Tenía un 83 % de favoritismo. Y se cumplió: Dembélé es el Balón de Oro 2025. Un acto de justicia. “Arrasó en los votos de los cinco continentes”, reveló Vincent García, editor jefe de France Football.
Una vez más, la votación muestra sabiduría futbolística y una transparencia incuestionable. El voto de nuestros cien colegas es respetado a ultranza. Se divulga y nunca nadie denunció que se le cambiara el sufragio.
Confesó el excelente periodista chileno Danilo Díaz: “Nunca me sugirieron un nombre ni alteraron mi elección, es sagrado”. Aquello de que el Balón de Oro es una farsa o un comercio carece de sentido. Siempre se quejan los que no ganan.
“Aquí hay algo muy raro”, objetó el padre de Lamine Yamal, que no es tan bueno declarando como su hijo jugando. Fue muy buen año el de Lamine, pero inferior al de Dembélé. Puede que el muchachito del Barça gane un Balón, o varios, pero no era este. No hubiese estado bien.

¿Es el Dembélé que el 95 % del barcelonismo quería linchar en plaza pública…? Ese. El mismo que le insumió al Barça € 148 millones, que fallaba goles increíbles (como el que le costó al club una Champions ante el Liverpool), el que vivía lesionado, se pasaba las noches atrapado por los videojuegos y se alimentaba mal.
Ni Julio Verne, una de las mentes más imaginativas de la especie humana, hubiese apostado un euro a que Dembélé pelearía por el Balón de Oro. Menos que lo ganaría. Pero la vida y el fútbol tienen estos meandros. Después de ser un clavo para el club catalán durante seis años, entró en rebeldía para que lo dejaran ir al Paris Saint Germain.
Tuvieron que soltarlo por un tercio de lo que fue fichado y empezó una etapa nueva en Paris. Mejor que la de Cataluña. Luis Enrique lo alentó y lo exprimió, sacando lo mejor del Mosquito, un tipo simple, tímido, un antihéroe.

Ahí refloreció Ousmane. Y redondeó un ciclo 2024-2025 impecable, que nadie puede igualar: 35 goles y 16 asistencias en 53 partidos, ganador de Liga y Copa en Francia, campeón de Champions, subcampeón mundial de clubes.
Y no fue solo números, fue fútbol también. Sus eslálones por derecha o por el centro son deliciosos. Parece que va sobre patines, se desliza, y nunca se sabe para dónde saldrá porque maneja por igual los dos perfiles.
Nació zurdo, se hizo derecho, pero le pega y gambetea igual con ambas piernas, una rara avis. En todo caso, el del puntero francés es un caso de evolución nunca visto: de abucheado a Balón de Oro.
¿Es una estrella del fútbol, un genio, un monstruo…? No, es -ahora- un muy buen jugador que redondeó un curso excelente dentro de un equipo que lo ayudó a ganar todo. Y ya entró en la historia. Pasarán décadas y se lo presentará como “Ousmane Dembélé, Balón de Oro 2025”. El título nobiliario nadie se lo quita. En fútbol equivale a Sir Ousmane.
¿Es el mejor del mundo…? No, es el futbolista de mejor temporada. Si dejamos fuera a Messi, no hay un mejor del mundo. De repetir un par de veces este rendimiento en los años próximos podríamos decir que sí. A propósito de Messi, las cosas que él hace aún con 38 años, ningún otro las iguala en fantasía, en ingenio.
“Claro, pero en la MLS”, me pone reparos un amigo. Juegan atletas en Estados Unidos, atletas jóvenes, fuertes, bien entrenados. ¿Qué no da para el Balón de Oro…? Puede que no, pero los demás siguen muy lejos de su clase. Son demasiado terrenales.
Mbappé quedó relegado un año más. Fue séptimo. Ni siquiera ganó el Premio Gerd Müller al mejor goleador, se lo arrebató el casi ignorado sueco Viktor Gyökeres (54 goles en 52 juegos). Kylian vive a contramano del Balón de Oro, lo que demuestra que no hay acomodo en la elección.
Es francés, ultramediático, si se lo dieran nadie diría ni mu. Pero de los 100 periodistas que votan, solo uno es compatriota suyo. ¿Qué debería pasar para conquistarlo…? Que él marque muchos goles, pero que también el Real Madrid logre títulos.
Si no se dan ambas circunstancias siempre quedará postergado por alguien que juega mejor. Es un goleador, sí, con potencia, aunque de técnica discreta, sin magia con la pelota, no es lo que uno definiría como un talento grande, un creador.
Cada año destacan dos o tres que brillan con la bola y lo superan. Esta vez fue Dembélé, pero en otra ocasión podría desplazarlo Lamine Yamal o Pedri o Harry Kane o Salah o Haaland. Este último, parecido en juego, aunque con mayor vivacidad y mejor definición en el mano a mano con el arquero. Haaland, aparte, es más participativo con el resto del equipo.

