Es una foto maravillosa que engalana todo un muro en la sede del Manchester City. En medio del viejo Wembley, el rey Jorge V, de Inglaterra, saludando uno a uno a los futbolistas del City antes de la final de la Copa Inglesa (FA Cup) de 1934, acompañado de Sam Cowan, capitán ciudadano, quien va diciéndole los nombres de cada uno de sus compañeros. Por ser la competencia de mayor raigambre popular, una auténtica joya de la corona, era hábito que el monarca británico asistiera a la final en la Catedral y entregara el trofeo al vencedor. La clausura de un torneo en el que intervienen 732 equipos, muchos de ellos amateurs, y que suele enfrentar a colosos como el Liverpool o el Arsenal con modestos clubes de 5ª. División.

Nadie corre con el caballo del comisario, todos son iguales. Para los jueces es igual el Charlton Athletic que el Chelsea, el Hereford que el Tottenham. Y si aparte hablamos de la final de la Cup, el torneo más antiguo de este deporte en el mundo (iniciado en 1871), la cita es imperdible para los consumidores universales de fútbol. Nadie es indiferente al encanto de la Premier League. Y en esta ocasión, menos: primera vez que chocaban los dos guapos de Mánchester en la instancia definitoria.

Solo iban 12 segundos cuando el balón traspasó la línea y se convirtió en gol del Manchester City. Si alguien estaba aún acomodándose en el asiento, se lo perdió. Impresionante comienzo para la final de la Copa Inglesa. Faltaban aún 102 minutos, una vida, pero allí comenzó a establecer superioridad el cuadro celeste y a sentirse campeón. Es casi imposible darle vuelta un resultado a un equipo de Guardiola. Fue un pelotazo largo del golero Ortega, la bajó Haaland de cabeza, rechazó alto Lindelof y así como venía, Gundogan la empalmó al ángulo.

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A los 31, del modo más inopinado, empataron los Diablos Rojos. Un cabezazo no muy prometedor rozó un dedo de la mano izquierda de Grealish que, detectado con el microscopio por el VAR, derivó en penal. Grealish podría decir “no fui yo, fue mi mano”. Que ni mano fue, uña cobró el árbitro. Remató Bruno Fernandes y 1-1. Pero en el minuto 51, el turco-alemán Gundogan puso la casa en orden: le llegó otra bola alta y, nuevamente de primera, le pegó de zurda y se metió despacito, ante la estirada en cámara lenta de De Gea: 2-1 y ahí quedó la sensación de que los colorados no levantaban más.

Erik ten Hag, que ha hecho una primera temporada notable en el United (récord para el club con 67 % de eficacia), se demoró en sacar a Sancho, una vez más desaparecido, y tardó un siglo en poner a Garnacho, un ají picante que en pocos minutos complicó a todo el City con sus arranques, su velocidad. Fue superior el City, ganó bien, aunque esta vez no le sobraron cartas. Ten Hag sabe cómo jugarle a Guardiola, porque coincidieron en el Bayern: el holandés dirigía a los juveniles y Pep a la Primera.

Apenas se vieron gotitas de Haaland, bien tomado por los zagueros rivales. El gigante tuvo una temporada excepcional (52 goles en 52 partidos), pero en el último mes parece estar de novio. No con el gol. El sobresaliente, por el doblete, resultó Gundogan, aunque también descolló Stones, el último experimento de Guardiola. Fue zaguero 12 años hasta que hace un par de meses Pep lo adelantó al centro del campo y se le aclaró el juego.

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No fue el partido de todos los tiempos, pero dio la categoría de un duelo que congrega 90.000 espectadores. Cuarenta y cinco mil de cada bando desandando los 200 kilómetros hasta Mánchester, compartiendo carretera, tren, avión…

Los saltos alocados de Guardiola en el festejo de los goles, sus lágrimas en la premiación revelan su ilusión por ganar el triplete. Solo le falta la Champions el sábado para completar. Este fue el título número 34 de Pep en 14 años de entrenar. Y 13 ganados con el City. Sus hinchas son, sin duda, los más afortunados de la tierra. De haber casi vegetado durante un siglo, con algunas esporádicas alegrías y muchos descensos y desencantos, viendo cómo sus vecinos del United conquistaban trofeos a mansalva, un día tocaron timbre y eran unos señores con turbante. Somos de Emiratos Árabes… queremos comprar el club. Cómo no, tomen asiento… Se guiñaban los ojos. Los señores llevaban un baúl de millones para fichar jugadores; luego acercaron a Pep Guardiola. Con él la dicha es completa, les han brotado títulos como hongos.

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La contra –un ejército multitudinario– dirá una vez más que el City gana por los petrodólares y por las estrellas que contrata y que los otros, pobres, no pueden hacer nada. Pero sucede que el City gastó a inicios de temporada 150 millones de euros en jugadores y vendió por 186, en tanto el United invirtió 238 millones y transfirió por 9,4. Diferencia abismal en favor del United. Lo mismo acontece con la creencia de City rico y United, Bayern, Madrid, Liverpool, Juventus pobres. Manchester United es propiedad de la familia norteamericana Glazer, un imperio diversificado en la industria del entretenimiento. Parte del Bayern es de Adidas, Audi y Allianz. Todos son poderosos. Moraleja: Guardiola cuenta con igual cantidad de figuras que los demás tiburones blancos de Europa, simplemente gana por mejor.

Las previsiones se cumplieron. Las apuestas pagaban 1,56 el triunfo celeste y 5,80 el de los rojos. A punto estuvo el City de firmar una tarjeta inmaculada en el torneo: jugó 6, ganó 6, anotó 19 goles y le marcaron uno, ese de penal. El sábado tiene la última parada en la estación Estambul. Ahí espera la Champions. (O)