Ni el árbitro Augusto Aragón ni la LigaPro entendieron que el juego entre Emelec e Independiente del Valle, el domingo, era la final del campeonato nacional y no un partido más. El señor Aragón le faltó el respeto a todo el mundo porque nadie pudo disfrutar de un encuentro que parecía de waterpolo y no de fútbol. No mereció el balompié ecuatoriano tener una final anormal.