Vinícius vivió su año ruinoso. Sus acciones se derrumbaron. De ser segundo en la edición pasada a decimosexto este año. Un puesto que ni siquiera merecía. Hizo 20 goles en el lapso elegible y no obtuvo títulos. Lewandowski marcó 42, alzó Liga y Copa, pero terminó 17.º. Es un buen puntero, Vini. En una tarde feliz, desequilibrante. Darle estatus de fenómeno es exagerar. Tiene en 2026 la carta del Mundial para demostrar si es un crack real o no.
Lo sorprendente e inentendible es el bajísimo puesto 11.º de Pedri, quien cumplió una actuación magnífica, más que por los éxitos del Barcelona, por su juego maravilloso. Verlo dominar la bola con el pie de terciopelo, llevarla con primor y entregarla con maestría es un deleite.
Fantástico pasador, siempre la da con ventaja. Un armador exquisito, clásico, que reconcilia al hincha neutral con este juego. Sus números no son malos para un volante derecho (6 goles y 8 asistencias), sin embargo, su dimensión de organizador es fabulosa con apenas 22 años. “Es un jugador incomparable”, dice el alemán Hansi Flick, fascinado con la categoría del canario. ¡Y la calidad humana…! Nunca una bronca, un mal gesto, una patada. ¿Para qué…?
Vitinha llegó al podio detrás de Dembélé y Lamine. Muy justo, una especie de Pedri, sin tanta finura en el trato de balón, sí con amplia visión periférica y una capacidad de distribución notable. Luis Enrique se quedó con el trofeo al entrenador. Lo adjudicamos a su valentía y al fútbol que imprimió al PSG. Y Donnarumma, despedido por el asturiano del club parisino, se quedó con la distinción al mejor arquero.
A la misma hora que se desarrollaba la gala, el PSG perdía el derbi ante el Marsella por otro error serio de Chevalier, el arquero que hizo contratar Luis Enrique para reemplazar a Donnarumma. Todos nos equivocamos.
Se entregaban muchos galardones: trece. No obstante, el Real Madrid, sabiendo tal vez que no ganaría ni una cafetera, pero que sus enemigos Barcelona y PSG se alzarían con varios premios, no fue a la gala. Su tradicional señorío. Nadie lo extrañó. Ya no asistió el año pasado, armando un escándalo internacional al enterarse de que no le iban a conceder el Balón a Vinícius, un buen jugador.
El Balón de Oro demostró que está por encima de la arrogancia madridista. Las galas se hicieron igual, el mundo las siguió por televisión y toda la crema del universo fútbol sí acudió al teatro Le Chatêlet de París. El que se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen.
En la antípoda, el alemán Hansi Flick, del Barcelona, se mostró muy deportivo: “Algún día lo veremos, Lamine recibirá el Balón de Oro. Estamos nominados y cualquiera que reciba el trofeo se lo merece. Hay que ir, disfrutar, mostrar respeto a los ganadores, un respeto que se merecen, eso es de vital importancia”. Total. (O)