El choque entre Barcelona y Emelec es la máxima fiesta futbolística en nuestro país. Así es reconocido nacional e internacionalmente por más que algunos necios se nieguen a aceptarlo y se empeñen en inventar uno nuevo, a contramarcha de la historia. Tiene 79 años de vigencia, aunque su denominación actual nació en 1948, cuando al Diario EL UNIVERSO se le ocurrió llamarlo Clásico del Astillero aludiendo al origen barrial de ambos clubes.
Hace ya muchos años que se transformó en una multitudinaria cita bulliciosa con el estruendo que provocaron las barras de cada equipo, armadas de tambores, cornetas y cánticos, a veces festivos y otras veces hirientes. Por distorsiones detestables en las sociedades modernas, hay ocasiones en que la violencia empaña las celebraciones. No ocurre solo en los clásicos, puesto que todos los clubes cuentan con su respectiva ‘barra’, que no se libra de delincuentes infiltrados entre sus adherentes.
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No siempre fue así. En tiempos muy lejanos, Barcelona y Emelec eran llamados “hermanos de barrio”. Las distinciones entre ambas camisetas casi no existían. Para citar un ejemplo, Alberto Márquez de la Plata, un gran deportista de los años 30, símbolo de la fraternidad de los muchachos del populoso sector del Astillero, jugaba fútbol por Barcelona y béisbol por Emelec. Era tanta la identidad que, cuando ambos clubes iban a sostener un partido de béisbol, el gringo George Capwell pedía que oficiara de umpire Victoriano Arteaga, presidente de Barcelona, reconociendo la honestidad e hidalguía de este.
Hay más ejemplos. Uno de ellos es insólito. En la década de los años 40, Emilio Baquerizo Valenzuela era socio de Emelec y miembro del directorio eléctrico. Lo fue durante el mandato de Capwell y en el del sucesor de este, Luis Enrique Baquerizo Valenzuela, su hermano. Más tarde, ya en la década del 60, Emilio Baquerizo fue presidente de Barcelona, y se lo recuerda porque como máximo directivo amarillo ganó en 1963 los títulos de campeón provincial y nacional (segunda estrella barcelonista). Además, acabó con la línea puramente criolla al incorporar jugadores brasileños, entre ellos Jair, Helio Cruz, Helinho y Tiriza, entre los más notables.
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Y hay otro caso parecido. Federico Muñoz Medina era en 1941 el centro medio del Barcelona, que regresó a la primera categoría del fútbol porteño, manejado por Fedeguayas. Se retiró en 1946 y pasó a la presidencia de la entidad canaria. Fue autor de la maniobra que llevó al club a los cadetes del Panamá para construir, desde 1947, el proceso que convirtió a Barcelona en ídolo (como está narrado en el libro Los forjadores de la idolatría). Por disensiones internas, Muñoz Medina se separó de Barcelona (como máximo directivo ganó la corona de 1950, en la era amateur) y, a fines de la década de los años 50, apareció como presidente de la Comisión de Fútbol de Emelec.
1950, primer gol olímpico
Los clásicos son ricos en anécdotas, especialmente los de los viejos tiempos. El 1 de abril de 1950 se jugó en el estadio Capwell un cotejo amistoso por la Copa Michelín, que terminó empatado 2-2. Aquella vez se marcó el primer gol olímpico en la historia de este duelo. Ocurrió a los 49 minutos y su autor fue ese espléndido número 10 que fue José Pelusa Vargas. La víctima fue Félix Tarzán Torres. Pero no fue el único suceso anecdótico. El arquero torero era Enrique Romo, quien se lesionó a los 43 minutos y le tocó ocupar el marco al alero derecho José Negro Jiménez, a falta de un emergente. Para el segundo tiempo Barcelona apeló a un recurso curioso. En la tribuna estaba Alfredo Valdivieso, arquero del Chacarita, del barrio de La Victoria. Lo convencieron para que ocupara el puesto; salió equipado y, en gran actuación, entregó la valla invicta, pues las dos anotaciones eléctricas se las hicieron a Romo y fueron obra de los argentinos Juan Avelino Loco Pizauri (34 minutos) y AtilioTettamanti (a los 43).
Emelec siempre tuvo predilección por el fútbol rioplatense. Para el torneo de 1949 se dio el lujo de contratar al primer entrenador extranjero traído exclusivamente por un club. Se trataba del argentino Óscar Ruso Sabransky, con pasado como futbolista en Chacarita y Vélez Sarsfield, y desde 1939 como técnico en Colombia, al mando del Deportivo Municipal (más tarde Millonarios). Diez años estuvo en el equipo de Bogotá, hasta que lo fichó Independiente Santa Fe. Una buena oferta de Emelec le permitió llegar a Guayaquil. Perdió los dos clásicos ante la maestría de un técnico nacional al que no se ha hecho justicia: Jorge Muñoz Medina. Sabransky llenó de foráneos a Emelec.
El del 28 de diciembre de 1949, por el campeonato local, Barcelona lo ganó 5-2 a los eléctricos, que alinearon a los argentinos César Che Pérez, Eladio Leiss, Pedro Cajura Díaz, Lorenzo Delly, Mario Cipoletti, Luis Masarotto, Atilio Tettamanti y Juan Avelino Pizauri. Félix Torres, Vicente Chento Aguirre y Víctor Lindor fueron los únicos ecuatorianos. Este clásico fue uno de los más emotivos de la era del antiguo Capwell. Entre el minuto 11 y el 15 se marcaron cuatro goles. Jorge Mocho Rodríguez abrió la cuenta a los 11. Tettamanti empató a los 12 minutos. Chuchuca desniveló a los 13 y Tettamanti volvió a igualar a los 15.
Ya hemos contado que el primer gran duelo del Clásico del Astillero tuvo como protagonistas a dos jugadores de gran temperamento: el marcador de punta Juan Zambo Benítez y el alero zurdo Juan Avelino Pizauri. Se enfrentaron por última vez el 8 de noviembre de 1950, por el torneo federativo, y Emelec ganó 3-2. A los 30 minutos hubo un encontronazo. Pizauri quedó tendido fuera del campo. El legendario kinesiólogo César del Castillo apeló a toda su ciencia por 10 minutos tratando de rehabilitar al argentino. No hubo caso. Pizauri fue reemplazado por José Luis Mendoza, uno de los recordados mellizos.
Pedradas por corte de luz
La rivalidad entre los dos equipos del Astillero se engrandeció tras la realización del llamado Torneo del Pacífico, de 1949, especialmente por el encuentro del 12 de mayo que Barcelona ganaba 3-0, hasta que a los 55 minutos se fue la luz en el Capwell. Cuando se restauró la energía apareció entonces un Emelec renovado que igualó con goles de Víctor Lindor y Hugo Mena (2). Los hinchas del ídolo consideraron que el apagón fue una maniobra azul para evitar una goleada y al final del juego fueron a apedrear las instalaciones de la Empresa Eléctrica. Algunos lectores se preguntarán por qué escribo de partidos tan viejos. Yo respondo que prefiero recordar aquellos tiempos en que nacionales y extranjeros entregaban el alma por su divisa. En que el supremo don de cada uno de ellos era ese casi extinguido “amor por la camiseta”. (O)