare Giuseppe, muerto prematuramente. Rosina Concina, su mamá, soñaba con que siguiera la huella de su adorado esposo. Y en verdad Annibale pintaba para eso. Flacucho, desgarbado, con su amplísima y despejada frente era la viva imagen del estudioso con futuro académico, fuera en medicina, ingeniería, letras… Sí, su mundo serían los libros y su ámbito natural las bibliotecas. Un nerd. Para mejor, una severa miopía de nacimiento le obligaba a llevar esos anteojos que el vulgo denomina culo de botella. Era la postal del tragalibros y del perfecto antiatleta.

Un Clark Kent. Pero ocurre que, a la hora del ejercicio físico, el joven Annibale rompía su camisa y mostraba la capa de Superman: era una flecha, un galgo que dejaba atrás a los más fornidos y musculosos. Y si se armaba un partido de fútbol quedaban todos boquiabiertos: no solo corría velozmente, dominaba bien la bola, armaba jugadas con inteligencia y marcaba goles. Primero se esparció la fama en el Colegio Bertoni y en la Parroquia del Redentor de Flambro, minúsculo pueblo de 900 habitantes a 20 kilómetros de Udine. “Pies Rápidos”, lo apodaron. Los ecos de sus cualidades llegaron hasta el Udinese, que decidió enviar a su ojeador Toni Calderan. Al verlo con esas gafas de cristales gruesos y su físico en apariencia endeble, Calderan pensó que no era el mismo del que le habían hablado tan elogiosamente. Sin embargo, apenas el joven Frossi entró en acción confirmó que el aspecto era engañoso. El muchacho empleaba 11,4 segundos en los 100 metros y tenía mucho criterio con el balón. Recomendó su fichaje. Era 1928.

No ha sido el único jugador en actuar con lentes de aumento, hubo media docena de casos, aunque el suyo es el más emblemático. Leopold Poldi Kielholz marcó el primer gol suizo en la historia de la Copa del Mundo el 27 de mayo de 1934 en el estadio San Siro, de Milán. Esa tarde, ante Holanda, hizo doblete en la victoria por 3 a 2. El delantero jugó 17 partidos en la selección helvética y marcó 12 goles... todos con anteojos. Además, fue el goleador de la liga suiza en 1933-34. La selección de Inglaterra presentó en 1924 un arquero con anteojos, James Mitchell, de larga campaña en el Preston North End, el Manchester City y el Leicester. Jorgen Wagner Hansen fue varias veces campeón de Dinamarca y en 1947 debutó en la selección danesa en un 5-3 sobre Noruega, en Oslo, anotando dos goles. También era miembro del club de los cortos de vista. Y otro caso notable fue el del zaguero holandés Joop Van Daele, del Feyenoord, autor del único gol que definió la Copa Intercontinental de 1970. Feyenoord y el Estudiantes de Zubeldía habían empatado 2-2 en La Bombonera; en Róterdam venció 1-0 el club de Países Bajos. Van Daele, con sus anteojos, capturó un rebote en el área estudiantil y se ganó la posteridad.

Frossi era puntero derecho, no de raya, más bien un mediapunta que iba por un carril intermedio entre el volante y el extremo. Era inteligente, trataba de no ir al choque con los zagueros por su limitación física, aunque tampoco rehuía. Su carrera estuvo colmada de sucesos resaltantes. Consiguió con el Udinese el ascenso de la serie C a la B en 1930 y fue traspasado al Pádova, que buscaba subir a la A. Lo logran en 1931. Annibale entra en la consideración general. Le toca el servicio militar en el sur y, para no quedar inactivo, aprovecha y juega en el Bari en 1933 y 34. En Italia está en pleno auge la dictadura de Mussolini. Frossi sale del ejército con el grado de cabo mayor y en 1935 es reclutado para ir a la Guerra de Abisinia, en Etiopía. A punto de partir a África en el buque Saturnia, recibe un despacho que lo deposita en tierra por indicación del líder fascista Adelchi Serena, quien pretendía llevar al L’Aquila, equipo de su ciudad, a la serie A. Enterado de que Frossi partía al frente, ordenó desconvocarlo y que se incorpore a su club, que había ascendido a la serie B. Frossi encantado, se salvó de un conflicto bélico con decenas de miles de muertos. Dejó el fusil y volvió a los botines. Debutó frente al Pisa, ganaron 3 a 2 y marcó un gol.

