Jugando en Guayaquil, ante estadio casi lleno, la selección nacional venció por 1-0 a su similar de Argentina, vigente campeona del mundo. En junio, en el mismo estadio del llano, la Tricolor empató a 0 con Brasil, una divisa que ha ganado la Copa del Mundo cinco veces. Y empiezo con esos datos obvios mi columna porque en Guayaquil nadie ha olvidado las poco felices expresiones de Carlos Sevilla Dalgo, exentrenador de la Selección, dichas después de la decisión de la Federación Ecuatoriana de Fútbol de jugar los dos últimos encuentros de la eliminatoria en una ciudad que está a 4 metros sobre el nivel del mar.
Esto dijo Sevilla, obnubilado en su corto entender por un regionalismo monopolizador y dañino: “Se están manejando situaciones que van en contra del camino que se recorrió para llegar a los mundiales anteriores. Tenemos un grupo de jugadores muy buenos, que a pesar de que no tienen buenos técnicos, y a pesar de eso, estamos en los primeros lugares”. Y agregó: “De eso se están aprovechando para manosear a la Selección y llevarla a Guayaquil a jugar con Brasil y Argentina. Están favoreciendo directamente a los rivales, y lo peor es que se le está quitando el mejor espectáculo a la casa de la Selección, que es Quito”.
Sebastián Beccacece fue el promotor de la desafiante idea y tal vez sea su único mérito: “Es el momento de intentar probarnos de igual a igual contra dos selecciones como Brasil y Argentina. Si ganamos o perdemos, que no sea por un factor climático, sino que podamos confiar en nuestras fuerzas y jugar de igual a igual”, aseguran que le transmitió a los dirigentes.
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La obtusa postura sevillista tuvo rápido respaldo en cierto sector del periodismo quiteño y en las redes sociales que, generalmente, cobijan opiniones de gente con la cabeza más vacía que el ropero de Tarzán. “Guayaquil es una ciudad que no tiene identidad con la Selección. No va a apoyar a nuestros jugadores”, advirtieron muchos. No les enseñaron nunca que Guayaquil fue la cuna del fútbol desde 1899. Que nuestra ciudad hizo de maestra para que en todo el país se aprendiera a jugar al fútbol.
Tampoco saben que un dirigente guayaquileño enseñó al país entero a organizarse deportivamente y que ese dirigente —Manuel Seminario Sáenz de Tejada— logró que Ecuador fuera aceptado en la FIFA. Que fue un guayaquileño —Seminario, otra vez— el primer ecuatoriano en llegar a ser directivo de FIFA, y que fue Guayaquil la sede de dos Copas América en 1947 y 1959, entre otros muchos méritos.
Ecuador ocupó el segundo lugar en la eliminatoria al Mundial 2026 por encima de dos países ganadores de Copas del Mundo, como Uruguay y Brasil, en un torneo clasificatorio que cada cuatro años va perdiendo la épica que tuvo cuando los equipos que disputaban la fase final eran 16 (o 24). La Conmebol dividía a los países en grupos y clasificaban tres, esto es el 30 %, y no había repechaje. Para la Copa 2026 llegarán a la fase final 48 países y las opciones de Conmebol oscilan entre el 60 y el 70 %.
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Tanto es más cómodo clasificar que si los mismos resultados se hubieran dado en 2002, 2010, 2018 o 2022 Brasil no habría alcanzado un cupo. Por ello, la clasificación nacional es meritoria, sin caer en exageraciones como las de considerarla una epopeya o hazaña como pretende el periodismo adulón y sus seguidores.
La actuación de Ecuador, a través de 18 partidos, debe ser analizada con sobriedad por el periodismo serio, enterado e independiente. Un fundamentalista con mentalidad de talibán ha dicho en un diario que criticar a la Selección y al entrenador Beccacece es un acto de “canibalismo”. No lo conozco personalmente ni sé, por tanto, si habrá tenido un vínculo con el periodismo o con el fútbol, pero se colige que en su ideario el periodismo está para aplaudir y que es un pecado analizar o pensar.
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Algunos “periodistas” de nuevo y viejo cuño, que al inicio de la clasificatoria criticaban agriamente a la FEF, a la Tricolor y al técnico Beccacece, fueron perdiendo virulencia a medida que avanzaba la disputa y hace cinco o seis fechas se convirtieron en idólatras de la Selección y del DT, al punto de calificar de “traidores a la patria”, “enemigos del fútbol” y “críticos amargados” a quienes discrepan de su devoción y su delirio de exaltación a dirigentes, cuerpo técnico y jugadores. ¿Qué provocó un cambio tan radical? Fácil explicarlo: la proximidad del viaje a la Copa del Mundo. Muchos aspiran a que se reediten los “Chiritours” y los “favores logísticos” y puedan pescar una invitación con todos los gastos pagados.
Vencer a Argentina tiene un alto mérito. No aceptamos que la derrota de los campeones del mundo se haya debido a la ausencia de Lionel Messi. Es una excusa barata, porque sin Messi Argentina bailó a Brasil y lo venció por 4-1. Este equipo de Lionel Scaloni que se presentó en Guayaquil no es el que se enfrentó a Francia en la final de la Copa del 2022. Debe ser el peor partido jugado por la divisa albiceleste en la era Scaloni; inconexa, sin una idea de juego, ausente de creatividad y más preocupada de marcar al árbitro Roldán que por sus rivales. Virtuosos de la queja, los jugadores argentinos han atribuido al juez central la derrota. No aceptan que en el primer tiempo Ecuador lo dominó a su antojo, aún con los graves defectos que, en su conjunto, muestra la selección nacional.
De mis lecturas y las charlas con grandes personajes del periodismo he aprendido que este juego es defender, recuperar, gestar y definir. La línea defensiva nuestra ha acumulado los más encendidos elogios en el país y en el extranjero. Es un orgullo haber recibido apenas cinco goles en 18 partidos. Pero esa es una parte del juego en los primeros 30 metros. Después viene el sufrimiento. Recuperación hay muy poco en el medio campo; apenas simples interruptores momentáneos del avance oponente, por más que se juzgue con inflador a algunos seleccionados.
Recuperado el balón hay que asegurar su posesión y su administración con inteligencia para poder gestar una jugada que ponga a los artilleros en situación de gol. No hay jugadores para esta función y adelante solo nos queda Enner Valencia, que ya está recogiendo su equipaje. Después de Enner, ¿qué nos queda? Todo es mentira y sueño.
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Argentina jugaba con diez hombres y Ecuador seguía con cinco defensores. En el segundo tiempo se jugó a mantener el balón y no intentar nada en ofensiva. ¿Iremos a la Copa 2026 a colgarnos del travesaño para sacar tres empates y devolvernos con prisa? Apenas hicimos 14 goles esta vez, en alarde de indigencia ofensiva. En las eliminatorias al Mundial 2002 hicimos 23 goles; en la de 2006 marcamos 23; 22 en 2010; 20 en 2014; 26 en 2018 y 27 en 2022. La defensa juega de memoria, pero apenas unos metros hacia arriba somos la sombra de la nada. ¿Tenemos algo que agradecer a Beccacece a cambio de los millones de dólares? (O)