Aquellos goles permanecen en la memoria así pasen los años. La retina del alma los transforma en imperecederos y los recordamos por lo que representaron o en qué momentos o circunstancias se produjeron, también por la estética, pero en especial porque siguen latiendo en la imaginación del aficionado. En mi recorrido por tantos campeonatos nacionales, y con el afán de recopilar los goles más hermosos que recuerdo, sobresale para mí la virtuosidad diseñada y ejecutada por el brasileño Víctor Ephanor, en el partido que definía el título ecuatoriano de 1980. Se enfrentaron Barcelona y Técnico Universitario, en un tercer partido, en cancha neutral. Fue en el estadio 9 de Mayo de Machala.

El juego se realizó el 14 de enero de 1981 y el gol al que me voy a referir lo hizo Ephanor, brasileño precedido de buena fama por haber militado en el Botafogo de Río y en el Ceará de Brasil y que en 1972 fue contratado por el Atlético Junior de Barranquilla (81 goles, 4.° máximo anotador histórico del club). En 1974 fue goleador del torneo colombiano con 33 anotaciones. En 1976 el Independiente de Medellín se fijó en él, pero la dirigencia de Barcelona ya tenía noticias de la sensación que era Ephanor Vitor da Costa Filho, quien, por sus características, fácilmente podía ser un centrodelantero, pero la número 10 le quedaba mejor.

Desde el primer partido con la amarilla del Ídolo, que fue en un amistoso internacional contra el Nacional de Asunción, los aficionados fueron testigos de su primer tanto con la blusa canaria. Un gol espectacular de tiro libre, con una curva indescifrable, desde ese día de 1977 Ephanor comenzó a ganarse el corazón de la hinchada. Desde ahí el hincha y el brasileño consolidaron de a poco un idilio que duró cinco campañas. Es recordado por la elegancia para transitar por la cancha, también por la técnica para controlar la pelota, para gambetear y desairar a sus custodios, gran cobrador de tiros libres y especialista en los tiros de los penales. Con un ritual de acariciar y poner el balón sobre el manchón penal comenzaba una ceremonia que emocionaba a los aficionados.

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El público explotó gritando por más de 3 minutos el golazo.

Se retiraba unos cinco metros, veía fijamente al portero, iniciaba la carrera y al acercarse a la pelota para el disparo, se detenía, amagaba y la colocaba casi siempre al espacio vacío que dejaba el arquero. Y luego la celebración típica: un salto con las piernas abiertas al aire y el brazo izquierdo levantado con el puño cerrado, esperando la ovación que bajaba de todos los rincones del estadio. Ephanor era un permanente fantasista del fútbol, su personalidad llegaba al pueblo que lo adoptó como su preferido. Llegó a ser tal la devoción del ídolo del Ídolo, que la gente iba al estadio para ver su show; si no jugaba él, lo pensaban dos veces.

Lo comenzaron a llamar el Artista por su plasticidad y los pincelazos que ejecutaba en la mitad de la cancha, donde impartía fútbol con autoridad. Mucho se decía que Ephanor sabía que debía jugar en su máxima capacidad al final del año para conseguir la renovación de su contrato, pero lo cierto –así sea verdad o no– es que los dirigentes conocían que se trataba de un fenómeno de taquilla y aseguraban su contratación. Por esos años Barcelona no había celebrado ningún campeonato y había llegado a la Comisión de Fútbol Galo Roggiero, quien gozaba de prestigio en el club por sus antecedentes tan reconocidos en 1970 y 1971, cuando bajo la presidencia de don Aquiles Álvarez Lértora ganaron un histórico bicampeonato.

Roggiero había retornado para ser nuevamente campeón. Armó un poderoso equipo con extranjeros de primera línea con los brasileños Manga y Escurinho, que se unieron a sus compatriotas Pepe Paes, Ephanor, y Ney –que ya estaban en el plantel–, y lucían los nacionales Flavio Perlaza, Mario Tenorio, Galo Vásquez, Wilson Nieves, Juan Madruñero, etcétera. Después de nueve años, Barcelona se corona campeón en ese 1980, en la recordada final contra el Técnico.