Hombre de suerte, para 1936 recibió una noticia inesperada: el gran Inter de Milan ponía 50.000 liras y se hacía con su pase. El Gobierno fascista obligaba a italianizar todos los nombres y el Internazionale debió cambiar su denominación: por trece años se llamó Ambrosiana. Apenas se calzó la nerazzurra le comunicaron que el prestigioso Vittorio Pozzo, técnico de la Italia bicampeona mundial 1934-1938 lo había citado para los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín. No podían alistarse profesionales, aunque sí estudiantes. El hombre de las gafas se había anotado en la universidad en la carrera de derecho y estaba en condiciones de ir.

En Alemania protagonizaría una historia de cine. En principio, Pozzo lo tenía de suplente, y en esa época no había cambios. No obstante, apareció como titular en el primer duelo, ante Estados Unidos. Resultó más duro de lo pensado, pero la Azzurra lo sacó adelante con un solitario gol de Frossi: 1-0. Eso lo confirmó entre los once de arranque para el choque siguiente, que fue muy fácil: 8 a 0 a Japón con tres tantos de Frossi. La semifinal era frente a la temible Noruega, que venía de eliminar en forma sensacional a la anfitriona Alemania. Con ese triunfo, Noruega se había convertido en favorita a la medalla de oro. Empataron 1-1 en tiempo regular y, en la prórroga, otro gol de Frossi le dio a Italia el pase a la final: 2 a 1. Lo recordaba así: “Fue un centro precioso de Negro, Bertoni, delante de mí, ejecutó una finta magnífica dejando a los rivales completamente desequilibrados. Vi venir el balón, pensé en disparar con fuerza y raso. Por suerte, el contacto entre mi pie y el balón fue perfecto: le pegué con el lado exterior. ¡Qué golazo! El gol de la victoria. Me vi envuelto en el abrazo de mis compañeros, oí el rugido de Pozzo, vi las banderas tricolores ondeando en las gradas: eran nuestros aficionados. Fue un momento inolvidable, de los mejores de mi carrera deportiva”.

Faltaba lo más duro: la final con Austria. Pero también lo más hermoso. En el Olympiastadion había 85.000 espectadores. Un partido cerrado. Frossi, una vez más, puso en ventaja a Italia a los 70 minutos. Austria igualó a los 79 minutos. Nuevamente debió irse a tiempo extra y, apenas comenzado, Frossi estampó el 2-1 definitivo. Campeones. Primera y única vez que Italia logró el laurel olímpico. El hombre de los lentes, levantado en andas, era el goleador del torneo con 7 impactos. Una hazaña. Luego conquistaría dos Scudettos y una Coppa Italia con el Inter y se graduaría de abogado, pero nada le daría más trascendencia que aquella gesta olímpica.

De joven me impresionó tremendamente la tapa de un libro sobre el fútbol italiano, cuya ilustración es una foto de Frossi con la casaca del Inter saltando más alto que el arquero rival. No tendría nada de curioso si no agregáramos que va al aire a buscar el cabezazo y tiene sus anteojos puestos. Son los anteojos de un vendedor, de un profesor o de un joyero, pero en el rostro de un futbolista parece increíble, al menos para el fútbol de alto nivel. Unas gafas redondas sujetas con una goma en la nuca. La vuelvo a ver y aún siento perplejidad. Me prometí, hace muchos años, escribir algo sobre Frossi. Aquí está. (O)

Electrocables Barraza
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