Cuando Gerard Piqué jugaba en las inferiores del FC Barcelona, su abuelo, Amador Bernabéu, que por entonces era directivo del club, invitó a comer a su casa a Louis van Gaal, entrenador del primer equipo.

A la comida acudió toda la familia, incluido un niño más culé que el escudo que, a petición del abuelo saludó al técnico holandés. “Es mi nieto y juega de central en el Barça”, afirmó con orgullo de abuelo el señor Bernabéu.

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Van Gaal, con su ‘sutileza proverbial’ empujó al mocoso y lo tiró al suelo. “Has de ser más fuerte para jugar de central”, le dijo ante el asombro familiar. Poco después, fichó a Winston Bogarde, pero esa es otra historia.

Ese fue el primer empujón amigo que recibió Piqué. Y lo superó con creces. Luego, en Manchester United lo empujarían Nemanja Vidic y Rio Ferdinand, que le enseñaron que no todo es sacar la pelota pulcra. Para marcar en los entrenamientos a tipos como Wayne Rooney, Carlos Tévez, Cristiano o Roy Keane había que curtirse.

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Lo hizo y tras un paso en el Zaragoza donde Gabi Milito le dio un máster, regresó al Barcelona. Ahí, con Carles Puyol formaron una dupla de centrales tan insuperable que lo ganó todo.

Ambos se mejoraron mutuamente. Uno aportó disciplina y rigor en el campo, el otro desenfado. Que el día del 2-6 en el estadio Santiago Bernabéu (2 de mayo del 2009) Carles marcara primero y Gerard lo culminara con el sexto fue el mejor resumen de esa pareja.

Ahora, después de cientos de empujones resistidos ha llegado el último. Ante el que ha decidido que aquí se acaba una carrera excelsa. (O)