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Fue una tarde inolvidable también por el retorno a Guayaquil, donde hubo una celebración interminable; fuegos artificiales iluminaban toda la vía, las poblaciones salían a hacer una calle de honor, festejaban el paso del campeón. El entusiasmo, los aplausos a la caravana que transportaba a sus ídolos. En la ruta por El Cambio, El Guabo, Ponce Enríquez, Balao, Naranjal, las poblaciones enteras estaban en la vía; cinco horas duró la travesía. Fue un miércoles inigualable no solo por la nueva estrella del Ídolo, también por el gol más hermoso en la historia de los campeonatos nacionales. Me refiero al de Ephanor. Esa tarde, todo el Ecuador pudo ver cómo el brasileño, con esa espectacular chilena, se graduaba de artista. El 9 de Mayo estaba repleto, con la tribuna y general pintadas de amarillo que no dejaban de aplaudir y vitorear cómo el Ídolo del Astillero se adueñaba del título. Me correspondió estar en el estadio 9 de Mayo, muy cerca de las calurosas cabinas de transmisión, desde donde se escuchaba a los emocionados narradores guayaquileños que le daban ese coro que requería el baile sostenido que ofrecía Barcelona ante un rival ambateño, al que no le alcanzaron sus grandes esfuerzos.

En el minuto 12 sucedió todo lo mágico con la acrobática jugada.

Cómo no iban a estar sometidos futbolísticamente si Barcelona hizo un partido perfecto y además los jugadores del Técnico Universitario se convirtieron en testigos absortos de primera línea de una fantástica obra de arte, propia de la inspiración del Artista Ephanor. Todo lo mágico sucedió al minuto 12. El Artista creyó que era el momento de dejar de ser un ídolo y de convertirse en una leyenda.

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La jugada épica se inicia con varios toques de Nieves, Escurinho y Tenorio, mientras que Ephanor, ubicado en la mitad del área, de espalda al arquero Souza Duarte, ve venir el balón. Calcula la trayectoria rasante, la pica con el pie derecho y la eleva para que la pelota espere la acrobática chilena del Artista. El silencio con que pasaron esos segundos del pincelazo fantástico terminó cuando la pelota se introdujo en el ángulo superior del arco y el público presente, e incrédulo por la jugada que había observado, explotó gritando por más de tres minutos el golazo más hermoso de los campeonatos nacionales.

Ephanor, el ilusionista, no necesitó ver nunca la trayectoria de la pelota. Sabía desde que le llegó que el destino le daba la oportunidad para pintar la más abstracta pintura de gol jamás pintada y la aprovechó. Los barcelonistas parecían locos de amarrar. Saltaban como incrédulos, no querían que se terminen esos minutos de algarabía. Bien decía el escritor Eduardo Galeano, que “el gol es el orgasmo del fútbol”. Los que vivimos el balompié con intensidad concebimos que una verdad absoluta es la que explica que un gol nunca será un evento cumplido si no se lo cuenta o se lo comenta. Y peor si no se narra con la fantasía y la magia que permiten las palabras. Ese miércoles del 14 de enero de 1981 los locutores que relataban el partido, en medio de la algazara ajena, la conciliaban con el vocerío de la narración. El ‘gooooool’ cantado a todo pulmón “se convirtió en un do de pecho capaz de dejar a Caruzo mudo para siempre”, al estilo del uruguayo Galeano.

Confieso que ni el sentimentalismo ni la nostalgia por el pasado es lo que me hace atesorar tan valioso legado, sino que se debe a un juicio justo. Por eso afirmo que fui testigo del gol más hermoso de los campeonatos nacionales. (O)